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Una muy buena amiga perdió a su padre a temprana edad. Ella creció sin una figura paterna y sin la bendición de ser formada por esa presencia desde sus primeros años de vida. Mi amiga aún llora por la tristeza de no tenerlo a pesar del poco tiempo compartido con él. La ausencia de su padre hizo eco en su corazón desde entonces y especialmente hoy, en el día de su boda.

Sin embargo, en medio de su tristeza, mi amiga encontró en Dios a un buen Padre que la adopta, transforma y le provee una esperanza firme en el evangelio de Cristo. El plan perfecto de Dios de salvar a Sus hijos está lleno de Sus bondades para enfrentar toda carencia humana. Nuestras mentes limitadas y corazones necesitados no lo comprenden en su momento, pero cuando experimentan el amor de Dios como Su Padre Celestial todo cobra sentido.

Esperanza por medio de la santificación

Quizás, al igual que mi amiga, perdiste a tu padre o nunca lo conociste. Sea cual sea tu historia, el evangelio de Cristo te provee esperanza en medio de tu pérdida. Sí, la ausencia de un padre es la pérdida de una relación que se puede transformar, en gracia, por medio de otra relación: con Dios Padre. Si has creído el evangelio, puedes tener certeza de que Dios te ha escogido desde antes que lloraras al salir del vientre de tu madre. Él ya te conocía y te preparaba para Él.

La ausencia de un padre es la pérdida de una relación que se puede transformar, en gracia, por medio de otra relación: con Dios Padre

Por medio de la fe en Cristo Jesús, en Su obra de muerte y resurrección, tienes acceso a una relación eterna, completa y perfecta con Dios. Él es quien suple tu necesidad de amor y calma el dolor que viene al no tener un padre presente para guiar, instruir y corregir el camino que transitamos. Esta necesidad puede traer desesperanza e incertidumbre que te lleve a preguntarte: ¿Estaré completa para vivir? ¿Tendré que trabajar más por mí debido a la falta de un padre? La Biblia te responde: «Aunque mi padre y mi madre me abandonen, tú, Señor, te harás cargo de mí» (Sal 27:10) ¿Cómo lo hará? Santificándote para Él.

El Espíritu Santo nos ayuda en Su obra de santificación que consiste en transformar nuestros corazones, pensamientos y afectos a la semejanza de Cristo para afirmarnos en la verdad de que Él no nos abandonará. Dios está obrando en nosotras para informar y transformar nuestras áreas de necesidad con el mensaje del evangelio hasta que Cristo regrese por nosotras (Fil 1:6). Esta verdad provee una esperanza firme para cada momento de tu vida porque te recuerda que no estás sola ni estás a la deriva en cuanto a lo que un padre debía hacer por ti y no tuviste, porque Dios nos sustenta todos los días.

Esperanza por medio de la adopción

¿Cómo tienes certeza de la santificación? Por medio de la adopción. Dios te ha adoptado por la fe en Cristo (Gá 3:26) porque has nacido de Él, de Su voluntad (1 Jn 5:1; Jn 1:12). ¡Eres Su hija! No estás incompleta. En Él tienes todo lo que necesitas en una relación de Padre e hija. Ciertamente, el no poder ver a Dios es difícil para nuestra humanidad y por eso es una relación de fe que ejercitamos diariamente al llenarnos de las Escrituras.

La adopción también te recuerda que perteneces a la familia de Dios, por su sola gracia, para ser exhortada y enseñada a conocer más a nuestro Padre. Es con esta familia con quien compartimos la misma esperanza de aquel día glorioso en que estaremos en completo gozo con Él. En aquellas festividades como el Día del Padre, el día de tu boda, en tu cumpleaños o cualquier fecha en la que es común que un padre esté presente, tú puedes encontrar refugio y consuelo en tu familia de la fe. ¡No estás sola!

La familia de la fe es una buena noticia para nuestra alma ya que, en ocasiones, podemos caer en la soledad, la confusión, la incertidumbre o en el autocompadecimiento. La adopción es una verdad que necesita crecer progresivamente en nuestros corazones para que cuando la mentira te aceche y diga que no tienes esperanza de ser una mujer completa y plena porque no tuviste un padre, tú puedas correr con certeza a tu Padre Celestial, quien te espera siempre con brazos abiertos.

Hoy puedes disfrutar de una relación profunda y verdadera con tu Padre Dios como una primicia de lo que te espera en la eternidad

La realidad es que todos venimos a Dios incompletos, quebrantados y lastimados. Es por Su gracia y misericordia que nos trae a Él con cuerdas de amor para disfrutar gratuitamente de una relación de Padre e hija donde hay consuelo, instrucción, guía y disciplina. No tenemos que hacer algo para ganarnos Su amor, ni Su amor está sujeto a nuestro comportamiento. Al contrario, por medio de la fe en Cristo podemos responder en obediencia ante Su gracia, de tal manera que mostremos al mundo la hermosa paternidad que Él nos ha extendido.

Esperanza firme ante el dolor

Todos los hijos de Dios tenemos una esperanza firme ante el dolor de las carencias que experimentamos en este mundo caído, pues estas no durarán para siempre. En medio de la ausencia de tu padre, hoy puedes disfrutar de una relación profunda y verdadera con tu Padre Dios como una primicia de lo que te espera en la eternidad. Mientras los recuerdos, las comparaciones o tu propio dolor te llamen a responder con enojo, desesperanza e incertidumbre, recuerda que el evangelio de Cristo te santifica y transforma para responder ante la gracia, esperanza y ayuda que tienes en tu Padre Eterno. Solo en Él estarás completa.

Querida amiga, haz de este pasaje el lema de tu vida: «Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos» (1 Jn 3:1). Recuerda esta verdad en los días difíciles, junto con la esperanza que tiene forma de Cristo: Aquel que se hizo carne para compadecerse de ti, para interceder al Padre por ti, y para prometer que nada, absolutamente nada, te separará de Su amor (Ro 8:38-39). ¡Qué gran esperanza hay para ti, todos los días de tu vida!

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