La riqueza es buena y la riqueza es peligrosa. Eso dice la Biblia. Pero ¿cómo utilizamos nuestra riqueza para glorificar a Dios? 1 Timoteo 6:17-19 es uno de los pasajes más claros y el que mejor aborda nuestro uso de la riqueza:
A los ricos en este mundo, enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida.
La exhortación de Pablo es para «los ricos en este mundo». Si eres una persona en Occidente que está leyendo esto, es probable que estés incluido en esta categoría. Casas, iPhones, buena ropa, minivans, aire acondicionado central, agua corriente, acceso a atención médica, comida china, zapatos deportivos cómodos. Incluso a pesar de la pandemia, seguimos siendo insondablemente ricos en comparación con el 99 % de las personas de la historia, lo que significa que Pablo se dirige directamente a nosotros.
En lugar de poner tu esperanza en las riquezas, ponla en Dios
¿Qué dice? Empieza con tres «encargos».
Tres encargos a los ricos
En primer lugar, «no sean altaneros». Es fácil para los ricos creerse alguien y pensar: «Mi poder y la fuerza de mi mano me han producido esta riqueza» (Dt 8:17). Es fácil vivir como si la vida consistiera en la abundancia de posesiones; que si tenemos la casa grande o el carro grande o las vacaciones grandes, entonces los demás nos admirarán y nos respetarán y harán lo que decimos. La riqueza y la altanería suelen ir de la mano. Hay una satisfacción engreída que se cuela y enseñorea nuestras riquezas por encima de los demás. Por eso, la primera palabra de Pablo a los ricos es: «¡No te jactes! No te envanezcas en tus riquezas».
En segundo lugar, no pongas tu esperanza en la incertidumbre de las riquezas. Es fácil para las personas ricas pensar que su fuerza proviene de su riqueza y no de Cristo. Modificamos muy fácilmente las famosas palabras de Pablo en Filipenses 4:13: «Todo lo puedo en las riquezas que me fortalecen». Pablo ya se ha referido a esto en otras ocasiones (1 Ti 6:6-10). Nuestras riquezas son inciertas porque no podemos llevárnoslas con nosotros (1 Ti 6:7). Toda la riqueza del mundo no evitará nuestra muerte. No está mal ser rico pero, dice Pablo, desear ser rico, ansiar la riqueza es una profunda tentación, una trampa, y de ella se derivan toda clase de males (1 Ti 6:9-10).
En tercer lugar, en lugar de poner tu esperanza en las riquezas, ponla en Dios. Aquí hay un claro contraste. A diferencia de las riquezas, Dios no es incierto ni inestable. La polilla y el óxido no lo destruyen; los ladrones no te lo pueden robar. Puedes llevarte a Dios contigo fuera de este mundo. De hecho, Él nunca te dejará ni te abandonará, ni en esta vida ni en la otra.
Nuestro objetivo es este: queremos ser tan generosos con los demás como Dios lo ha sido con nosotros
El amor de Dios es la raíz de toda clase de bondad, y anhelarlo a Él produce el gozo más profundo y duradero (Sal 16:11).
Cuatro propósitos de la riqueza
Después de dar tres encargos a los ricos, Pablo explica por qué Dios nos ha dado riquezas (1 Ti 6:17-19).
El primer propósito podría sorprendernos. Pablo dice a los ricos que Dios «nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos» (v. 17). Personalmente, eso no es lo que yo habría esperado que Pablo dijera a los ricos («¡Disfruta de lo que Dios te da!»). Sin embargo, lo dice. Así que la pregunta es: ¿Cómo disfrutar de lo que Dios nos da sin poner nuestra esperanza en la incertidumbre de las riquezas?
Los otros tres propósitos de la riqueza ayudan a aclarar cómo podemos disfrutar de lo que Dios ha provisto sin poner nuestra esperanza en ello. Los siguientes tres propósitos son: (2) «hacer el bien», (3) «ser rico en buenas obras» y (4) «ser generoso y prontos a compartir» (1 Ti 6:18).
El acento de este pasaje se pone en la generosidad que desborda nuestro disfrute. ¿Cómo podemos comprobar si estamos disfrutando correctamente de los dones de Dios? Respuesta: por nuestra generosidad. Si la riqueza nos llega y la disfrutamos, pero no se desborda e inunda la vida de los demás, entonces algo va mal en nuestras almas.
Este es el mismo movimiento que vemos en Génesis 1 – 2. En estos capítulos fundacionales, Dios ofrece a Adán todo tipo de dones para su disfrute: comida deliciosa, una esposa cariñosa y un trabajo fructífero. Pero también le da estos dones por el bien de la misión de Dios de llenar la tierra con Su gloria. Los dones se dan para nuestro disfrute y los dones se dan para la misión de Dios.
Nuestra vida no consiste en la abundancia de nuestras posesiones; nuestra vida está en Cristo
El movimiento es algo así: Dios nos da generosamente un regalo, lo recibimos, lo disfrutamos con acción de gracias, reconociendo a Dios como el Dador. Esta acción de gracias se transforma en adoración, pues sabemos que, por bueno que sea el regalo, es solo una muestra de Su bondad. Entonces, satisfechos con Dios y disfrutando de Su provisión, nuestras vidas se convierten en un torrente de generosidad: estamos deseosos de hacer el bien, atentos a las necesidades y preparados para una generosidad abierta y desbordante.
Nuestro objetivo es este: queremos ser tan generosos con los demás como Dios lo ha sido con nosotros. Queremos recibir gratuitamente (porque Él nos provee ricamente con todo para disfrutar) y por lo tanto dar gratuitamente (porque Él nos provee ricamente con todo para compartir).
Promesa de riqueza eterna
Pablo concluye con una promesa. Cuando los que somos ricos ponemos nuestra esperanza en Dios, disfrutamos de Su provisión y utilizamos nuestra riqueza para satisfacer necesidades mediante la generosidad, Pablo nos dice que estamos acumulando tesoros celestiales y apoderándonos de la vida (1 Ti 6:19).
Nuestra vida no consiste en la abundancia de nuestras posesiones; nuestra vida está en Cristo. Nuestra esperanza está en Dios. Por eso podemos disfrutar de todo lo que Él nos da y utilizarlo todo para hacer bien a los demás.