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En la iglesia de hoy es común interpretar la enseñanza bíblica sobre el pecado de una manera que evita los detalles para que podamos salir intactos.

Recorremos las listas de pecados de las Escrituras y marcamos tranquilamente cada uno de ellos, pensando: «Inocente». En algunos casos, nos acostumbramos a escuchar las advertencias de la Escritura, cayendo presa de una familiaridad con las palabras que nos impide sentir toda su fuerza. Lo peor de todo es que leemos sobre el pecado en las Escrituras y pensamos en otros que luchan, sin dejar que esos adjetivos desagradables («avaricioso», «lujurioso», «irascible», «necio») se acerquen demasiado a nuestra propia percepción. Con demasiada frecuencia, pensamos en los pecados como acciones que realizamos y pasamos por alto las formas sutiles en que pecamos en nuestras actitudes o desarrollamos patrones pecaminosos del corazón.

El Nuevo Testamento sobre el dinero

Creo que el mejor ejemplo es la forma en que muchos cristianos interpretan y aplican enseñanza del Nuevo Testamento clara y consistente sobre el deseo y la adquisición de riqueza. Así es como lo justificamos:

Ganar dinero es algo bueno, ¿no? Gastar dinero es algo neutral, ¿no es así, siempre y cuando no sea algo inmoral o injusto? Por lo tanto, mientras sea honesto en la forma en que hago y gasto el dinero, y mientras busque sinceramente administrar bien mi riqueza, las advertencias sobre la riqueza no se aplican realmente a mí. Claro que hay gente «codiciosa», que se frota las manos con la expectativa alegre de adquirir más riqueza y superar a otros, pero ese no soy yo. 

Al adoptar esta mentalidad, cuando leemos el relato de un hombre que pide a Jesús que intervenga en una disputa por la herencia con su hermano, y escuchamos la orden de Jesús de «estar atentos y cuidarse de toda forma de avaricia» (Lc 12:15), podemos esperar que las personas avariciosas y codiciosas tomen nota, pero no vemos ningún peligro inminente para nuestra propia vida espiritual.

Pero la incapacidad de escuchar (realmente escuchar) la seriedad de la advertencia de Jesús es un problema. Es peligroso. Refleja nuestro olvido ante el peligro espiritual que la acumulación de riquezas supone para el alma humana.

Mamón en marcha

Jesús dice «¡Cuidado!» y «Estén atentos», como si hubiera un enemigo silencioso y sigiloso que se acerca disimuladamente a una persona desprevenida, listo para atacar. Nos gusta pensar que la riqueza y las posesiones son objetos inanimados que nos ayudan si los usamos correctamente, pero que son básicamente neutrales. Por eso en nuestras iglesias advertimos contra el abuso o el mal uso de la riqueza, y enseñamos sobre la buena administración para que podamos maximizar y aumentar nuestra riqueza. Pero rara vez hacemos sonar la nota de alarma de Jesús y los apóstoles en este asunto.

Los predicadores en los Estados Unidos a veces son criticados por evitar temas delicados, sin enfrentarse con valentía a los pecados respetables de nuestra sociedad, sobre todo los relacionados con el comportamiento sexual. Pero incluso aquellos que pregonan las advertencias de las Escrituras hacia los inmorales sexuales, rara vez suenan como Jesús cuando pronunció palabras contundentes y chocantes a los ricos. Una y otra vez en los evangelios, Cristo advirtió sobre el peligro mortal que acompaña a la acumulación de más y más posesiones. El resto del Nuevo Testamento incluye advertencias similares, al igual que los grandes teólogos y predicadores de la iglesia antigua.

Un líder del siglo III, Cipriano, habló de las riquezas como un impedimento potencial para el crecimiento en la piedad, viendo que las posesiones mantenían a la gente con «cadenas que les encadenaban su valentía, ahogaban su fe, obstaculizaban su juicio y estrangulaban sus almas».

Exhortando a su congregación, preguntó: «¿Cómo pueden seguir a Cristo los que están atados a su herencia? Se creen dueños, cuando son ellos los que están poseídos: esclavizados como están a sus propiedades, no son los dueños de su dinero, sino sus esclavos».

Contrasta la urgencia de este tipo de sermón con la enseñanza cotidiana en las iglesias de hoy, en la que rara vez se incluyen advertencias sobre los peligros de la riqueza y, en cambio, se centra en maximizar las ganancias financieras. Los antiguos predicadores no recomendaban pequeños ajustes en nuestra perspectiva financiera ni ofrecían consejos de inversión para poder gestionar bien nuestro dinero. En primer lugar, pedían una revisión radical de la forma en que pensamos en el dinero y las posesiones. ¿Por qué? Porque Jesús mismo advirtió sobre el engaño de las riquezas y también porque está en juego el estado de nuestras almas.

El dinero miente

Jesús nos dice en la parábola del sembrador que la semilla que se sembró entre espinos y cardos se ahoga, en parte, por el «engaño de las riquezas» (Mt 13:22). En otras palabras, el dinero miente. Jesús da a entender que la riqueza desempeña un papel activo y siniestro en el engaño del corazón humano.

Cuando Jesús nos dijo que no podemos servir a la vez a Dios y al dinero, utilizó «Mamón», la personificación de las posesiones, para comunicar el punto, muy parecido a lo que podríamos decir hoy en día, «El todopoderoso dólar». Pero no pierdas de vista lo que sucede aquí. El enfoque no está en cómo usamos el dinero (ya sea responsablemente o no, honestamente o no). El enfoque está en el poder de Mamón y la influencia sutil y demoníaca que ejerce sobre las personas.

Riesgo para tu salud

Las Escrituras muestran por todos lados grandes luces intermitentes que dicen: «¡El dinero puede ser perjudicial para tu salud!». Lo que significa que cada vez que vemos una fuente inesperada de ingresos, una cuenta bancaria rebosante o recibimos ese esperado aumento de sueldo, debemos reconocer que el aumento de la riqueza es útil y perjudicial al mismo tiempo.

La facilidad con la que gastamos el dinero puede distorsionar nuestras prioridades y reestructurar nuestros corazones hasta que empezamos a ver todo y (peor aún) a todas las personas en términos de valor e importancia para nosotros. Una de las formas en que el dinero nos cambia, escribe Andy Crouch, es que «nos permite conseguir cosas, a menudo por medio de otras personas, sin los enredos de la amistad». Mamón hace su trabajo cuando nos aísla de los demás, o nos pone en comunidad con otros que nos miden en función de lo que podemos ofrecer, o al dominar nuestros corazones y engañar nuestras mentes. Crouch escribe:

Dios quiere poner todas las cosas al servicio de las personas y, en última instancia, hacer florecer la creación a través del florecimiento de las personas. Mamón quiere poner a todas las personas al servicio de las cosas y, en última instancia, provocar la explotación de toda la creación.

Nuestro dinero nos miente constantemente. Cada vez que vemos nuestra acumulación de activos o el aumento de dólares en nuestra cuenta, Mamón nos susurra: Yo soy tu seguridad. Yo soy tu esperanza. Yo hago posible la buena vida.

Mientras tanto, Jesús exclama: «¡Es mentira! Aun cuando alguien tenga abundancia, su vida no consiste en sus bienes» (Lc 12:15). El apóstol Pablo hace eco del Salvador: «¡Es una trampa! Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición» (1 Ti 6:9).

Por lo tanto, la próxima vez que leas una de estas advertencias, escuches un sermón sobre las riquezas, te encuentres pensando en el dinero, deseando un aumento de sueldo o tratando de llegar a fin de mes, haz una pausa. No te precipites. Escucha con atención, para que las advertencias de Jesús y los apóstoles hablen más fuerte que el rugido ensordecedor del monstruo Mamón que se apodera de la sociedad que habitamos.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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