Practicar lo que Dios ha establecido para nosotros forma nuestro carácter a lo largo del tiempo. Si esto es así, entonces la práctica constante de dar —inspirada en Jesús— desarrolla en nosotros la disciplina espiritual de la generosidad.1
Pablo nos muestra la bendición de dar cuando nos señala a Jesús, el mayor ejemplo de generosidad y compasión que hubo sobre esta tierra, quien se ofreció para nuestro perdón y salvación, para honrar al Padre: «En todo les mostré que así, trabajando, deben ayudar a los débiles, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir”» (Hch 20:35).
Debido a que la generosidad es una expresión de la naturaleza amorosa de Dios (Jn 3:16), cada vez que podemos dar es una oportunidad para imitar y reflejar la generosidad de Dios en Cristo. Y con generosidad me refiero a ofrecer ayuda de manera compasiva a otros, entendiendo la situación por la que están pasando, para honrar alegremente a Dios.
Pero ¿cómo se ve esta disciplina espiritual en la acción? Aquí te dejo cuatro puntos a considerar y, después, algunos consejos prácticos.
1. La generosidad no depende de la abundancia.
Tal vez pensamos algo como «Si tuviera mucho, sí podría dar», pero Pablo nos cuenta de las iglesias de Macedonia, las cuales ofrendaron con gran generosidad a pesar de su profunda pobreza: «en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad» (2 Co 8:2 RVA). Estas iglesias no esperaron a tener abundancia, sino que siendo pobres dieron con esfuerzo y gran alegría.
Cada vez que podemos dar es una oportunidad para imitar y reflejar la generosidad de Dios en Cristo
La disciplina espiritual de la generosidad produce en nosotros una empatía santa por quienes sufren escasez de cualquier tipo. La generosidad fluye de un corazón agradecido con Dios y que desea darle gloria, no de la cantidad de recursos que tengamos a disposición. Así que, sin importar la situación que atravesamos, podemos practicar la generosidad en todo momento.
2. Damos, no para obtener algo de Dios, sino para imitarlo.
Si consideramos que la generosidad es una disciplina espiritual, entonces reconocemos que Dios debe estar en el centro de esta práctica. No debemos confundirnos pensando que damos para recibir.
No podemos coaccionar a Dios con la idea de que «Si doy algo es para recibir algo igual o mayor». Por el contrario, damos porque queremos imitar a Dios en todo. «Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados» (Ef 5:1).
¿Hay recompensa por ser generosos? Sí. Recordemos una vez más a las iglesias de Macedonia (2 Co 8:1-7), quienes «abundaron en gozo». El gozo es una de las primeras recompensas de imitar a Dios en la generosidad, y desde luego que Él nos otorga más (Lc 6:38). Pero eso es algo que Dios decidirá y no debería ser el motor de nuestra generosidad.
3. La generosidad no se trata solo de dar dinero.
Dar no se limita al área financiera. Si nuestros esfuerzos en practicar la generosidad solo están en dar dinero, reducimos inevitablemente esta práctica espiritual.
Por eso debemos buscar, con constancia, maneras creativas de dar dentro y fuera de la iglesia. Por ejemplo, en nuestra iglesia cada tres meses incentivamos la generosidad para crear «mega despensas», por lo que cada domingo damos alimento no perecedero hasta tener una buena cantidad y, entonces, damos estas despensas a familias dentro o fuera de la iglesia que están enfrentando escasez. Eso desarrolla en la comunidad un corazón sensible y dadivoso. ¿De qué maneras puedes practicar regularmente la generosidad?
¿Quiénes están necesitados cerca de ti? ¿Qué tienes para ofrecer? Necesitamos ampliar nuestra vista, para ver las necesidades que el Señor pone en nuestro camino, pero nunca debemos creernos superhéroes.
4. La generosidad surge de un corazón centrado en Dios.
La peor manera de desviarnos de esta práctica es poner al ser humano en el centro. Si olvidamos que Dios es el motivo de la generosidad, vamos a naufragar en los deseos de nuestro corazón engañoso y propenso al orgullo. Por eso debemos ser cuidadosos en cómo damos, para que realmente imitemos a Dios y busquemos Su gloria (Mt 6:1-4).
Dar es imitar a Dios, porque Dios es un dador alegre y lleno de misericordia
Dar es una gracia dada e inspirada por Dios, por lo que debe ser conducida por la fe y sostenida en la Palabra. Necesitamos sabiduría para entender por qué dar, e incluso cuándo no hacerlo. Queremos dar con regularidad y con toda solicitud y energía, pero con la meta de que nuestra generosidad dé gloria a Dios, no a nosotros mismos. Entonces, el gozo será nuestro (Mt 6:4).
Entonces, demos habitual e intencionalmente como parte de nuestro crecimiento espiritual. Como Pablo animaba a los corintios: «Pero así como ustedes abundan en todo: en fe, en palabra, en conocimiento, en toda solicitud, y en el amor que hemos inspirado en ustedes, vean que también abunden en esta obra de gracia [refiriéndose a la generosidad]» (2 Co 8:7).
Algunos consejos prácticos:
- Da alegremente
Mientras te organizas (por ejemplo, con tu presupuesto) para dar, indaga en tu corazón. Busca estar seguro de que tienes la alegría de bendecir a otros, así como el firme propósito de glorificar a Dios.
- No te creas un superhéroe
Dios es el protagonista y nuestra meta de dar. Si en tu corazón existe el deseo de ser el foco de atención, arrepiéntete constantemente delante del Señor y busca Su gracia. Una idea es que ores cada vez que ejecutes la generosidad. De otro modo podrías estar dejando que esta práctica espiritual se convierta en algo carnal.
- Pide consejo
Escuchar a otros te ayudará a afinar esta práctica espiritual. En alguna ocasión un hermano generoso me preguntó si era la mejor decisión continuar dándole a alguien en específico. Después de orar, nos dimos cuenta de que esa persona ya estaba fuera de la necesidad que atravesaba, pues Dios en Su gracia le dio provisión. Por eso te aconsejo preguntar a tu pastor, consejero o líderes más cercanos sobre a quiénes puedes dar con regularidad y cómo hacerlo.
- Da regularmente a tu iglesia local
Pablo instruyó a los corintios: «Que el primer día de la semana, cada uno de ustedes aparte y guarde según haya prosperado» (1 Co 16:2). Considero que ofrendar a la iglesia local —la cual también se preocupa por atender a otros en necesidad— es una forma de darle a Dios, y por lo mismo debe ser prioritario, pues buscamos administrar lo que es de Dios de acuerdo a Su voluntad de Dios.
- Confía en el Señor Jesús cuando te envíe a dar más
La generosidad de las iglesias de Macedonia fue más allá de sus posibilidades, pues confiaron en la voluntad de Dios, quien desde luego los sostuvo y recompensó. Así que no dudes cuando el Señor te mueva a dar un poco más de lo que planeaste. Nadie nunca se ha equivocado por obedecer a Dios.
Como he dicho, dar es imitar a Dios, porque Dios es un dador alegre y lleno de misericordia. Y digo esto como alguien que, como tú, también está aprendiendo a dar por causa de este Dios maravilloso.