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Si alguien me preguntara cuál es la petición más importante que los discípulos traen a Jesús, la siguiente estaría entre mis posibles respuestas: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11:1). Una evidencia de esto es que el Señor está encantado de conceder esta petición, como se lee de forma concisa en los siguientes pasajes (Lc 11:2-4; cp. Mt 6:9-13). 

Aparte de esta porción de la Escritura, hoy en día disfrutamos de toda la Biblia para guiar nuestra vida de oración. De hecho, en los últimos años se han publicado varios libros que nos pueden echar una mano en cuanto a aplicar las Escrituras en nuestras oraciones (p.ej., La oración, de Tim Keller, y Orando la Biblia, de Don Whitney). Ellos destacan que el contenido de nuestras oraciones debería estar informado e impulsado por la Palabra.

En esta breve reflexión me gustaría compartir un solo ejemplo de esta aproximación para ilustrar su utilidad. Tomaré la oración de Ana en 1 Samuel 2:1-10 con el fin práctico de que oremos junto a ella. Muchos han observado que esta oración se parece mucho a un salmo en el que podemos encontrar cuatro de los elementos que nuestras oraciones necesitan.

1) Ora con gozo

Primero, fíjate en el gozo que caracteriza a esta oración, como respuesta a la forma en que Dios atendió la oración adolorida de Ana por un hijo en el capítulo anterior. Con todos los temas necesarios de intercesión y todas las causas por las que rogar a nuestro alrededor, las cuales nos llevan a clamar al Señor muchas veces con los ojos llorosos, rodeados de tantas necesidades y peticiones, ¿cuántas veces nos detenemos para reconocer lo bueno que es el Señor y dar gracias por cómo nos ha escuchado antes?

Dios nos invita a orar, entrar en su presencia y acercarnos al trono de la gracia con toda confianza

Ana empieza su oración así: “Mi corazón se regocija en el SEÑOR… por cuanto me regocijo en Tu salvación” (1 S 2:1). Obviamente, es normal vaciar de inmediato nuestros corazones de todas las peticiones que nos pesan (Fil 4:7; 1 P 5:7). De hecho, incluso Ana lo hace en el capítulo anterior (1 S 1:15). Pero muchas veces no empezamos nuestras oraciones con acción de gracias y gozo antes de vaciar nuestros corazones. Sin embargo, tal práctica merece nuestra atención si queremos una vida de oración más bíblica.

2) Ora con confianza

Además de orar con gozo, Ana ora con una confianza que nadie le puede quitar. Ella sabe que Dios es incomparable y que no tiene rivales cuando dice: “ni hay roca como nuestro Dios” (v. 2). Ha experimentado la forma en que este Dios único, eterno y soberano ha tratado con ella personalmente y contestado su oración (1 S 1). ¡Ella expresa incluso la esperanza de la resurrección para terminar con toda injusticia (v. 6)!

¿Cuánto más podemos hacerlo nosotros, que tenemos un entendimiento del evangelio más pleno? En Cristo reconocemos que “El que no negó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también junto con Él todas las cosas?” (Ro 8:32).

Es verdad lo que confiesa Ana, que Dios es Señor de toda la creación (v. 8) y, aún así, “guarda los pies de sus santos” (v. 9). También es verdad que “el Señor es Dios de conocimiento” (v. 3) y, aún así, nos invita a orar, entrar en su presencia y acercarnos al trono de la gracia con toda confianza (He 4:14-16).

3) Ora con adoración

En tercer lugar, la teología de la oración de Ana la lleva a adorar. Postrarse ante el Señor la llena de gozo y, en plena confianza, le permite reflexionar en los atributos centrales de quién es Dios, los cuales ocasionan el mismo gozo y la misma confianza.

Si seguimos a Jesucristo tenemos un entendimiento mucho más amplio que Ana sobre el carácter de Dios revelado en el Mesías Jesús

Ana adora y confiesa la unicidad de Dios (v. 2), su omnisciencia (v. 3), su soberanía sobre la vida y la muerte (v. 6), y su justicia (v. 7-9). ¿Reflexionar en estas cosas te mueve a la adoración también? Si bien la adoración nos lleva a la intimidad con Dios en oración, o bien la adoración sale de momentos de reflexión en oración, al orar bíblicamente parece evidente que estos dos elementos van de la mano.

4) Ora con humildad

Por último, la oración de Ana sale de un corazón con una humildad que, sin duda, es producida por la adoración que acabamos de mencionar. Ella reconoce que “no por la fuerza ha de prevalecer el hombre” (v. 9). Yahvé es quien humilla y exalta (v. 7). Solo en Él encuentra Ana su fortaleza (v. 1). También el orden de la oración en sí sugiere que la misma produjo humildad en Ana. Ella empieza fijándose en su propia situación, con “mi fortaleza en el SEÑOR se exalta” (v. 1), y termina con los ojos fijos en el Mesías: “ensalzará el poder de Su ungido” (v. 10).

Como ya mencionamos, si seguimos a Jesucristo tenemos un entendimiento mucho más amplio que Ana sobre el carácter de Dios revelado en el Mesías Jesús. También tenemos nuestras vidas de oración fortalecidas por la presencia del Espíritu Santo en nosotros y disfrutamos de motivos de confianza multiplicados por la gracia que Dios obra abundantemente en nosotros (Ef 3:20). Sin embargo, la oración de Ana no pierde su valor a la hora de entrenarnos en la escuela de oración. Nos transmite no solo algunos elementos necesarios en nuestras oraciones, sino también la actitud de humildad y el contenido para moldearnos, proporcionarnos una guía, y llevarnos de la mano versículo a versículo.

¿Han cambiado algunas de estas verdades hasta el día de hoy? Por supuesto que no. Si siguen vigentes, ¿por qué no recibimos inspiración de esta oración de Ana y aprendemos a orar como ella? Oremos para que nuestra lectura de la Biblia y nuestra oración se unan más, para que no leamos la Palabra sin orar y no oremos sin ser guiados por la Palabra. Pido al Señor que contemplar el ejemplo de Ana, entre muchos otros, te impulse más hacia las Escrituras y te ayude a conseguir que, como dice Donald Whitney, “sus palabras [vengan] a ser las alas para tus oraciones” (Orando la Biblia, p. 32).

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