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Hay una cualidad preocupante en muchos aspirantes a profetas de hoy: escritores y expertos que solo presagian catástrofes para el futuro de la civilización, que parecen perpetuamente angustiados por la profanación del testimonio de la iglesia (ya sea por presiones externas o por corrupción interna).

No discuto la plausibilidad de que se produzcan las catástrofes que predicen. De hecho, a menudo comparto sus diagnósticos y estoy de acuerdo con sus advertencias. Si la iglesia no actúa como sal para frenar la decadencia de la sociedad, y si no es enviado por Dios un avivamiento que detenga y reoriente nuestro declive cultural, estamos en el camino hacia una especie de distopía. Mientras tanto, las humillantes revelaciones de hipocresía e injusticia en la iglesia muestran lo frágil y expuesto que el pueblo de Dios puede estar.

Cuando miras el estado del mundo y el estado de la iglesia, puedes pensar: No hay nada por lo cual sonreír. Pero siempre hay algo por lo cual sonreír. Creemos en la bondad soberana de Dios. Creemos en el señorío de Jesucristo. Creemos en el poder resucitador del Espíritu Santo que sopla donde quiere. Como nos mostró el apóstol Pablo, incluso en sus escritos desde la cárcel: hay un gozo en Dios más poderoso que las circunstancias.

Pérdida del gozo

La cualidad preocupante que encuentro en gran parte de los comentarios culturales actuales es la ausencia de gozo. Es como si nuestras almas se hubieran marchitado hasta que todo lo que queda es una sensación de desesperanza, una resignación silenciosa que asume que la iglesia no puede prosperar en este nuevo mundo extraño.

Siempre hay algo por lo cual sonreír. Creemos en la bondad soberana de Dios. Creemos en el señorío de Jesucristo

Hay un lugar, por supuesto, para los Jeremías, aquellos que lloran por el estado espiritual de la ciudad, que lamentan su desolación. «Bienaventurados los que lloran», dijo Jesús, y por desgracia, hay mucho que llorar en nuestro mundo. «Existen las lágrimas cristianas», escribió John Stott, «y muy pocos de nosotros las lloramos».

Pero gran parte de la opinión pública actual parece estar marcada no por el llanto que dura una noche y el gozo que llega por la mañana, sino por el resentimiento y por la ira ante la injusticia, ira que empieza siendo justa antes de sucumbir a impulsos pecaminosos: una indignación que ya no conoce las lágrimas de Jeremías ni la alegría incontenible de Pablo.

Así pues, cuando examinamos el panorama de la iglesia y la cultura, debemos asegurarnos de no perder de vista las oportunidades que acompañan a los desafíos actuales.

Esperanza para el futuro

Considera la iglesia. Por dolorosa que sea esta época de humillación, debemos reconocer que es el camino hacia la humildad. Tal vez cuando algunos de los privilegios sociales que hemos dado por sentados sean quitados, o cuando las trampas del estatus mundano y el prestigio desaparezcan, nos encontremos en un lugar de dependencia desesperada en el Único con verdadero poder espiritual.

Humillados, caemos de rodillas en oración, en silenciosa desesperación. La renovación de la iglesia será conocida no por líderes famosos, sino por el servicio fiel en la viña del Señor, por hombres y mujeres marcados por la pala del servicio más que por el cetro del estatus. Cuando pasen las tormentas de la humillación, el jardín de la humildad será renovado por el sol y brotarán otra vez las flores de una renovada dependencia de Dios.

Considera la cultura. Podemos denunciar sin cansancio los desarrollos de una sociedad que se precipita hacia la locura y la injusticia. Pero hará falta algo más que palabras para llevar a cabo el trabajo duro de reconstruir tras una grave decadencia social. Harán falta sentimientos más fuertes que el resentimiento y la ira. Necesitaremos el poder del gozo y la esperanza.

En épocas anteriores de desasosiego social, cuando la iglesia daba testimonio del evangelio, nuestros padres y madres en la fe no se caracterizaban por su evaluación sobria de la situación, siempre sombría y solemne, como si el sombrío asunto en cuestión hiciera imposible la sonrisa de la fe. En cambio, eran conocidos por su fe en el propósito dado por Dios, por su esperanza desbordante sin importar las circunstancias y por su amor dirigido incluso a las personas a las que se oponían.

Alegría más fuerte que el resentimiento

La iglesia a menudo debe pararse contra el mundo por el bien del mundo. Hay cosas a las que debemos oponernos. Pero es la alegría incontenible de la iglesia —la sonrisa de confianza en la buena providencia de Dios— la que destaca en un mundo de debates y actitudes amargas. Ese sentido de alegría profundamente arraigado debe estar presente en la mesa del comedor, en nuestros vecindarios y en nuestros servicios de iglesia.

El resentimiento no sanará a una sociedad enferma; solo añade sal a la herida. El mundo necesita que la iglesia encarne un gozo serio, una seguridad, firme como la roca, de que la verdad nos ha hecho libres en un mundo que cae en la falsedad.

El mundo necesita que la iglesia encarne un gozo serio, una seguridad, firme como la roca, de que la verdad nos ha hecho libres en un mundo que cae en la falsedad

Así que la próxima vez que leas los titulares, escuches los podcasts y te enteres de los últimos acontecimientos que presagian problemas para la iglesia en el futuro, no sacudas la cabeza ni sucumbas a la impotencia. Puede que no seas capaz de accionar palancas que provoquen cambios en todo el país, pero puedes moldear la cultura de tu hogar y la cultura de tu iglesia, y así ser una fuente de alegría que se extiende a la cultura de tu barrio, por el bien de tu ciudad. ¿De qué sirve luchar contra Mordor si se ha perdido el gozo de la Comarca?

Sí, preparemos a la próxima generación para los retos que se avecinan. Preparémosles para ser vistos como los «salvajes» de Un mundo feliz, cuyo compromiso con las verdades eternas les costará la aclamación de una sociedad educada y de las élites institucionales. No endulcemos el presente ni cerremos los ojos ante los retos del futuro.

Pero, sobre todo, enséñales a sonreír. Dales una confianza alegre y ciméntalos en una felicidad que vale la pena difundir. Recuérdales que la verdad es, en última instancia, incontenible, y que pase lo que pase, como Sam dijo a Frodo: «Esta sombra es solo algo pasajero. Incluso la oscuridad debe pasar. Vendrá un día nuevo. Y cuando brille el sol, brillará con más claridad».


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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