La mayoría de las personas creen que el materialismo es el deseo por obtener muchas cosas, o cosas muy caras, o cosas únicas, o todas las anteriores. Pero la verdad es que podemos llegar a ser materialistas sin importar nuestro nivel de ingresos (o incluso si no los hay). Todo lo que se necesita es poner cualquier bien material de este mundo en el centro de tu felicidad.
El corazón del materialismo
C.S. Lewis expuso el alcance de la gula en su famoso libro Cartas del diablo a su sobrino, al demostrar que una relación pecaminosa con la comida no solo toma la forma de indulgencia excesiva. A veces es simplemente una insistencia en “una tacita de té, flojo, pero no demasiado, y un pedacito chiquitín de pan tostado verdaderamente crujiente”, sin importar qué es lo que nos han ofrecido (Carta XVII, p. 94).
El materialismo no solo se manifiesta como un deseo por tener mucho o por obtener lo mejor, sino en poner nuestra felicidad en las cosas de este mundo
De igual modo, el materialismo no solo se manifiesta a sí mismo como un deseo por tener mucho o por obtener lo mejor, sino en poner nuestra felicidad en las cosas de este mundo. Quizás no anheles ropa de marca, joyería ostentosa, autos, yates, u otros símbolos de alto estatus social, pero pregúntate a ti mismo: ¿Cuánto de mi contentamiento se basa en que este mundo me conceda [llena el espacio]? Entrar en mi ropa talla 6 (aunque la haya comprado en la tienda de descuentos). Llevar a tu familia a un restaurante sin tener que contar hasta el último centavo. El amor de una mascota. No perder la iluminación y vista desde mi ventana debido a la nueva construcción que la está bloqueando. Y así sucesivamente.
Perder tales comodidades comunes siempre causarán cierto grado de tristeza, pero ¿robará esto tu felicidad? De ser así, eres materialista. El materialismo significa que tu felicidad, gozo, contentamiento, y satisfacción están arraigados en algo de este mundo material. Un salario, sin importar cuán austero; estatus social, sin importar cuán bajo; posesiones materiales, sin importar cuán modestas o insignificantes sean. Si nuestros corazones están excesivamente ligados a estas cosas, más allá de un afecto que sentimos por lo que es familiar, entonces somos materialistas.
Y como este mundo es pasajero, el materialismo se encuentra en la misma categoría que construir tu casa sobre la arena, o de alimentarse de comida que no satisface. Está destinado al fracaso.
El materialismo significa que tu felicidad, gozo, contentamiento, y satisfacción están arraigados en algo de este mundo material
El viejo refrán, “nada podrás llevarte a la tumba” podría ser expandido con “no puedes siquiera aferrarte a algo en este mundo”. Cuando la tristeza, o el tiempo, o alguna otra pérdida nos roban esos bienes materiales, nosotras las materialistas nos quedamos sin nada.
Verdadero gozo en su reino
Solo estaremos seguros si hemos aprendido a poner nuestro gozo en el reino de Dios, en su presencia, y en su amor. Pablo aconseja a los Corintios a no estar muy desanimados por las pruebas y pérdidas, y a “no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven. Porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Co. 4:18).
Todo aquello que nos aleja de depender de este mundo ha de ser bien recibido. Los santos del pasado llamaban a esto “ser destetado de este mundo”. Ningún niño agradece ser separado del pecho de su madre, y es imposible hacerle entender las delicias de un helado, de las fresas, la lasaña, y el guacamole que serán todas suyas si tan solo dejan lo temporal para probar lo duradero.
Todo aquello que nos aleja de depender de este mundo ha de ser bien recibido
Lo mismo nos ocurre. Nos aferramos a aquello que no puede satisfacer, ni siquiera durar, en lugar de caminar por fe como ciudadanos celestiales y de disfrutar de la seguridad de una herencia que no nos será quitada. Peor aún, cuando Dios, en su misericordia, empieza a apartarnos de una dependencia enfermiza de este mundo, lo acusamos de ser injusto, cruel, y de no amarnos; tal y como lo haría un bebé, si pudiera hablar, cuando es apartado del pecho de su madre y presentado por primera vez a un plato de comida (¡desagradable!).
Confieso que soy materialista. Mis muebles pueden ser de décadas atrás, mi ropa venir de un catálogo, mi alfombra estar rasgada en las orillas y desgastada en el centro, pero son míos, y la vida que he entretejido a mi alrededor es una vida que no me interesa cambiar en lo absoluto. En el fondo, deseo anhelar ver a Dios cara a cara y vivir eternamente en gozo en su presencia; solo que, como puedes comprender, no quiero que nada cambie.
Señor, sálvame de mi materialismo. Dios, sálvanos a todas, y prepáranos para tu reino, donde viviremos gozosas en tu presencia eternamente.