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He sido maestro de inglés como segunda lengua durante dos décadas. Tenía apenas 18 años cuando una escuela en México me ofreció trabajo de maestro solo porque sabía hablar el idioma. ¡Pero no tenía ni idea sobre cómo enseñar inglés!

Así aprendí a enseñar un idioma antes de saber cómo hacerlo. Con el tiempo, descubrí que todo aprendiz necesita un camino claro: qué aprender primero, qué después, y cómo evaluar su progreso.

Lo mismo pasa con el discipulado.

El camino de crecimiento de un seguidor de Jesús

¿Nuestra estrategia con los niños y adolescentes es solo entretenerlos con juegos y canciones? Eso no es lo mejor para enseñarles un idioma; tampoco es una buena manera de discipular creyentes.

La ventaja de tener un camino trazado es que podremos diseñar un programa de discipulado para cada ministerio que contribuya al crecimiento

Necesitamos un plan. Un camino claro para guiar su fe desde la infancia hasta la madurez. Esta es mi propuesta—no perfecta, pero útil—basada en años de experiencia en el aula y en la iglesia.

En términos generales, he observado que el camino de crecimiento cristiano tiene las siguientes etapas:

  • Descubrimiento: la persona «descubre» a Jesús —desde el punto de vista de la experiencia personal—, se arrepiente de sus pecados y cree.
  • Asistencia: comienza a asistir regularmente a una iglesia local, en diferentes reuniones.
  • Pertenencia: toma un compromiso con la iglesia e inicia un proceso de membresía.
  • Comunión: durante todo este tiempo, el creyente va desarrollando una relación personal con Dios y Su iglesia, bajo la guía de los líderes y el acompañamiento de la comunidad.
  • Testimonio: a medida que hay madurez espiritual, se espera que el creyente comparta su fe.
  • Servicio: del mismo modo, se espera que sirva a su iglesia local, tanto en los ministerios formales como de manera «informal».
  • Entrega: también se espera que su madurez se exprese en la entrega de su tiempo y recursos para el bien del cuerpo local y la expansión del evangelio.
  • Influencia: conforme va creciendo, su liderazgo e influencia en su iglesia local crecerá de manera natural y orgánica.1

No debes entender este proceso como una escalera en la que, cuando subes un peldaño, ya no se puede dar pasos atrás. Más bien, lo pienso como una espiral ascendente, es decir, un proceso flexible que contempla la posibilidad de avances y retrocesos como parte del crecimiento. Tampoco se trata de una «receta» que describa la experiencia exacta de cada cristiano, sino una propuesta general que ayuda a entender cuál sería el camino de crecimiento que se espera de todos los creyentes.

La ventaja de tener un camino ideal trazado es que podremos diseñar un programa de discipulado para cada ministerio de la iglesia, para que contribuya de la mejor manera al proceso de crecimiento. Entonces, dentro de las etapas de mi propuesta, los ministerios de menores abarcan desde el descubrimiento (conocer a Jesús) hasta servicio (las primeras experiencias en un ministerio formal de la iglesia).

Si queremos formar discípulos y miembros de nuestra iglesia, también debemos entrenarlos para seguir la dinámica de la vida congregacional

A continuación quiero compartir tres estrategias prácticas que hemos implementado en mi iglesia local para que cada ministerio ayude a los niños y adolescentes a perseverar en su camino de madurez, a modo de invitación a que puedas reflexionar en cómo una estrategia pudiera lucir en tu iglesia y contexto.

#1. Introducir a los menores a una cosmovisión bíblica (0-3 años) 

Los primeros años de vida deben estar enfocados en descubrir al Creador y conocer a Su Hijo Jesús (cp. Jn 17:3). Aún desde temprano, en salas de cuidado para niños en edad de cuna, ya podemos enseñar a los infantes dos cosas por lo menos: (1) Dios existe y (2) la Biblia es un libro sagrado.

Un bebé aprende y absorbe mucho más de lo que pensamos:

  • Cuando lo tienes en brazos y comienzas a hablar con una Persona que no está presente físicamente (orar), el bebé comienza a entender que hay un Ser que existe aunque no se ve.
  • Cuando no se le permite morder ni jugar con la Biblia, comienza a entender que se trata de un libro especial.
  • Cuando un bebé integra a su rutina la asistencia a un grupo de personas que lo tratan con amor y cariño, donde se canta, se habla con esa Persona que no se ve y todos prestan atención a ese Libro especial, entonces comienza a entender que este grupo de personas (iglesia local) también es especial.

Lifeway, en su estudio Ages & Stages [Edades y etapas], propone 55 verdades que los niños pueden aprender sobre Dios, Jesús, la Biblia y la iglesia antes de cumplir tres años. Estas incluyen: Dios existe, Dios es bueno, Jesús me ama, la gente de la iglesia me ama, entre otras.

A lo que apuntamos en esta primera etapa es a introducir a nuestros hijos en el evangelio y la cosmovisión bíblica a una edad muy temprana (2 Ti 1:5; 3:14-15).

#2. Enseñar a los menores el evangelio en su totalidad (4-11 años)

Cuando los niños salen de la sala de cunas, ya pueden comenzar a escuchar historias más largas y, eventualmente, son capaces de hacer lecturas sencillas. Entonces, podemos entrenarlos en el evangelio en su totalidad, predicarles desde cada pasaje de la Biblia, enseñarles cómo el evangelio se aplica a sus vidas y cómo Dios creó una comunidad que llamamos «iglesia».

Los adolescentes que creen el evangelio deben entender que lo más importante en la vida es la gloria de Dios reflejada en Cristo y en Su iglesia

Por lo general, las clases para niños se han centrado en cautivar la atención de los niños con las historias populares del Antiguo Testamento. Sin embargo, debemos apuntar a que comprendan el mensaje de redención que atraviesa toda la Biblia y tiene su centro en la vida de Jesús.

Si queremos formar discípulos y miembros de nuestra iglesia, también debemos entrenarlos para seguir la dinámica de la vida congregacional. Esto significa que en las clases deben aprender a cantar, orar y escuchar la Palabra en comunidad (Dt 31:12-13). No estoy diciendo que tengan una reunión diferente y simultánea de la reunión dominical de adultos. Más bien, me refiero a clases o ministerios que suceden fuera del culto general, como la escuela dominical, una «hora feliz», grupos de preadolescentes o cualquier otro ministerio apuntado a niños entre 4 y 11 años.

La idea es que los niños, al entrar en la adolescencia, puedan conocer a Jesús, tener el hábito de asistir a la iglesia, bautizarse y hacerse miembros de ella. Claro que todo está en las manos de Dios, pero la iglesia debe trabajar hacia esa meta, ayudando a las familias a guiar a sus hijos para que tengan una relación personal con Jesús.

Estos son algunos recursos que pueden resultar útiles en esta etapa:

#3. Entrenar a los menores para servir en la iglesia (12-18 años)

Queremos que los adolescentes que han creído en el evangelio entiendan que lo más importante en la vida es la gloria de Dios reflejada en Cristo y en Su cuerpo, que es la iglesia (Ef 3:14-21). Queremos que entiendan que, si son seguidores de Cristo, Él los llama a un compromiso con un pueblo que necesita de sus dones (1 Co 12:7).

Es importante que aprendamos a ver los ministerios que trabajan con menores de edad como parte del proceso de discipulado cristiano

Digo esto porque, por lo general, los ministerios que trabajan con menores de edad se centran tanto en servir a los niños y adolescentes (lo cual es bueno), que ellos terminan por cultivar la idea de que van a la iglesia para ser servidos o, peor aún, para ser entretenidos. El problema es que, si se acostumbran a esto, puede llegar una edad en la que la iglesia ya no les ofrecerá algo que les guste y no querrán ir más.

Por lo tanto, la meta para los adolescentes es que entiendan la importancia de la comunión y el servicio en la iglesia. Para alcanzar este objetivo, debemos iniciar desde temprano. En nuestra iglesia, por ejemplo, los niños de 3-6 años pueden decorar cartas a las viudas de la congregación para el día de los enamorados, aportar dinero para comprar biblias para una nueva plantación y los alentamos a orar unos por otros. Entre los 7-11, algunos chicos ayudan con las diapositivas de las canciones de la reunión que tenemos durante la semana y ofrendan dinero para los esfuerzos misioneros de la iglesia.

Cuando llegan a la adolescencia, están listos para sus primeras experiencias de servicio en ministerios. Por ejemplo, en nuestra iglesia en los Estados Unidos, Noah y Seth (15 y 17) participan del equipo de música en las reuniones de los miércoles; Autumn y Claire (13 y 15) ayudan a las madres en la sala de cuna un domingo cada seis semanas; Ben (16) sirvió en la reunión del domingo con la presentación de las diapositivas gracias a que su hermano Luke (18) lo entrenó.

Estos adolescentes y jóvenes son creyentes miembros de nuestra iglesia, son parte de una comunidad intergeneracional que vela por sus almas, oran con otros creyentes regularmente y sirven con sus dones según las habilidades que Dios les ha dado. ¡Qué tremenda bendición haber visto a estos menores crecer en su fe, y ser parte integral de nuestra iglesia! (2 Jn 1:4).

Formando discípulos

Quiero terminar enfatizando que es importante que aprendamos a ver los ministerios que trabajan con menores de edad como parte del proceso de discipulado cristiano.

No estamos solo para cuidar bebés, entretener niños o enseñarles a los adolescentes a divertirse de forma sana. No trabajamos para evitar que los adultos se distraigan mientras son discipulados en la iglesia. ¡Estamos discipulando para hacer y madurar creyentes!

Si Dios nos llama a pasar la fe a la siguiente generación, seamos fieles en todas las etapas de la vida de nuestros niños y jóvenes

Servimos a las familias acompañando a sus hijos en el camino de la fe. Queremos que los niños y adolescentes de nuestra iglesia conozcan a Jesús. Y que aquellos que han puesto su fe en Él, se formen como discípulos comprometidos con su comunidad. Si esperamos a los dieciocho años para discipularlos, será tarde (Sal 78:1-8).

Recuerda que Dios nos llama a pasar la fe a la siguiente generación. Seamos fieles en todas las etapas de la vida de los niños y jóvenes que nos rodean.


1. Este «proceso» es una propuesta mía, aunque no es del todo original. Recoge el aporte de diferentes fuentes y, en especial, de Carey Nieuwhof.
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