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El grupo pequeño salvó el matrimonio de mis padres

Durante la mayor parte de mi vida, formé parte de la misma iglesia.

Toda la congregación moldeó mi formación a medida que crecía, y, en particular, tres parejas de la iglesia estaban muy unidas a mi familia. Tengo muy buenos recuerdos de las acampadas que hacíamos juntos todos los veranos (este verano no fue una excepción), de las fiestas sorpresa, de las conversaciones alrededor de la hoguera y de los cafés con las mujeres. Cuando crecí, estas mujeres se convirtieron en mis madres. Mi padre estaba (y sigue estando) en un grupo pequeño con los hombres de estas parejas.

Son estos hombres —dos ancianos y un pastor— los que indirectamente han tenido mayor influencia en mi fe.

Tragedia

El 10 de diciembre de 2011, mi abuelo estrelló su avioneta privada en un desierto de California. Murió en el impacto.

A lo largo de aquella noche, a la edad de diez años, recuerdo haber procesado la naturaleza de la muerte mientras veía a mi padre sollozar por la repentina pérdida de uno de sus padres. Mi padre, que también era piloto de avión, luchó por digerir la muerte de su padre de una forma sana. Pasaron meses y seguía enojado. Pasaron años, y mi madre, mi hermana y yo seguíamos andando con pies de plomo por casa, anticipándonos nerviosamente a los cambios de humor de mi padre. Mi madre lo llevó a terapeutas, consejeros de la iglesia y mentores, pero nada parecía cambiar; mi padre estaba atrapado en una espiral de depresión e ira desubicada.

Al borde de la desesperación, mi madre empezó a buscar casas en la zona para poder separarse de mi padre, quien, en ese momento, afirmaba que su matrimonio había terminado. En un último intento por revivir su matrimonio, se acercó a los hombres del grupo de estudio bíblico de mi padre y les explicó nuestra precaria situación familiar.

Respuesta

Estos hombres escucharon cómo mi madre, entre lágrimas, describía la ira de su esposo y sus efectos en nuestra vida cotidiana. Escucharon con imparcialidad y compasión, sabiendo que sus reclamos iban dirigidos contra uno de sus mejores amigos. Entonces acordaron intervenir por amor a mi padre y a su familia. Convocaron una intervención en el otoño de 2018, y mi papá, por la gracia de Dios, tuvo la paciencia y la humildad de escucharlos.

No conozco los detalles de su conversación. No sé lo que le dijeron a mi padre para ayudarle a entender su problema del corazón. Pero sé que Dios usó a estos tres hombres de una manera activa, viva y permanente para revelarle a mi padre el tipo de hombre en el que se había convertido para su familia.

Desde aquel día, mi padre ha cambiado por completo. Antes era la fuente de estrés, ahora es el mediador, el pacificador y el dispensador de sabiduría durante los conflictos familiares. Es un esposo cariñoso, un padre atento y un piloto fantástico.

A pesar de lo difícil que fue para una joven adolescente, esta experiencia me enseñó dos lecciones que sigo llevando conmigo.

Lecciones

En primer lugar, el evangelio cambia vidas. Mi padre se dio cuenta de que su ira y su orgullo habían hecho daño durante muchos años a las personas que más amaba. De la noche a la mañana, pasó de ser un hombre colérico a un hombre paciente y amoroso. Cuando se enfrentó a la gracia, el perdón y la misericordia del mensaje del evangelio, esos rasgos se infiltraron también en su vida.

En segundo lugar, el amor fraternal se preocupa más por la salud espiritual de alguien que por la incomodidad de la confrontación. Después de disfrutar de muchos años de una amistad mutuamente enriquecedora, aquellos hombres podrían haber decidido que enfrentarse a mi padre era demasiado arriesgado. Pudieron haber priorizado mantener una amistad cómoda por encima de ayudar a un amigo en necesidad espiritual.

El amor fraternal se preocupa más por la salud espiritual de alguien que por la incomodidad de la confrontación

En cambio, fui testigo de cómo unos cuantos amigos íntimos escucharon y confiaron en mi madre, amaron a mi padre y se preocuparon por mi hermana y por mí de una manera tangible que pone en práctica Mateo 18:15-16: «Si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos».

Vi este pasaje demostrado de una manera que evidencia el poder del Espíritu Santo. Esta intervención no solo salvó el matrimonio de mis padres, sino que la amistad que mi padre sigue experimentando con estos hombres es aún más enriquecedora que antes.

Los hombres del grupo pequeño de mi padre fueron contundentemente discretos; nadie fue por ahí llamando la atención sobre este cambio milagroso. Los hombres no se daban palmaditas en la espalda, sino que seguían tranquilamente su camino. No intentaban persuadirme de nada ni animarme a que pensara bien de ellos. En lugar de eso, llegué a mi propia conclusión de que lo que le había pasado a mi padre debía ser la obra salvadora de Jesús. Sencillamente, no había otra alternativa.

Había pasado toda mi vida considerando una fe conceptual, pero esta fue mi primera experiencia con la fe en acción. Hizo realidad lo hipotético. Vi lo que Santiago describió como el «hacedor» y no simplemente el «oidor» (Stg 1:22).

Aunque esta fue la primera vez que fui testigo del poder del evangelio, no fue la última. El próspero matrimonio de mi padre con mi madre y sus amistades profundas con esos hombres siguen señalando la obra transformadora del Espíritu Santo en la vida de personas ordinarias.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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