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Nota del editor: 

Este artículo es un fragmento adaptado del ebook Tres días que cambiaron la historia: Del huerto a la tumba vacía, escrito por el pastor Sugel Michelén. Descarga gratis este recurso haciendo clic en el enlace.

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El problema que han enfrentado los escépticos a través de la historia es que nunca han podido dar una explicación satisfactoria de cómo fue removida la piedra de la tumba donde estuvo Jesús y cómo desapareció Su cuerpo. Sabemos con toda certeza que en el siglo I hubo un grupo de hombres que salió predicando por todas partes que Jesús resucitó de los muertos, y el cristianismo tuvo el impacto que tuvo en todo el Imperio romano porque nadie pudo mostrar Su cadáver para desmentirlos.

La explicación que dieron los líderes religiosos de Israel fue que los discípulos robaron el cuerpo (Mt 28:11-15). Pero esta explicación es completamente absurda. Todos estos hombres abandonaron al Señor desde el momento del arresto y ninguno había entendido este asunto de la resurrección. Para ellos, todo había terminado cuando vieron a Cristo clavado en la cruz. ¿Tres días después se iban a enfrentar con una guardia romana para robar el cuerpo de Jesús y luego proclamar que resucitó? Eso no tiene ningún sentido. Además, todos ellos, con la posible excepción del apóstol Juan, murieron martirizados por causa de su fe. Las personas no mienten para ser ejecutadas, sino para evitar la ejecución. Por otra parte, ¿es lógico pensar que el Nuevo Testamento fue escrito por un grupo de individuos desquiciados, capaces de dar su vida por una mentira que habían inventado?

¿Y qué explicación podemos dar de la transformación de Saulo de Tarso? No olvides que este hombre se había dedicado en cuerpo y alma a perseguir a los cristianos. Sin embargo, el apóstol Pablo fue el instrumento que Dios usó no solo para llevar el evangelio a través de toda Asia y Europa, sino también para escribir la mayoría de las cartas del Nuevo Testamento. ¿Qué sucedió en la vida de este hombre? ¿Cómo ocurrió este cambio tan radical? Tuvo un encuentro con el Cristo resucitado (cp. Hch 9:3-5; 1 Co 15:8). ¿Cómo explicar también lo que el mismo Pablo nos dice, que Jesús luego de resucitar «se apareció a más de 500 hermanos a la vez, la mayoría de los cuales viven aún» (1 Co 15:6)? ¿Tuvieron todos ellos una alucinación colectiva?

¿Qué fue, entonces, lo que realmente sucedió ese domingo en la mañana, luego de la crucifixión?

«No se asusten; ustedes buscan a Jesús el Nazareno, el que fue crucificado. Ha resucitado, no está aquí; miren el lugar donde lo pusieron», les dijo el ángel a las mujeres que fueron temprano a la tumba y la encontraron vacía (v. 6). Ellas escuchan así el anuncio más glorioso y extraordinario alguna vez proclamado en la historia humana: ¡El Señor resucitó! Ese es el mensaje que lo cambia todo. Nadie robó Su cuerpo, ellas tampoco se equivocaron de tumba, como algunos han dicho para refutar la resurrección. No. Jesús se levantó de la muerte con el poder de Dios, tal como prometió.

No había razón, entonces, para estar asustadas, sino llenas de gozo y esperanza, porque el Señor resucitó y tenían la encomienda de hacérselo saber a Sus discípulos: «Pero vayan, digan a Sus discípulos y a Pedro: “Él va delante de ustedes a Galilea; allí lo verán, tal como les dijo”» (v. 7). Me encanta ese detalle: «a Sus discípulos y a Pedro». ¿Por qué a Pedro? El Señor quiere hacerle saber al impetuoso de Pedro que sus días de utilidad en el reino no concluyeron cuando lo negó vergonzosamente durante la noche del arresto, porque Él es un Dios de segundas oportunidades.

Los discípulos deben ir a Galilea para encontrarse con Jesús allí. En el mismo lugar donde Cristo los llamó para que le siguieran, y donde ahora los comisionaría a llevar la noticia de Su muerte y resurrección hasta lo último de la tierra. Sin embargo, quedaría registrado en la historia que las primeras personas en anunciar esta buena noticia no serían los apóstoles, sino este grupo de mujeres piadosas dispuestas a servir a Su Señor cuando no era popular hacerlo, movidas por un amor absolutamente incondicional.

Esta es otra evidencia incidental de la veracidad histórica de los evangelios, porque en los días del Señor se le daba poca credibilidad a las palabras de una mujer. Tanto así, que en una corte legal el testimonio de una mujer se equiparaba al de un esclavo o al de un criminal. Si esta historia hubiera sido inventada por los apóstoles, jamás habrían incluido el detalle de que las primeras en anunciar la resurrección de Jesús fue este grupo de mujeres. Pero eso fue lo que sucedió ese domingo en la mañana. Dios quiso que los apóstoles, que iban a colocar el fundamento doctrinal de la iglesia, se enteraran de la resurrección por medio de estas discípulas fieles de nuestro Salvador.

La resurrección de nuestro Señor Jesucristo no es una leyenda mitológica, sino el acontecimiento más grande que alguna vez haya ocurrido en la historia de la humanidad, y en el cual debemos depositar nuestra fe si queremos ser salvos. Cristo fue «entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación» (Ro 4:25). Es por la resurrección de Cristo que sabemos con toda certeza que el Padre aceptó Su sacrificio sustitutivo en la cruz, de modo que ya no tenemos cuentas pendientes en Su tribunal.

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