En Estados Unidos, alrededor del 3,3 % de los adolescentes se identifica como transgénero, y un 2,2 % adicional se cuestiona si podría serlo. En lugar de examinar por qué los jóvenes tienen un 329 % más de probabilidad que los adultos de identificarse como transgénero, y por qué hay casi tantos adolescentes transgénero como hombres y mujeres adultos que se identifican como homosexuales, la comunidad médica se ha apresurado a imponer la llamada «atención de afirmación de género». Las intervenciones médicas incluidas bajo este término abarcan bloqueadores de la pubertad, hormonas cruzadas y la extirpación quirúrgica de los senos en niñas.
«A pesar de la creciente presión por promover estas intervenciones médicas drásticas entre los jóvenes de nuestra nación», afirma el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE. UU. (HHS, por sus siglas en inglés), «la ciencia y la evidencia no respaldan su uso, y los riesgos no pueden ignorarse».
El HHS publicó recientemente (en inglés) un importante informe titulado «Tratamiento para la disforia de género pediátrica: revisión de la evidencia y mejores prácticas», que ofrece un análisis detallado de la ciencia y los resultados relacionados con el uso de bloqueadores de la pubertad, hormonas cruzadas y cirugías en menores. Se trata de uno de los estudios gubernamentales más completos hasta la fecha sobre los tratamientos de transición de género en la infancia.
Uno de los hallazgos más relevantes del informe es que el respaldo científico a los tratamientos de transición de género en menores es sumamente débil. Tras revisar la investigación disponible, el HHS concluyó que «la calidad general de la evidencia […] es muy baja». Los hallazgos revelan que hay muy pocas pruebas confiables de que la llamada «atención de afirmación de género» realmente mejore el bienestar a largo plazo de los niños.
El informe advierte que incluso los resultados positivos reportados en algunos estudios probablemente difieren considerablemente de los resultados reales. Señala lo siguiente:
En muchas áreas de la medicina, los tratamientos se establecen primero como seguros y eficaces en adultos antes de extenderse a poblaciones pediátricas. Sin embargo, en este caso ocurrió lo contrario: los investigadores clínicos desarrollaron el protocolo de transición médica pediátrica como respuesta a los resultados psicosociales insatisfactorios en adultos que se sometieron a una transición médica. Esto significa que el campo de la medicina pediátrica carece de los datos rigurosos y a largo plazo que normalmente justificarían intervenciones médicas tan drásticas en niños.
Graves riesgos médicos e incertidumbres
La revisión del HHS también documenta riesgos graves asociados con los bloqueadores de la pubertad, las terapias hormonales y las cirugías relacionadas con el género en menores. Estas intervenciones no son menores ni fácilmente reversibles, y pueden tener efectos permanentes que alteran la vida. El informe señala: «Los riesgos de la transición médica pediátrica incluyen infertilidad o esterilidad, disfunción sexual, alteración en la acumulación de densidad ósea, efectos cognitivos adversos, enfermedades cardiovasculares y trastornos metabólicos, trastornos psiquiátricos, complicaciones quirúrgicas y arrepentimiento».
Uno de los hallazgos más relevantes del informe es que el respaldo científico a los tratamientos de transición de género en menores es sumamente débil
Un niño que reciba bloqueadores y hormonas cruzadas podría perder su fertilidad futura, sufrir disfunción sexual y desarrollar huesos más débiles, entre otros efectos perjudiciales. Estos son riesgos graves que se imponen a jóvenes vulnerables, especialmente cuando los efectos a largo plazo —como la fertilidad, las fracturas, el desarrollo cognitivo, entre otros— siguen siendo en gran medida desconocidos.
La aceptación temprana de las transiciones de género en menores dentro de Estados Unidos contrasta cada vez más con las tendencias en Europa. El informe del HHS señala que varios países han dado marcha atrás tras revisar la evidencia. Por ejemplo, el Reino Unido ha prohibido el uso rutinario de bloqueadores de la pubertad, y Suecia y Finlandia también han restringido el acceso a hormonas, dando ahora prioridad al acompañamiento terapéutico. En muchos países, las autoridades sanitarias recomiendan actualmente «enfoques psicosociales, en lugar de intervenciones hormonales o quirúrgicas, como tratamiento principal» para adolescentes con disforia de género.
En términos generales, muchos expertos internacionales se están alejando del modelo de «afirmación de género» y volviendo a un enfoque más cauteloso, centrado primero en la psicoterapia. Mientras tanto, muchas clínicas en Estados Unidos siguen acelerando el proceso de transición médica en menores, a menudo tras una evaluación psicológica superficial.
¿Pueden los menores dar un consentimiento verdadero?
El informe también plantea preguntas éticas inquietantes sobre si los jóvenes pueden realmente dar su consentimiento a intervenciones que cambian la vida. Los adolescentes, que aún están en proceso de maduración y con frecuencia atraviesan situaciones de gran angustia, pueden no comprender del todo las consecuencias permanentes de elegir la infertilidad o una función sexual alterada a los 14 o 15 años.
Empujar a jóvenes vulnerables hacia tratamientos irreversibles, sin datos a largo plazo ni un consentimiento verdaderamente informado, es una actitud temeraria e irresponsable
Un médico citado en la revisión admitió que hablar sobre fertilidad con un adolescente es como «hablarle a una pared» y que «responden algo como: “¡Ay no!, niños, bebés… qué asco”». Esta observación sincera pone en evidencia la dificultad de obtener un consentimiento informado real por parte de menores que difícilmente están en condiciones de tomar decisiones responsables que afectarán a su «yo» futuro.
Dadas las enormes incógnitas y riesgos implicados, el deber ético de «no hacer daño» debería llevar a médicos y padres a actuar con extrema cautela. Empujar a jóvenes vulnerables hacia tratamientos irreversibles, sin datos a largo plazo ni un consentimiento verdaderamente informado, es una actitud temeraria e irresponsable.
Un enfoque más adecuado
La revisión del HHS señala que la terapia conversacional y otros tratamientos no invasivos son opciones eficaces y poco aprovechadas para jóvenes con disforia de género. A diferencia de la afirmación médica inmediata, la terapia conversacional permite a los profesionales explorar los sentimientos del menor y abordar posibles causas subyacentes en un entorno seguro y de apoyo. El informe destaca que Finlandia y Suecia —los dos países con las directrices más fundamentadas en evidencia— recomiendan que «la psicoterapia, y no las hormonas o las cirugías, sea el estándar de atención» para adolescentes con angustia relacionada con su género.
Muchos adolescentes que se identifican como transgénero enfrentan además problemas de salud mental concurrentes, y al tratar esas dificultades a menudo se puede aliviar la disforia de género o ponerla en perspectiva. Como mínimo, la terapia conversacional brinda a las familias el tiempo necesario para una evaluación cuidadosa y una atención individualizada, en lugar de apresurar a cada paciente joven por el mismo camino médico.
Debemos afirmar la dignidad y el valor inherentes de cada persona, mientras les animamos con ternura a abrazar el diseño del Creador para sus vidas
Lamentablemente, en Estados Unidos este tipo de terapia exploratoria ha sido con frecuencia desatendida o incluso desalentada bajo el modelo afirmativo. Los hallazgos del informe del HHS promueven un renovado énfasis en el acompañamiento psicológico como tratamiento de primera línea, ya que conlleva mucho menos riesgo y respeta el bienestar integral del menor. Por supuesto, los padres cristianos deben ser cautelosos al confiar en terapeutas seculares que probablemente respalden o alienten la confusión de género.
Hablar la verdad en amor
Los cristianos encontrarán que las conclusiones del informe están en sintonía con una comprensión bíblica de la sexualidad humana y del cuerpo. La Escritura enseña que Dios creó a los seres humanos como hombre y mujer (Gn 1:27; Mt 19:4), y que cada persona ha sido «formada de manera formidable y maravillosa» por Dios (Sal 139:13-14). Por tanto, nuestro sexo es parte integral del buen diseño de Dios, no un accidente que pueda modificarse a voluntad.
Reconocemos que en un mundo caído algunas personas experimentan un profundo conflicto entre su sentido interno de identidad y su sexo biológico, y que esto puede ser una forma real de sufrimiento. Sin embargo, nuestra respuesta no debe ser respaldar medidas dañinas que niegan la realidad del cuerpo. En cambio, estamos llamados a «hablar la verdad en amor» (Ef 4:15): afirmar la dignidad y el valor inherentes de cada persona, mientras les animamos con ternura a abrazar el diseño del Creador para sus vidas.
El informe del HHS ofrece claridad que puede ayudar a los cristianos a responder al tema transgénero con compasión y convicción. Saber que estas intervenciones médicas carecen de una base sólida en la evidencia y conllevan peligros graves debería motivarnos a cuestionar con amor la prisa por poner a los niños en el camino de la «transición». Podemos promover enfoques que protejan sus cuerpos y su futuro, como orientar a las familias a buscar primero acompañamiento terapéutico en lugar de iniciar de inmediato intervenciones dañinas. Al mantenernos firmes en la enseñanza de la Escritura y en los hallazgos de investigaciones confiables, podemos modelar una respuesta semejante a Cristo que una el amor con la verdad para el bien de nuestros niños.