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Encontrando a Dios en la ansiedad de la sala de espera

Miré con cautela a mi alrededor preguntándome: ¿podrían otros en la sala de espera oír mi corazón latir con fuerza? Hace solo cuatro días un médico de oído, nariz, y garganta había interrumpido nuestras vidas con noticias impactantes: nuestro hijo de 22 años aparentemente sano parecía tener un tumor cerebral.

Hacía solo tres días, una resonancia magnética en el hospital local había confirmado el diagnóstico. Hacía solo dos días, habíamos compartido las desgarradoras noticias con sus hermanos y los cónyuges de ellos. Y justo ayer habíamos llorado durante los himnos en la iglesia, proclamando la bondad de nuestro buen Padre. Ahora, una larga hora había pasado desde que nuestro hijo había sido ingresado en el centro de tumores más importante de nuestra región.

¿Alguna vez has estado allí? ¿En una sala de espera en medio de una crisis de salud? Si no has estado, seguro conoces a alguien que sí, a alguien que ha experimentado la angustia de la espera, del latir del corazón, el agitar del estómago y el palpitar de la cabeza. A medida que pasan los minutos en la sala de espera, tu mente se sumerge en inquietantes “y que si…”.

¿Y qué si es cáncer?

¿Qué si pierdo mi trabajo?

¿Qué si no puedo ver a mis nietos crecer?

¿Qué si… mi hijo muere?

Estas y otras preguntas perturban la paz de enfermeras y pacientes por igual, a medida que ellos enfrentan con agonía una grave crisis de salud.

El diagnóstico del tumor cerebral de nuestro hijo coincidió con la batalla que mi padre de 83 años tuvo contra el cáncer de próstata de grado 4. Siendo yo quien cuidó de mi padre, ahora también me convertía en la cuidadora de mi hijo. Al pasar cientos de horas difíciles en varias salas de espera, me encontré una y otra vez con la esperanza del evangelio.

En la incertidumbre de una crisis de salud, las siguientes realidades del evangelio pueden calmar nuestros corazones ansiosos, brindándonos paz y esperanza.

1. Nada puede separarnos del amor de Dios

El evangelio contradice la cosmovisión común del siglo XXI de que la libertad individual y el autogobierno brindan consuelo. La Biblia afirma que pertenecer al Señor trae consuelo. Después de la tercera cirugía cerebral de nuestro hijo, él mismo dio testimonio de este consuelo.

Estaba recordando su difícil viaje tumoral con algunos visitantes: dos cirugías cerebrales para extirpar el tumor, y una tercera después de que su herida se había infectado. En la tercera se retiró un trozo de su cráneo. Nuestro hijo y sus visitantes se reían del feo casco de espuma color marrón que le ordenaron usar para proteger su vulnerable cráneo. Un visitante, un amable caballero de más edad, comentó que si alguien podía lograr pasar por esto, era nuestro hijo, debido a su notable valentía. La risa se detuvo. Todo quedó en silencio por un momento. Nuestro hijo entonces habló lentamente, con lágrimas en los ojos:

“Nada… nada me puede alejar de Jesús, de mi familia, y de mis amigos”.

En las realidades perturbadoras de una crisis de salud, incluso cuando la muerte es una posibilidad real, debemos persuadirnos de que “si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos” (Ro. 14:7), y que “nada puede separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús” (Ro. 8:39). Esto trae consuelo, paz, y esperanza.

2. Dios gobierna sobre todo, incluyendo cada cabello de nuestras cabezas

En ese primer día en la sala de espera, mientras mi corazón latía con fuerza, mientras mi mente vagaba a través del “qué pasaría si…”, un pensamiento me golpeó: ¡Oh, no! ¡Su cabello! Me di cuenta de que nuestro hijo, que siempre había arreglado su cabello con cuidado, probablemente perdería esos mechones en la cirugía.

En las pérdidas de una crisis de salud, la paz y la esperanza provienen de saber que nuestro Padre celestial también es un Rey lleno de gracia.

Afortunadamente, inmediatamente después de percatarme de esta realidad desagradable, recordé algo que había estudiado recientemente, parte de la respuesta a la primera pregunta del Catecismo de Heidelberg:

También me preserva de tal manera que sin la voluntad de mi Padre celestial no puede caer un cabello de mi cabeza; de hecho, todas las cosas trabajan juntas para mi salvación.

En las pérdidas de una crisis de salud, la paz y la esperanza provienen de saber que nuestro Padre celestial también es un Rey lleno de gracia, que se preocupa con compasión y que gobierna con bondad sobre sus hijos (Mt. 10:29–31).

3. En Jesucristo tenemos perdón por los pecados

No es raro que las personas en la sala de espera experimenten un profundo sentimiento de remordimiento y culpa. El paciente que tiene una enfermedad terminal puede sentirse arrepentido. Los seres queridos pueden sentir enojo y frustración mientras cuidan al paciente. El perdón es particularmente una buena noticia en un tiempo así.

Un día, mientras estaba con mi padre en la sala de espera de oncología, recibí noticias que me enfurecieron. Anteriormente, cuando había consultado a mi papá mientras estaba fuera cuidando a nuestro hijo, él me dijo que andaba “muy bien”. Ahora, mientras estábamos sentados en esta sala de espera abarrotada, él me dejó saber que su quimio ya no funcionaba, y que había suspendido todo tratamiento. Estaba enojada porque me había mentido acerca de su condición. Mi ira lo hizo sentir culpable y avergonzado.

Afortunadamente, él me perdonó por estar enojada, y yo lo perdoné por mentir. Lo que nos trajo paz y esperanza en ese momento fue la verdad de Efesios 1:7: “En Él tenemos redención mediante Su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de Su gracia”.

4. Jesús está cerca

Saber que Jesús está cerca trae paz y esperanza a la soledad e incertidumbre de la sala de espera. Dos aspectos de su cercanía hacen soportable la espera.

Primero, Jesús está cerca de los quebrantados de corazón (Sal. 34:18). Su cercanía calma nuestra ansiedad, su cercanía nos cubre con la paz que solo se puede encontrar en Él.

Durante la tercera cirugía de nuestro hijo, que fue inesperada y, por lo tanto, hizo que estuviera sola en la sala de espera, mi ansiedad se disparó. Al esperar para saber si la infección en la herida se había extendido a su cerebro, mi corazón latía tan rápido que mi Apple Watch me instó a respirar. En lugar de eso elegí ponerme los audífonos y escuchar el himno: “Cuán dulce es confiar en Cristo”. Mientras escuchaba, la paz de Jesús se apoderó de mí, y me calmó como una madre calma a su bebé en pánico.

Segundo, la palabra griega usada en Filipenses 4:5 (“el Señor está cerca”), también se refiere a su pronto regreso. Esta temporada de ansiedad en la sala de espera no durará para siempre. Un día Cristo regresará, y nuestras más profundas esperanzas se cumplirán en la medida que renueve todos los cerebros, los corazones, y las extremidades rotas (Ap. 21:5). Ese día, Dios morará con su pueblo y conoceremos la paz verdadera y duradera.

Hoy, cuando pasamos momentos de tensión en la sala de espera, encontraremos paz y esperanza para recordar ese día, cuando finalmente viviremos como Dios nos diseñó, glorificándolo y disfrutándolo plenamente y para siempre.


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.
Imagen: Lightstock.
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