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Era bastante obvio para mí, desde el momento en que conocí a Jesús, que el cristianismo significaría vivir en contracultura. Cuando le dije a mis amigos que yo creía en Jesús, algunos de ellos ya no querían estar cerca de mí.

Cuando compartí con mi familia que yo creía que el diseño de Dios para la plenitud sexual encuentra su lugar en el matrimonio, ellos estaban desesperados por convencerme de que nunca iba a encontrar una relación sana si dejaba el sexo fuera de la mesa.

Luego me enteré de una nueva cultura que valoraba la pureza e hizo de esta mi nueva visión del mundo: se siente tan “normal” que no pudiera imaginarla de otra manera. Y casi he vivido feliz para siempre.

Excepto que, resulta que la creencia de que la satisfacción sexual está diseñada para el matrimonio no disminuye el que seas un ser sexual. Comprender e incluso tener amor por la visión de Dios del sexo no hace que lo quieras menos. La soltería presenta una serie de dificultades, pero para mí aprender a vivir sin intimidad física ha proporcionado el mayor desafío y sufrimiento profundo de esta temporada.

He pasado mucho tiempo tratando de eliminar la lucha; pensando que el día que no me duela sería el día que más honré a Dios, que la eliminación de la tentación sería el signo de la bendición de Dios. Pero nuestro Dios parece estar en el negocio de bendecirnos, no a pesar del sufrimiento, sino a través del sufrimiento. Yo creo que un día voy a mirar mi vida y diré con confianza que una de las bendiciones más grandes que he experimentado y el regalo que he podido darle a los demás ha sido el dolor de aprender a vivir sin intimidad física.

El regalo de perdértelo

Hay dolor en ver a mis amigos alimentarse uno tras otro de aquello de lo que yo siento más hambre. Hay dolor en enfrentar cada mañana el conocimiento de que hoy no habrá pan de cada día para esta hambre. Hay dolor cuando me siento como si muriera de hambre, y escucho a mis amigos casados ​​tratando de explicar que esa alimentación está sobrevalorada.

Pero ese dolor me ha enseñado a sostener a mi amiga infértil y llorar con ella cuando el Día de las Madres se acerca otra vez. Ese dolor ha dado peso a mis palabras cuando le explico a una mamá con tres hijos que los viernes en la noche en soledad en un sofá en realidad no son tan increíbles como suenan.

El dolor de perderse el placer físico en esta vida nos da a nosotras el don de la añoranza de en la vida venidera. En fe renunciando a la sombra de lo terrenal por lo mucho que creemos en la realidad celestial.

‪Puede ser que el dolor de una vida sin intimidad física era parte de lo que equipaba a Pablo para proclamar a través del Espíritu que el morir es ganancia. Morir es obtener un cuerpo glorificado que siente y experimenta la verdad de que todas nuestras necesidades se cumplen en Jesús. Morir es ganar la realidad celestial que la intimidad terrenal solo puede reflejar en sombras. Morir es ganar plena unidad con Dios, plenitud de gozo y delicias para siempre.

Regalo de un diseño negado

No hay casi nada tan extraño y doloroso como el acto de elegir confiar en Dios en cada fibra de su diseño. Es difícil convencer a tu cuerpo de la idea de que no te estás perdiendo aquello para lo que fuiste creada para disfrutar. Es un reto no sentirse con derecho al sexo.

De hecho, es una de las cosas en las que se me ha hecho más difícil confiar en mi Dios dulce y fiel. Y en cierto modo, en oscuros y asustados lugares me siento olvidada, traicionada y confundida porque sé que Él me conoce. Yo sé que Él conoce mi cuerpo y mi corazón, y yo sé que Él diseñó y tejió este deseo dentro de mí de la misma manera que Él diseñó que mi estómago se queje cada mañana alrededor de las 11:02 A.M. Mi hambre está diseñada para llevarme pronto a comer, y así hago. Sin embargo, mi padre me ha dicho que cuando tengo hambre, en este sentido, debo confiar en Él y no tratar de encontrar comida por mí misma. Y Él ha optado por no darme ninguna garantía de que esta hambre será satisfecha en esta vida.

Sin embargo, esta lucha me ha enseñado a valorar el hambre; abrazarla como un medio de llegar a Dios, en lugar de pensar en esta hambre como un enemigo. Es como el ayuno. Dios nos manda a ayunar, pero no para que Él pueda demostrar que es tan bueno como una hamburguesa con queso, haciendo que nuestra hambre desaparezca. El objetivo del ayuno no es para que Dios me quite el hambre, sino para que aprendamos que en medio del hambre Él es digno de confianza. La sensación de hambre es el punto del ayuno. Nos enseña a tener hambre de algo mejor.

Hoy, mi cuerpo quiere algo tangible y físico que fue diseñado para tener. Y hoy en día, no he llegado a tenerlo. Por supuesto, mi cuerpo se queja, y como lo hace, procuro dar testimonio de que en medio de mi hambre, Dios es digno de confianza. Estoy aprendiendo a tener hambre de algo mejor.

No se siente bien, pero es un regalo que puedo compartir con los demás. Sentada frente a una esposa mientras ella explica por qué cree que es momento de dejar a su marido porque él no está cumpliendo con sus necesidades emocionales —necesidades que son reales y válidas y diseñadas para ser llenadas— yo he experimentado ese regalo. He sido capaz de mirarla a los ojos y decirle que es normal, natural y bueno tener hambre de las cosas que ella necesita. Tengo la oportunidad de ministrarle  al mirarla a los ojos y compartir la forma en la que el hambre puede ser un regalo; cómo sufrir la pérdida de sueños válidos es una oportunidad de ganar a Cristo.

Este dolor me ha bendecido al obligarme a estar con Dios: apoyada en Él para mi gozo. Nuestro Dios es un Dios de placer. Él no nos está llamando a tener hambre porque Él quiere que seamos miserables. Él nos llama a tener hambre porque quiere que experimentemos el placer más grande disponible para el hombre: Él mismo.

Nada suena tan tonto para el mundo como una persona que persigue la pureza, no por un sentido de obligación religiosa, sino por una fe de que hay un mayor placer guardado para los que confían en el Creador. Nada hace ver a Dios tan bello como cuando nosotras, que hemos probado Su bondad, utilizamos nuestra vida para dar testimonio de que vamos a renunciar a cualquier alegría momentánea con el fin de probar más de Él.

Dolor del fracaso

En mis peores momentos, me siento configurada para el fracaso. He dicho a amigos a través de las lágrimas que no sé cómo voy a perseverar a la luz de mi hambre y a la luz del llamado de la gracia de mi Padre a la pureza. He alzado mis puños al cielo y confesado: Yo no siento que tengo todo lo que necesito para vivir como Dios manda. Estoy en el suelo, en la oscuridad y me pregunto ¿es esta lucha la que va a causar que me aleje del Dios que amo?

Sin embargo, cada día, cuando el sol se pone y todavía estoy bien sujeta en los brazos del Padre, mi fe se edifica. Él no promete darme todo lo que necesito para nunca fallar. Él promete darme todo lo que necesito para terminar esta carrera. Y hoy lo amo; Él se ha mostrado fiel. Él terminará el buen trabajo que inició en mí.

He fallado. Me avergüenza decir que son más los días en esta vida en los que me he comportado como huérfana. Habiendo sido adoptada y teniendo la promesa de su provisión, me he rehusado a confiar. En cambio he tomado para mí lo que no se me ha dado. Pero Él nunca me ha abandonado. Yo lo he cambiado por los placeres efímeros de este mundo demasiadas veces, pero Él nunca me ha traicionado. Y nunca lo hará. Él me ha encontrado en la pocilga de cerdos y me ha llevado a casa. Incluso a través de mi fracaso, me ha dado el don de confiar en Él hoy más que ayer.

Bendecida en el sufrimiento

Hay pedazos de mi testimonio que yo aborrezco; que puede ser que desee volver a escribir. Pero incluso en mi fracaso, Dios ha escrito mi vida con su gracia divina. Tal vez esta lucha más que cualquier otra me ha hecho más como Cristo al obligarme a descansar en sus méritos en lugar de los míos.

Hoy en día, con el fin de adorar a Dios, mi cuerpo necesita tener hambre. Hoy en día, Él me está dando el dolor bendito del hambre, porque es la única manera en la que voy a llegar a casa. Él ha prometido hacer todo lo posible para llevarme a casa con Él.

Si estás avergonzada, si has fallado, descansa tu corazón en el hecho de que el evangelio está ahí para momentos como estos. No tenemos un gran Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades. Alabado sea Dios que tenemos a Jesús, que ha caminado con sencillez; fue tentado en todo y sin embargo, nunca sucumbió. Así que acércate a Él en arrepentimiento y fe, y recibe misericordia y encuentra la gracia que necesitas en el tiempo de angustia.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.
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