×

Las Santas Escrituras hacen clara distinción entre una fe muerta y una viva. Los verdaderos Creyentes poseen una fe viva; que obra, que opera con convicción venida del Cielo, que honra la providencia y la Palabra de Dios, o que siempre está dispuesta, y así lo hace, a pagar el costo de la fe en las diferentes circunstancias que le toque vivir en este peregrinar. No basta que una persona tenga buenos afectos hacia Cristo y Su doctrina, sino que su interés por Cristo no tendrá valor suficiente hasta que pague el costo de su creer o que dé muestras que tal fe es viva. Los buenos afectos no son suficientes, en cambio la fe viva paga ese costo porque tal creencia es verdadera, más aun, que no puede morir, está viva y de acuerdo a su propia circunstancia, más tarde o temprano saldrá triunfante. Hablemos de esto:

El Centurión

Veamos la confesión de fe en este buen hombre: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará” (v8). Algunos pudieran pensar que todos los que digan lo mismo que el Centurión hallarán agrado a los ojos de Cristo. Pero para esto debemos tener mucho cuidado y distinguir con precisión la diferencia del tiempo. Hay hechos que son grandiosos en su propia ocasión, pero no en otra. Fue un hecho de grandeza histórica para el marinero Rodrigo de Triana gritar ¡Tierra!, porque su dicho marcó el descubrimiento de América. Pero gritarlo ahora no tiene el mismo valor, aunque usted aborde el mismo barco que él navegó. En el caso del centurión, la ignorancia prevaleciente de la época estaba contra él; o que no había razones humanas para creer en Cristo.

Cuando Pablo predicó en Atenas, la capital cultural de entonces, la reacción de los oyentes fue: “Parece que es predicador de nuevos dioses, porque les predicaba el Evangelio de Jesús” (Hch.17:18), el mundo antiguo y su forma de pensar estaba en contra de aceptar que un carpintero de Israel fuera el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres; para creer eso se necesitaba gran fe. Hoy en día el ser idólatra o creer en varios dioses es asunto de un pasado remoto y olvidado, pero en aquel tiempo era parte del pensar de los hombres. La fe del centurión le capacitó para nadar muchos kilómetros en contra de la corriente del mundo. Más aun, arriesgó la reputación que tenía en la nación judía, él les había construido una Sinagoga, le tenían en alta estima, pero eso no le detuvo de confiar en Cristo. Se arriesgó, y este riesgo no lo corrió por sí mismo, sino por su criado, e hizo un abierto reconocimiento del Señor Jesús como el Mesías que había de venir, confesión que Cristo aprobó y elogió, pues en respuesta de su fe, el milagro fue hecho: “Ve y como creíste, te sea hecho” (v.13). El valor de su fe se basó en ir en contra de sus circunstancias.

La mujer Sirofenicia

Téngase en cuenta que ella era gentil, y Jesús no había sido enviado para ellos, sino para los judíos, o los hijos de la promesa, más aun que ella recibió tres negativas contra su pedido, pero esas adversidades no le detuvieron, nótese: “Se acercaron sus discípulos y le rogaron diciendo: Despídela, pues grita tras nosotros… Yo no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel… ¡Señor, socórreme! El le respondió diciendo: No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos. Y ella dijo: Sí, Señor. Pero aun los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus dueños” (Mt.15:23-27). El valor de su fe se nota al practicarla por encima, o en contra, de sus circunstancias. Recibió tres abiertas negativas, pero no le frenaron, sino que por el contrario siguió luchando en humildad contra ellas: “Despídela… Yo no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel… No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos”.  Los apóstoles y el Señor se le negaron, pero como la humildad vence hasta contra el Cielo, ella terminó triunfando: “Jesús le dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe!” (Mt.15:28). Por tanto, o de nuevo en este caso, el valor de la fe depende mucho de las circunstancias en que se ejerce.

 En general

En el mundo antiguo simultáneo a los apóstoles, confesar al Señor Jesús como Salvador llegó a ser de tanto riesgo, que en algunos caso fue equivalente de ser entregado a los leones. Era una prueba indudable de recibir la verdad; por eso dice el apóstol: “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios” (1 Jn.4:2), esto es, que cualquiera que paga los costos de ser un Creyente, es de Dios. Así que, los riesgos y el costo varían con la época y el lugar. La fe será medida por ese costo. Muchos pueden estar convencidos de Su divino poder y de sus excelencias, y aun así permanecer inconversos: “Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él. Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Jn.8:30-31). Algunos son discípulos en apariencia, pero no en realidad. En breve: Que el valor de la fe en todo verdadero Creyente depende en gran medida de las circunstancias en que sea ejercida. Amén.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando