El pastor John Piper recibe preguntas de algunos oyentes de su programa Ask Pastor John. A continuación está la respuesta a una de esas preguntas.
Buen día a todos. Tenemos una gran semana en el podcast. En primer lugar, nuestra bandeja de entrada está llena de correos electrónicos que preguntan si es o no una buena idea dramatizar la vida de Cristo en televisión. Un oyente llamado Jim lo pregunta de esta manera: «Querido pastor John, hola, y gracias por este podcast. Me pregunto sobre los peligros y beneficios de ver ficción histórica bíblica, en particular los programas de televisión y las películas sobre la vida de Cristo, en las que se le representa y se dicen cosas dramatizadas más allá de lo que leemos en las Escrituras».
Alguien anónimo escribe diciendo: «Querido pastor John, gracias por el podcast. Ha sido usado por Dios para ayudarnos a mí y a mi familia aquí en Kazajstán. Me gustaría saber su opinión sobre los programas de televisión y las películas sobre la vida de Cristo. ¿Son útiles o no? ¿Cuáles son sus preocupaciones?».
Sam, líder de una iglesia, quiere saber cuál es el lugar que ocupan los elementos visuales, especialmente las dramatizaciones en pantalla sobre la vida de Cristo. Un espectáculo reciente es «amado por muchos» en su iglesia, y dice: «Siento que ha animado mi propio camino con Dios y me ha ayudado a imaginar cómo podría haber sido el mundo de Jesús. Esto tiene el efecto de hacer el mundo de la Biblia más accesible para mí. Pero la imaginación solo puede llevarnos hasta cierto punto. ¿Podemos disfrutar personalmente de espectáculos como este, incluso incluirlos en un contexto de enseñanza, sin violar el segundo mandamiento?»
Otra oyente, Lisa, es menos optimista. Dice respecto a las dramatizaciones televisivas de la vida de Cristo: «no me gustan». Al considerar Proverbios 30:6 y Apocalipsis 22:18, se pregunta si estos dramas están «añadiendo o alterando las Escrituras», lo que equivale a una herejía. Pastor John, para estos oyentes, ¿tienes algo que decir?
No puedo evitar esta pregunta, porque tiene que ver con mi vida. Durante veinticinco años —y todavía lo hago de una manera u otra—, cuando era pastor en Bethlehem, cada temporada navideña, creaba y leía a la gente en el culto lo que llamábamos «poemas de Adviento», uno para cada domingo de Adviento. La lectura de los poemas duraba unos diez minutos. Creaban una historia construida en torno a un personaje bíblico o una situación bíblica en la que yo inventaba personas, diálogos y circunstancias que no estaban en la Biblia, pero que pretendían aclarar, confirmar e intensificar realidades que sí están en la Biblia, que la Biblia misma enseña.
Entonces, la pregunta no es abstracta para mí. La pregunta es: ¿Hice algo pecaminoso? ¿Estuvo mal crear esas expresiones poéticas e imaginarias?
Protección contra la distorsión
Mencionaré los mecanismos de protección que he puesto en marcha para evitar los peligros de distorsionar la Escritura, sustituirla o disminuir su autoridad, y luego daré algunas razones positivas por las que creo que las explicaciones e ilustraciones imaginativas y las representaciones de la verdad bíblica no solo son legítimas, sino que son incluso alentadas por la Biblia.
No añadir a la Escritura
En primer lugar, ¿fui culpable de desobedecer Proverbios 30:6 o Apocalipsis 22:18, que dice que no debemos añadir a las palabras de Dios o a la profecía de la Escritura? No, no fui culpable de desobedecer esas Escrituras porque esas Escrituras prohíben la presunción de que uno pueda añadir escritura a la Escritura o profecía a la profecía. Esos textos no condenan la explicación, clarificación, ilustración y representación de las Escrituras que no pretenden tener en sí mismas ninguna autoridad al nivel de las Escrituras.
Esos textos condenan todo intento de utilizar palabras, imágenes o representaciones que pretendan estar a la altura de las Escrituras. De hecho, yo diría que la Iglesia católica romana es culpable de este error cuando eleva los pronunciamientos papales ex catedra al nivel de la autoridad bíblica infalible. Esa es mi primera precaución.
Claramente imaginativo
En segundo lugar, aclaraba que los poemas que estaba leyendo no eran Escrituras. Lo decía claramente. No eran de inspiración divina. No eran infalibles. Eran una ilustración imaginativa, una explicación y una representación de la verdad que yo veía en el texto bíblico.
Hago esta distinción no solo cuando leo poesía, sino cuando predico. Mi predicación no es la Escritura; se basa en la Escritura. Usa un lenguaje que no está en la Escritura; toda predicación lo hace, toda enseñanza lo hace. La autoridad que tiene proviene del grado en que representa fielmente la realidad expuesta en la Biblia. Lo mismo ocurre con la poesía imaginativa o con la dramatización.
Consistente con la Escritura
En tercer lugar, prometí no crear nunca ningún diálogo, ningún personaje o ninguna circunstancia que no pudiera haber ocurrido a la vista de lo que la Biblia enseña realmente. En otras palabras, aunque creara cosas que no estuvieran en la Biblia, nada de lo que creara contradeciría lo que estaba en la Biblia. Todo tenía que ser posible y plausible a la luz de lo que estaba en la Biblia. Nada podía poner en duda las Escrituras.
Centrados en la Escritura
En cuarto lugar, me esforcé en llamar la atención y los afectos en mis poemas hacia la misma realidad que veía en la propia Escritura. En quinto lugar, nunca sustituí la predicación expositiva por la poesía imaginativa.
En otras palabras, traté de dejar en claro que Dios había ordenado la predicación expositiva de Su Palabra infalible como algo central en la vida de la congregación y como el principal medio corporativo por el que Dios protege Su Palabra de la distorsión. A través de cualquier otra forma de representación, la predicación se mantuvo. La predicación siguió siendo dominante y esencial. En mi caso, el sermón nunca, ni una sola vez en treinta y tres años, se mezcló con ningún tipo de medio visual. Creo que eso es una mala práctica en la predicación y se debe generalmente a una pérdida de confianza en la Palabra predicada para que haga su labor asombrosa.
Justificación bíblica
La Biblia misma utiliza un lenguaje imaginativo que crea imágenes en nuestra mente que no son iguales a la realidad de la que se habla
Ahora bien, esas son las protecciones que pongo para no disminuir la Escritura ni distorsionarla ni sustituirla, pero creo que es aún más importante el hecho de que las representaciones imaginativas de la realidad bíblica están avaladas por la propia Escritura.
Por supuesto, en los tiempos bíblicos nadie había oído hablar de las películas o los vídeos, por lo que en la Biblia no se dice nada directamente sobre ellos. Pero, aparte de eso, las referencias a las representaciones imaginativas y al teatro están presentes en toda la Biblia.
Lenguaje imaginativo
En primer lugar, la Biblia misma utiliza un lenguaje imaginativo que crea imágenes en nuestra mente que no son iguales a la realidad de la que se habla, pero que arrojan luz sobre esa realidad sin ser la realidad misma. Las llamamos metáforas, símiles, imágenes de palabras o parábolas. Por ejemplo, basta con escuchar a Judas en su carta describiendo a los falsos maestros y a los problemáticos en la iglesia:
Estos son escollos ocultos en los ágapes de ustedes, cuando banquetean con ustedes sin temor, apacentándose a sí mismos. Son nubes sin agua llevadas por los vientos, árboles de otoño sin fruto, dos veces muertos y desarraigados. Son olas furiosas del mar, que arrojan como espuma su propia vergüenza; estrellas errantes para quienes la oscuridad de las tinieblas ha sido reservada para siempre (Jud vv. 12-13)
¡Esto es increíble! Está hablando de seres humanos, gente mala que está dañando la iglesia. ¿Qué es lo que hace? Produce imágenes en nuestro cerebro con palabras como «escollos ocultos», «pastores egoístas», «nubes sin agua», «árboles sin fruto», «olas furiosas», «estrellas errantes». En otras palabras, trata de aclarar una realidad objetiva comparándola con otra muy diferente.
Jesús hizo esto con parábolas, ¿no es así? «El reino de los cielos puede compararse a…» un grano de mostaza, como la levadura, como un tesoro, como un mercader, como una red, como el dueño de una casa, y así sucesivamente. Considera también a los profetas como Zacarías. Él ve una realidad; quiere que conozcamos la realidad. ¿Cómo nos ayuda a ver y saborear esta realidad? Dice: «Miré un cordel de medir» (Zac 2:1-5). «Veo un candelabro» (4:1-3). «Veo un rollo que vuela» (5:1-4). «Veo una mujer en un cesto» (vv. 5-11).
La Biblia hace este tipo de cosas cientos y cientos de veces. Es la naturaleza misma del lenguaje ser diferente de la realidad a la que apunta. La palabra amor no es lo mismo que la realidad del amor. La palabra Dios no es lo mismo que la realidad de Dios. La palabra salvación no es lo mismo que la realidad de la salvación. Una vez que te das cuenta de que todo lenguaje apunta a la realidad, que la tarea del predicador, del poeta, del maestro o del padre es ayudar a otros a ver y saborear la realidad, entonces te das cuenta de toda la potencialidad variada e increíble que tiene el lenguaje.
Acción imaginativa
No solo hay lenguaje imaginativo, sino que también hay acción imaginativa en la Biblia: dramas actuados de una realidad bíblica. A Jeremías se le dijo que fabricara un yugo y caminara con este pesado yugo sobre sus hombros para dramatizar el yugo de Nabucodonosor sobre el pueblo (Jer 27:1-22). Ezequiel recibió la orden de Dios de acostarse sobre su costado izquierdo durante 390 días para ilustrar los años de castigo de Israel (Ez 4:4-8). Luego está el pobre Isaías. Dios dijo: «Mi siervo Isaías ha andado desnudo y descalzo por tres años como señal y símbolo contra Egipto y contra Cus» (Is 20:3).
En busca de la realidad
Así pues, mi conclusión es que si nos detenemos a reflexionar en por qué la Biblia misma emplea tantos medios imaginativos para explicar, ilustrar y representar la realidad, veremos que la Biblia misma:
- Nos ofrece ejemplos de teatro, poesía y lenguaje que aclaran la verdad y la intensifican.
- Nos anima a usar el lenguaje de esta manera.
- Nos protege contra la distorsión, la sustitución o la disminución de la Escritura.