El legalismo, esta famosa palabra que empieza con la letra “L”, es una de las palabras más feas. Se le define como la idea que nosotros mismos podemos ser justos delante de Dios, y ataca violentamente al glorioso evangelio de Cristo. Ve la obra de expiación sustitutiva de Cristo y dice: “Lo lamento, no es suficiente”. Confunde el camino al perdón, empaña el evangelio de gracia, pone cargas pesadas que nadie puede llevar, aplasta la esperanza, y echa leña al fuego de nuestra desesperación. Declara que el hombre posee las herramientas para propiciar la justa ira de Dios por nuestros pecados.
Por eso, el legalismo es mortal y hay que oponerse a él en todo nivel. Pablo lo llamo OTRO evangelio, cuyos defensores son anatemas y están condenados (Gá. 1:8-9). Por consiguiente, el etiquetar algo/alguien como legalista debería hacerse con precaución. El inculpar con esta acusación es decir que esta cosa/persona está en peligro de propagar un sistema que no SALVA y que pisotea la cruz de Cristo. Entonces, si etiquetamos algo como legalista, debemos comprender a fondo el evangelio, la definición del legalismo, y qué es lo que está sucediendo exactamente con aquello a lo que etiquetamos como legalista. De lo contrario, cometeremos un pecado al etiquetarlo como algo que se opone a la cruz de Jesucristo. Aun así, con frecuencia, el decir que algo es legalista se usa con exageración.
Cada vez más he interactuado con cristianos que están fielmente y en humildad ocupados en su salvación con temor y temblor (Fil. 2:12), y han sido acusados de ser legalistas. Como tales, ellos están siendo amonestados erróneamente acerca del cuco del legalismo. Y hay muchos de estos monstruos que acechan al cristianismo, según he escuchado. A continuación se describen cinco cucos a los que normalmente llamamos legalismo y a los que tenemos que ahuyentar.
1. Animar a otros a abandonar el pecado y obedecer los mandamientos de Cristo.
Este error común normalmente se comunica de esta manera: “Entiendo lo que usted me dice de ________ en mi vida, pero honestamente, Romanos dice que soy libre y perdonado. ¡Deje de poner estas cargas legalistas en mi vida! ¡Nadie es perfecto!”. Pero eso está muy lejos de ser legalismo. En la Epístola de Gálatas, Pablo dice: “Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gá. 6:1-2).
Démonos cuenta de que, cuando ayudamos con gentileza a otros a arrepentirse de sus pecados y a obedecer a Cristo, lejos de ser legalismo, en realidad estamos cumpliendo “la ley de Cristo” (v. 2). Es algo hecho por amor. Estás dejando a un lado tu comodidad, el control de tu tiempo, y potencialmente, que esa persona deje de considerarte su amigo, por algo más grande: el amor.
Nos hacemos la pregunta: ¿cómo puede ser eso amor? Fomentar el arrepentimiento es como animar a alguien que tiene el boleto ganador de la lotería a que haga el esfuerzo para que salga de su casa, busque una manera de transportarse y vaya a la capital para recibir su premio. Es cierto que es necesario hacer un pequeño esfuerzo, y quizá sea inconveniente el tener que salir y llegar (confesar y apartarse del pecado), pero la recompensa al llegar a la capital (la restauración, el perdón de Dios, el amor inmutable de Cristo) supera en gran manera los inconvenientes y dificultades.
La obediencia es lo mejor que tiene Dios para nosotros. Tenemos la oportunidad de obedecer. Tenemos que cambiar nuestra mentalidad cuando pensamos que el arrepentimiento y el buscar una mayor obediencia es alguna especie de fastidio. El arrepentimiento y la obediencia no son algo que deberíamos hacer con la mentalidad de “sonríe y aguanta”, de la misma manera que tomamos ese batido (para nada delicioso) de vegetales crudos que nuestro médico recomendó. Pero por el poder del Espíritu, el arrepentimiento y andar en obediencia no son más que las avenidas abigarradas de la gracia, la seguridad y la intimidad con nuestro buen Dios, en las que tenemos que caminar.
2. Estar desanimados por nuestra falta de obediencia a los mandamientos de Dios
Este cuco se presenta diciendo “¡No! Vamos, no te sientas mal por tu pecado. ¡Eres demasiado duro contigo mismo, qué legalista!”. Este cuco tiene una aversión a ser quebrantados por nuestro pecado y de duelo por nuestra desobediencia. Pero, ¿es eso legalismo? “Todo esto lo hizo mi mano, y así todas estas cosas llegaron a ser —declara el Señor. Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra” (Is. 66:2).
El ser “contrito de espíritu” tiene la idea de ser débil o quebrantado en espíritu, un espíritu similar al de Pentecostés (Hch. 2:37), cuando estaban destrozados por su pecado. Dios ve favorablemente tal comportamiento. Stuart Scott ha dicho con razón, “Nunca encontramos que las Escrituras digan: ‘Vamos, estás pensando demasiado poco de ti mismo’” (El esposo ejemplar, 157). En manera similar, Cristo dijo: “ Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, pues ellos serán consolados” (Mt. 5:3-4).
Con respecto a una mentalidad legalista, el desánimo sobre el pecado es una actitud agradable a Dios. Tú eres bendecido porque ese comportamiento da evidencia de que eres parte del Reino de los cielos y estás bajo la gracia del favor divino.
3. Un sentimiento de culpa
La culpa, o una sensación de haber violado los mandamientos de Dios, no es de por sí legalista. Este cuco protesta: “¡Eso fue tan legalista, me hiciste sentir culpable!”. Esta idea presupone que un sentimiento de culpabilidad es automáticamente malo y es legalista. Pero sentirse culpable puede ser algo bueno. Funciona como la alarma o detector de humo de nuestra alma.
Sin duda es posible sentir culpa por razones equivocadas, por ejemplo, si tengo una conciencia mal informada. Pero podría sentirme culpable por causa de algún pecado. Eso quiere decir que cuando la culpa llega, en vez de atribuirla al legalismo, debo investigar qué es lo que detonó esa alarma. Además, acusar al legalismo como respuesta a nuestro sentimiento de culpa es poner nuestras emociones, que son subjetivas, como el punto más determinante en ese aspecto.
Sin embargo, el legalismo debe ser evaluado, no por sentimientos, sino por la verdad bíblica. Deberíamos preguntarnos: esta persona, ¿estaba en realidad poniendo estándares legalistas en mi vida? Lo que me dijeron, ¿insisten en que debo hacer tales obras para ganar mi justicia delante de Dios? O quizá, lo que ocurre es que estoy espantando la obra de convicción del Espíritu Santo y llamándolo legalismo.
La culpa es, a menudo, un regalo amoroso de Dios para nosotros, que tiene el propósito de provocar el arrepentimiento en lo que creemos o en nuestra vida. En Lucas 18:13, el recaudador de impuestos estuvo bajo el peso aplastante de la culpa, y no fue por un sentir de legalismo, sino por el poder de Dios que trajo convicción a su vida. ¡Su culpa fue un regalo de la misericordia de Dios para provocar arrepentimiento para su salvación! Jesús elogia su actitud de total quebrantamiento. Richard Greenham escribió: “Nunca ninguno de los hijos de Dios fue consolado completamente, sino que primero fueron humillados por su pecado”. La presencia de culpa no es un indicador automático de legalismo.
4. Un gran deseo de crecer en madurez espiritual
Este dice: “Oye, ¿por qué estas tan enfocado en querer madurar y crecer? Estás poniendo un estándar legalista en tu vida. Es legalista pensar tanto en crecer”. Nosotros no debemos meditar todo el día diciéndonos “debo crecer, debo crecer”. Sin embargo, un deseo interno de que Cristo sea formado en nuestras vidas es una señal de salud espiritual. Es una actitud que está relacionada con Cristo, cuando dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados” (Mt. 5:6).
Como un bebé con un apetito voraz, un anhelo consistente de crecer en Cristo es una señal de la presencia y salud del Espíritu en nuestras vidas. Somos salvos para crecer. Al igual que un bebe recién nacido, nacemos del Espíritu para madurar hacia una adultez espiritual. Los autores del Nuevo Testamento reprenden a las personas que profesan ser cristianas, por no haber avanzado en su madurez espiritual (1 Co. 3:1-2, He. 3:1-2, He. 5:11-14). Es más, el apóstol de la gracia deseaba con ansias aumentar su madurez espiritual, sin ser de ningún modo legalista, al mismo tiempo (Fil. 3:12-14).
5. Esfuerzo en seguir los mandamientos de Cristo
Este es uno de los errores más trágicos, ya que este cuco dice: “Relájate, no trates tanto de obedecer a Dios. Tú eres libre en Cristo, así que ‘déjalo ir y que Dios se encargue’”. Por lo tanto, reprende a los humildes santos que hacen el esfuerzo y tienen la consideración para descubrir cómo obedecer a su Señor. Irónicamente, esta etiqueta de “legalismo” se pone sobre una persona, como una solución después de la convicción que se da luego de observar el testimonio de piedad en la vida de la otra persona.
Pero, ¿es esto legalismo? Teniendo en cuenta las realidades redentoras, Pablo exhorta a las iglesias: “Por tanto, mis amados hermanos, estad firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Co. 15:58). “Así que, amados míos… ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito” (Fil 2:12-13). El apóstol de la gracia detestaba con justa razón el legalismo con todas sus fuerzas (Gá. 1:8-9, 2:3-5), al mismo tiempo que exhortaba simultáneamente a todos los que están en Cristo a “abundar siempre” en obediencia y “ocuparse en vuestra salvación”, aspectos que no llegan sin esfuerzo.
Como Demarest escribe: “Tomar la ley de Dios en serio no constituye legalismo en la vida de un cristiano” (The Cross and Salvation, 423). Y Schreiner en su libro, 40 Questions About Christians and Biblical Law, escribe: Algunos que entienden la gracia reaccionan en exceso y descartan las áreas del Nuevo Testamento que hablan de cómo deberíamos actuar y qué debemos hacer. ¡De esta manera llegar a ser más “bíblicos” que la Biblia! Pero la gracia y las demandas no están necesariamente opuestas la una a la otra. La gracia de Dios también nos da la capacidad de vivir de una manera que agrade a Dios, incluso si nunca alcanzamos perfección… [Pablo] no creía que aquellos mandamientos llevarían a los cristianos a convertirse en legalistas; de lo contrario, él no hubiera incluido aquellos mandamientos” (229).
Además, la obediencia es algo que ya fue previamente planificada para el pueblo de Dios. “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”. (Ef. 2:10). Como una consecuencia inevitable de la justificación, la necesidad de esforzarnos para obedecer está en el plan original de la santificación.
Además, este cuco puede ser espantado en base al ministerio del Espíritu Santo. Mediante la fe en Cristo, el Espíritu Santo viene a revertir nuestra depravación, haciéndonos capaces y dispuestos para obedecer a Dios. Esto fue profetizado cuando Dios dijo: “Pondré dentro de vosotros mi espíritu y haré que andéis en mis estatutos, y que cumpláis cuidadosamente mis ordenanzas” (Ez. 36:27). Observe que el ministerio del Nuevo Pacto del Espíritu Santo nos permite una cuidadosa obediencia. De manera similar, Pablo enseña que una de las consecuencias de la salvación es “que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. (Ro. 8:4).
En este sentido, el teólogo Schreiner escribe: “Cumplir con la ley es necesario para la justificación y es inalcanzable, mientras que cumplir con la ley es la consecuencia de la justificación y el resultado de la obra del Espíritu” (Gálatas, 335). Uno de los principales ministerios del Espíritu es el provocar una cuidadosa atención a los mandamientos de Dios en las personas redimidas.
A veces se objeta: “Bueno, no debemos pensar en tratar tanto. Solo relajémonos y pensemos en las realidades redentoras”. Sin duda, la plenitud de nuestra vida cristiana no constituye el predicarnos a nosotros mismos: “esfuérzate más, esfuérzate más” todo el día. Sin embargo, tampoco podemos evitar pensar en la obediencia. La carne está activa. Nuestro primer pensamiento no es, por ejemplo: “Yo me deleito en cantar alabanzas después que uno de mis cheques acaba de rebotar, los niños están enfermos, el coche se daño de nuevo”. La obediencia requiere esfuerzo. Y ese esfuerzo es bueno.
Usted no debe tener miedo del cuco del legalismo, especialmente si en realidad quiere obedecer y debe esforzarse al hacerlo. Tanto el deseo, como el esfuerzo y la acción son agradables ante Dios. En ese sentido, Cristo aseguró a su pueblo que tratar de obedecerle no es legalismo en absoluto: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn. 14:15). Entonces el llamar a alguien legalista por hacer eso es erróneo. Es equivalente a decir: “dejar de amar tanto a Cristo”. Imagínese llegar al cielo que Dios el Padre le dice: “Sabes, me hubiera gustado que no te esfuerces tanto en obedecer y amar a mi Hijo. Eso fue tan legalista de tu parte”.
Dios se complace con sus hijos que hacen el esfuerzo por obedecer, porque saben que como un niño pequeño están seguros en su familia y no van a ser repudiados. En vista de esa seguridad familiar, aman tanto a su padre, que se deleitan en complacerle. Se esfuerzan, no por ganar su justicia delante de Dios, sino porque ya tienen esa justicia. Los creyentes, entonces, pueden buscar esforzadamente de forma segura y con gozo la obediencia, siendo libres de la paranoia del cuco del legalismo. Con Pablo, ellos pueden decir: “Por eso, ya sea presentes o ausentes, ambicionamos serle agradables” (2 Co. 5:9).
Donde realmente exista el legalismo, debemos resistirlo y oponernos a él en todo sentido. Pocas cosas estropean a la Persona y a la obra redentora de Jesucristo como el legalismo. Pero seamos cuidadosos y deliberados, para asegurarnos de que nos estamos oponiendo a un legalismo real y no a un cuco que no existe.



