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El adolescente le confesó al pastor: «Mis padres no me aman».

Los gestos de asombro se dibujaron en los rostros de los padres y del pastor, en la sala de consejería. El pastor, inclinándose hacia adelante como quien busca empatía, indagó con voz suave: «¿Por qué dices que tus papás no te aman?».

De inmediato, como si la respuesta hubiera sido memorizada, el joven respondió: «No me aman porque no me disciplinan». 

¿Conoces algún caso similar? Hasta los más jóvenes pueden reconocer el valor de la disciplina, porque evidencia el cuidado y el amor paternal. Todo esto parte del celo. Un padre responsable demuestra su celo por su familia cuando cuida, protege, guía y disciplina a sus hijos.

Un celo distinto al nuestro

Dios también expresa una atención amorosa por Sus hijos; es decir, el atributo de Su celo divino, por el cual Dios nos protege. Incluso la experiencia amarga de la disciplina evidencia Su celo y cuidado paternal. 

Sin embargo, hay personas que niegan que este sea un atributo de Dios. Por lo general, esta opinión surge cuando se compara el celo divino con el que experimentamos los seres humanos. Algunas personas pueden llegar a demostrar un celo sano, pero en general, los celos suelen ser enfermizos y nocivos, pues nacen de nuestro orgullo y egoísmo. El celo humano es falible dada nuestra naturaleza caída. 

El celo de Dios fluye de Su perfección, de la suma de Sus excelencias. Su amor santo se extiende hasta nosotros para cuidarnos y protegernos

El celo de Dios nunca es pecaminoso como suele ser el nuestro. Siempre que colocamos al Creador en la misma dimensión que la criatura, consciente o inconscientemente, estamos tratando de humanizarlo, pero el celo de Dios fluye de Su perfección, de la suma de Sus excelencias. Su amor santo se extiende hasta nosotros para cuidarnos y protegernos. Así obra el celo de Dios.

¿Qué significa que Dios sea celoso?

Múltiples pasajes de las Escrituras nos informan que Dios es «celoso» (Éx 34:14; Dt 4:24; 5:9; 6:15; Jos 24:19; Ez 39:25; Nah 1:2). Tal vez, uno de los más conocidos sea el siguiente: 

No te harás ningún ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás. Porque Yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan Mis mandamientos (Éx 20:4-6).

Observa la declaración directa de Dios, quien se califica a Sí mismo como «celoso» (v. 5). ¿Qué significa que Dios sea celoso? El teólogo Wayne Grudem lo explica así: «El celo de Dios significa que Él continuamente busca proteger Su honor».1 Otro erudito indica que se refiere al «celo del amor de Dios con respecto a Su pueblo del pacto que está desposado con Él».2

Podemos decir que la expresión «el celo de Dios» contiene dos verdades entrelazadas: que Él protege el honor de Su nombre, como también que cuida y protege a Su pueblo.

Dios protege Su honor

Es fundamental observar que los pasajes bíblicos que hablan del celo de Dios priorizan el honor de Dios y Su gloria. La protección de Su pueblo se produce como efecto de la protección de Su nombre.

Grudem indica que «no es erróneo que Dios proteja Su honor porque Él se lo merece por completo».3 Esta es una conclusión razonable y legítima. Para ampliar la lógica del argumento podemos preguntarnos: ¿hay algo que Dios haga en dependencia de Sus criaturas? La respuesta es obvia: no, no lo hay. 

Dios es autosuficiente y todopoderoso, no necesita de nada ni de nadie para subsistir o llevar a cabo Sus propósitos. Dios declara que Sus acciones, en la creación y la redención, son realizadas para honor Suyo: «Por amor Mío, por amor Mío, lo haré, porque ¿cómo podría ser profanado Mi nombre? Mi gloria, pues, no la daré a otro» (Is 48:11).

Los beneficios del celo de Dios

Toda la gloria le pertenece a Dios, pero ¿somos beneficiados de alguna manera cuando Dios es celoso de Su honor y gloria? Me gustaría responder con una ilustración sobre el sistema sanguíneo del cuerpo humano. 

Cuando la sangre que pasa por un órgano deja de subir al corazón, el órgano que retuvo la sangre, y los relacionados a él, son afectados con alguna lesión grave. Sin embargo, cuando la sangre fluye sin contratiempos por los diferentes órganos y sube hacia el corazón, todo el organismo se mantiene vivo y sano. De igual manera, nosotros somos beneficiados cuando Dios tiene celo por Su gloria, porque las criaturas son vivificadas cuando hacen «subir gloria» al Creador, al adorar Su nombre y reconocer Su perfección.

Saber que Dios protege Su nombre y a los Suyos resulta en paz para nuestras almas, incluso cuando esa protección se manifieste en forma de disciplina

Cuando buscamos nuestra propia gloria no solo nos perjudicamos a nosotros mismos, sino que también perjudicamos a los demás. El camino del orgullo y la vanagloria está minado de atropellos y daños al prójimo. Sin embargo, cuando atribuimos a Dios la gloria debida a Su nombre, también cuidamos de otros y somos beneficiados. La razón es que, al cuidar Su honor, Dios persevera en Su trato con nosotros, debido al pacto que Él mismo ha establecido con Su pueblo.

Es saludable espiritualmente para nosotros cuando establecemos en nuestro corazón que Dios merece recibir de Su creación todo honor y gloria, y que es justo que Él busque Su propio honor. Solo Él es infinitamente digno de ser alabado. Darse cuenta de este hecho y deleitarse en eso es haber hallado el secreto de la adoración verdadera.4

El celo de Dios y el evangelio

La demostración más alta del celo de Dios se encuentra en la obra redentora de Cristo. La encarnación evidencia de manera palpable el celo de Dios por el honor de Su nombre, al cumplir con Su pacto y Sus promesas de redención. Aquellos que fueron comprados por la sangre de Jesús están libres de toda condenación, han recibido la vida eterna y son plenos en Él (Ro 8:1; Jn 3:16; Col 2:10).

El celo de Dios muestra la proactividad de Dios. Saber que Dios protege Su nombre y a los Suyos resulta en paz para nuestras almas, incluso cuando esa protección se manifieste en forma de disciplina (Heb 12:5-13). Podemos descansar en Él, porque sabemos que estamos en la mano de nuestro Padre todopoderoso que tiene cuidado de nosotros.

El celo de Dios nos enseña que tenemos una completa garantía de Su cuidado eterno por Sus hijos. No existe nada mejor.


1 Wayne A. Grudem, Teología sistemática: Introducción a la doctrina bíblica, segunda edición  (S.l.: Vida, 2021), 249.
2 Geerhardus J. Vos, Reformed Dogmatics: Theology Proper [Dogmática reformada: Teología propia] (Bellingham, WA: Lexham Press, 2014), 57.
3 Grudem, Teología sistemática, 250.
4 Ibid, 250
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