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Justo antes de la ceremonia de apertura del IV Congreso de Lausana para la Evangelización Mundial —una reunión de más de cinco mil líderes de iglesias de todo el mundo—, se publicó la Declaración de Seúl. Cada vez que se ha celebrado el Congreso de Lausana se ha publicado un documento: el Pacto de Lausana en 1974, el Manifiesto de Manila en 1989 y el Compromiso de Ciudad del Cabo en 2010.

La Declaración de Seúl se basa en los documentos anteriores y aborda varios retos a los que se enfrenta la iglesia actualmente. En el prefacio se subraya la urgencia de la evangelización y se anima a la iglesia a «alimentar la fe y el discipulado» de los creyentes, respondiendo bíblicamente a «los valores sociales de moda y a las distorsiones del evangelio que han amenazado con erosionar la fe sincera de los cristianos y destruir la unidad y la comunión de la iglesia del Señor Jesús».

El documento, que contiene más de trece mil palabras, pretende dar voz al llamado de este Congreso: ¡Que la iglesia proclame y exhiba a Cristo juntos! Vale la pena leer toda la Declaración, pero estos son algunos puntos destacados.

1. Un compromiso renovado con el evangelio

La Declaración de Seúl comienza con un recuento del evangelio en forma de historia, que empieza con la creación y la bendición de Dios para la humanidad, hecha a Su imagen. «La bendición recibida debía convertirse en bendición compartida entre pueblos, y la bendición debía volver en forma de adoración». A continuación, se describe la caída de la humanidad en pecado, relacionada con la búsqueda de independencia de Dios y la rebelión contra Su gobierno, con la muerte como consecuencia, dejando a todos los seres humanos esclavizados bajo el yugo de su propia voluntad.

Siguiendo el hilo argumental de la Biblia, vemos el pacto con Abraham y la promesa de Dios de un nuevo pueblo, para «restaurar la bendición de Su presencia vivificante a un pueblo dentro del cual uniría de nuevo a todos los pueblos en una relación de bendición mutua». Luego seguimos la larga y tumultuosa historia de los reyes y profetas de Israel hasta llegar al nacimiento de Jesús: «Mediante el Espíritu de Dios, el Hijo de Dios, que es la Palabra eterna, se hizo ser humano en el seno de una virgen, María, como principio de la nueva creación de Dios».

En el ministerio de Jesús, cuya obediencia es contada en lugar de la de Israel, vemos el poder de Dios para derrotar al maligno. «La bendición que pronunció no era riqueza ni salud, sino la vida misma de Dios como poder transformador de la nueva creación». En la cruz, Jesús «murió como nuestro sustituto representativo, el Adán de la nueva creación enviado por Dios. En Cristo, Dios estaba cargando sobre Sí el castigo de nuestro pecado. El que tiene vida en Sí mismo dio Su vida por la vida del mundo. Él fue condenado, mientras que Su pueblo rescatado fue liberado de la esclavitud del pecado para amar y servir al Señor».

La declaración continúa con una afirmación de la resurrección de Cristo, Su exaltación y el derramamiento del Espíritu Santo sobre el pueblo de Dios, el cual vive a la espera del regreso de Cristo para establecer una nueva creación. La iglesia vive ahora mediante la fe y «a través de nuestra presencia, nuestra práctica y nuestra proclamación contamos la historia del evangelio hasta los confines de la tierra».

2. Interpretación de las Escrituras

La siguiente sección de la Declaración de Seúl reafirma que la Biblia es la Palabra de Dios escrita —inspirada, infalible, autoritativa y suficiente, la norma suprema para la vida de la iglesia—, un Libro cuyo centro es el evangelio y cuyo objetivo es la edificación de la iglesia. No obstante, el tema principal es la interpretación y la necesidad de una lectura de la Biblia «atenta a su contexto histórico, literario y canónico, iluminada por el Espíritu Santo y guiada por la tradición interpretativa de la iglesia».

La Declaración de Seúl defiende el principio protestante de la Escritura como autoridad suprema junto con «el papel necesario y positivo de la tradición, que transmite una continuidad de lectura fiel de generaciones pasadas que fueron guiadas por el mismo Espíritu y creyeron en el mismo evangelio de Jesucristo a través de las mismas Escrituras».

Al interpretar la Biblia, la declaración nos recuerda que nadie lee las Escrituras en un vacío cultural. Los cristianos de distintas partes del mundo se benefician de las perspectivas culturales de los demás y se cuestionan mutuamente en la interpretación: «Cada iglesia local representa a toda la iglesia al leer fielmente las Escrituras en y para su propio contexto y, al mismo tiempo, aporta desde su cultura local perspectivas distintas que benefician a toda la iglesia». Esta sección concluye con un llamado a leer más la Biblia:

Hacemos un llamado a las iglesias locales para que se dediquen a la lectura pública de las Escrituras y formen fieles lectores y oyentes de la Biblia, como individuos, grupos y comunidades adoradoras. Al formar tales culturas, debemos permitir que la Palabra de Dios y el evangelio que proclaman moldeen nuestra visión del mundo y nuestras vidas. Por tanto, afirmamos la necesidad de la colaboración mundial de todos los miembros del cuerpo de Cristo, y de prestar atención a los antiguos credos, confesiones y tradiciones eclesiales.

3. El testimonio de la iglesia

Es la iglesia la que debe declarar y mostrar a Cristo a las naciones, por lo que, naturalmente, la Declaración de Seúl pasa de la Palabra de Dios al pueblo de la Palabra. El contexto de esta sección es la «confusión» provocada por «formas aberrantes de ser iglesia que distorsionan los valores de Cristo y Su evangelio», lo que provoca «desilusión entre los creyentes bautizados» y la tendencia de algunos a «distanciarse de la iglesia formal o institucional».

Esta sección reitera la importancia de entender la iglesia como la comunión del pueblo de Dios: uno, santo, católico y apostólico. La iglesia peregrina se enfrenta a retos y amenazas externos e internos.

La iglesia lleva el tesoro del evangelio en «vasijas de barro» con vulnerabilidad y humildad, sin buscar señalarse a sí misma, sino al poder supremo de Dios. Por lo tanto, no resiste a sus oponentes según los poderes o armamentos de este mundo, sino que persevera a través de la adversidad y el sufrimiento por el poder de Dios, plenamente armada con armas espirituales de justicia.

La iglesia crece cuando se reúne para la adoración, la «práctica fundamental de la iglesia. La adoración es el fin último al que se dirigen todos nuestros esfuerzos misioneros. La labor misionera terminará cuando Jesús regrese, pero la adoración continuará para siempre».

Incluso en una era anti-institucional, todos los cristianos deben «someterse a la autoridad de una iglesia local. Así como los individuos crecen porque las iglesias locales crecen en salud y madurez, también las iglesias locales crecen porque los individuos crecen en conocimiento, intimidad y rendición de cuentas».

La Gran Comisión convoca a todos los creyentes del mundo a participar en la voluntad de nuestro Señor de hacer discípulos de todos los pueblos, bautizando a los que creen en el mensaje del evangelio y enseñándoles la verdadera obediencia a Jesucristo. Con el poder de Su Palabra y de Su Espíritu, Dios nos envía al mundo un como pueblo santo para dar testimonio del evangelio ante un mundo que nos observa. Lo hacemos mediante nuestra presencia llena de Cristo, nuestra proclamación centrada en Cristo y nuestra práctica semejante a la de Cristo.

4. La persona humana: imagen de Dios creada y restaurada

A continuación, la Declaración aborda los principales retos a los que se enfrenta la iglesia hoy en día, empezando por la pregunta sobre qué significa ser humano.

La forma en que respondamos a esta pregunta tiene profundas implicaciones para nuestro testimonio en el mundo y nuestra vida en la iglesia. Va al corazón mismo de las grandes convulsiones del mundo con respecto a cuestiones como la identidad, la sexualidad humana y las implicaciones del avance de las tecnologías.

La Declaración parte del significado de la humanidad como imagen de Dios y de nuestra creación como «una unidad física y espiritual integrada». Frente a las recientes ideologías de género, la declaración afirma lo siguiente:

El relato bíblico de la creación reconoce que los seres humanos son creados como seres sexuales con características físicas claramente identificables como varón y mujer y características relacionales como hombre y mujer. El «sexo» de un individuo se refiere a las características biológicas que distinguen al varón de la mujer, mientras que el «género» se refiere a las asociaciones psicológicas, sociales y culturales con ser varón o mujer. La Biblia afirma sin ambigüedad que los seres humanos, tanto varones como mujeres, portan la imagen de Dios, representando al Creador en el cuidado de Su tierra creada.

Lamentamos cualquier distorsión de la sexualidad. Rechazamos la noción de que los individuos puedan determinar su género sin tener en cuenta nuestra condición creada. Si bien el sexo biológico y el género puedan distinguirse, son inseparables. La masculinidad y la feminidad son un hecho inherente a la creación humana, un hecho que las culturas expresan distinguiendo entre hombres y mujeres. También rechazamos la noción de la fluidez de género (la afirmación de una identidad o expresión de género fluctuante que depende de la situación y la experiencia).

La declaración sí reconoce la existencia de personas intersexuales y los importantes retos psicológicos y sociales a los que se enfrentan, y llama a la iglesia a mostrar compasión en estos casos.

Asimismo, la declaración expone la concepción cristiana del matrimonio.

Según el designio de Dios, el matrimonio es una relación de alianza única y exclusiva entre un hombre y una mujer, que se comprometen a una unión física y emocional para toda la vida, para amarse mutuamente y compartir… Además, la enseñanza bíblica es consistente en que el matrimonio como alianza es el único contexto legítimo para las relaciones sexuales. El sexo fuera de los límites del matrimonio es declarado como una violación pecaminosa del diseño y la intención del Creador.

Una vez establecida esta interpretación del matrimonio y la sexualidad, la declaración descarta otros ejemplos de desviación del testimonio bíblico.

Lamentamos todos los intentos dentro de la iglesia de definir las uniones entre personas del mismo sexo como matrimonios bíblicamente válidos. Lamentamos que algunas denominaciones cristianas y congregaciones locales hayan consentido a las exigencias de la cultura y pretendan consagrar tales relaciones como matrimonios.

Vemos aquí un refuerzo de una dirección procreadora y orientada hacia el exterior para el matrimonio, seguido de un lamento por cómo nuestra sociedad devalúa a los niños y al matrimonio en la búsqueda de la libertad sexual. El aborto se menciona aquí como uno de los trágicos resultados de la pecaminosidad humana.

Afirmamos que la intención de Dios era que el matrimonio sirviera para el florecimiento humano al proporcionar el contexto necesario para la crianza de las generaciones venideras. Los matrimonios fieles permiten fuertes lazos de vida familiar, delimitando adecuadamente la libertad y creando el entorno delimitado y propicio que permite a los hijos prosperar.

La visión bíblica del matrimonio incluye el cumplimiento del mandato del Creador de procrear, y simultáneamente proporciona compañía y placer a la pareja. Nos entristece que la búsqueda de la libertad sexual, percibida como un bien personal y social, haya restado importancia al aspecto procreativo de las relaciones sexuales conyugales, lo que a menudo ha llevado a la desvalorización de los hijos y al drástico aumento de abortos en todo el mundo.

Junto a la atención dedicada al matrimonio y la familia, la declaración reconoce también la importancia de la soltería.

Si bien el matrimonio ha sido el ideal asumido para los adultos en todas las sociedades, y en el matrimonio el esposo y la esposa se complementan mutuamente, el matrimonio no es un paso esencial para hacer completa a una persona. Tanto las personas casadas como las solteras son plenamente capaces de cumplir la voluntad del Creador y de dar testimonio de Jesucristo. Cada individuo, creado a imagen de Dios, es una persona completa con el máximo potencial en el contexto de otras relaciones humanas. El Señor Jesús, el ser humano ideal, ejemplificó esta verdad sobre la vida de soltería. El apóstol Pablo argumentó positivamente que la soltería, ya sea circunstancial o vocacional, ofrecía al cristiano oportunidades únicas para servir a la causa del reino de Dios de maneras que no son posibles para las personas que están casadas (1 Co 7:32-35).

Tras ofrecer una visión general de la enseñanza bíblica sobre las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, la declaración concluye:

Todas las referencias bíblicas a la actividad sexual entre personas del mismo sexo nos llevan a la conclusión ineludible de que Dios considera tales actos como una violación de Su intención para el sexo y una distorsión del buen diseño del Creador y, por lo tanto, pecaminosos. Sin embargo, el evangelio nos asegura que aquellos que, por ignorancia o a sabiendas, han caído en la tentación y han pecado, encontrarán el perdón y el restablecimiento de la comunión con Dios mediante la confesión, el arrepentimiento y la confianza en Cristo.

Esta sección termina reconociendo la existencia de personas dentro de la iglesia que experimentan atracción por personas del mismo sexo y pide a los líderes cristianos y a las iglesias locales que apoyen a los creyentes fieles por medio del «desarrollo de comunidades sanas de amor y amistad».

5. El discipulado: nuestro llamado a la santidad y a la misión

Uno de los mayores retos a los que se enfrenta la iglesia hoy en día es la integridad de nuestro testimonio en lo que se refiere al liderazgo cristiano. La declaración reconoce «una oleada constante de informes de mala administración financiera, de mala conducta y abusos sexuales, de abuso de poder entre líderes, de esfuerzos por encubrir estos fallos mientras se ignora el dolor de los que han sufrido a causa de ellos, y de anemia espiritual e inmadurez en iglesias evangélicas de todo el mundo».

Un discípulo es un seguidor de Jesús, formado por el evangelio para llevar una vida de amor a Dios y amor al prójimo. La misión se orienta propiamente hacia la formación de discípulos cuyo amor a Dios y amor a los demás estén unidos en un corazón sin divisiones. «Nuestro Señor Jesús nos ordena ser discípulos y nos comisiona para hacer discípulos».

Por esta razón, «la búsqueda de justicia en nuestra vida personal, en nuestros hogares, en nuestras iglesias y en las sociedades en las que vivimos no puede estar separada del anuncio del evangelio, del mismo modo que ser discípulo no puede estar separado de hacer discípulos». La declaración pide a los líderes ministeriales y misioneros «permanecer en comunión vital con las iglesias locales y a rendirles cuentas».

6. Sobre la guerra y la paz

La siguiente sección reafirma el propósito de Dios en Cristo de reconciliar a todos los pueblos mediante el evangelio en un mundo lleno de conflictos y celebra la presencia de iglesias, organizaciones cristianas y cristianos individuales en la defensa de la causa de la paz. Presenta una visión del testimonio cristiano en lugares asolados por la guerra.

Llamamos a todos los cristianos a servir a los vulnerables en contextos de guerra, aunando nuestros recursos y apoyando los esfuerzos de ayuda de iglesias y organizaciones humanitarias situadas cerca de las zonas de conflicto. También nos comprometemos a servir como pacificadores, apoyando negociaciones encaminadas a poner fin a conflictos y reclamando justicia y reparación para víctimas inocentes de la violencia.

La Declaración también llama la atención a quienes confunden la iglesia y el estado.

Lamentamos que algunos cristianos hayan buscado en el estado, más que en el evangelio, el medio clave para hacer realidad las intenciones de Dios para el mundo. Esto toma una forma especialmente lamentable cuando se une al nacionalismo —aquí definido como la creencia de que cada estado debería tener una única cultura nacional y ninguna otra— o al etnonacionalismo —la creencia de que cada grupo étnico debería tener su propio estado.

La declaración afirma que «ningún estado moderno puede pretender ni podrá pretender jamás ser el agente especial del gobierno salvador de Dios», por lo que la iglesia debe «comprometerse a orar y servir a los pueblos en conflicto en el mundo para que el evangelio de Jesucristo traiga la verdadera paz a todos los pueblos».

7. Administración de la tecnología

Por último, la declaración aborda el tema de la tecnología y la aceleración de la innovación, y plantea una serie de cuestiones que abarcan ámbitos como la ingeniería genética, la clonación, la biotecnología, la carga mental, los medios digitales, la realidad virtual y la inteligencia artificial. Sin entrar en aplicaciones concretas, la declaración reconoce el peligro de que los cristianos sean «discipulados» por las redes sociales y los medios digitales, pero también pide «una presencia fiel en los espacios digitales, la contextualización fiel a través de dispositivos conectados, la enseñanza fiel de la alfabetización digital y la práctica fiel de la hospitalidad para formar hábitos de uso saludables».

Los cristianos deben discernir las tecnologías que están motivadas por la idea de que no se debe permitir que ni la naturaleza ni la naturaleza humana limiten la libertad humana. Al mismo tiempo, los cristianos están llamados a administrar fielmente la tecnología.

Llamamos a todos los cristianos a buscar la innovación tecnológica y a utilizarla con amor, justicia y fidelidad, tanto ante Dios como hacia los demás. Reconocemos que la tecnología da forma a los entornos en los que los seres humanos viven, juegan, se relacionan y trabajan, así como al modo en que los cristianos tienen comunión entre sí, oran, leen las Escrituras, crecen en la fe y el carácter, adoran a Dios y comparten el evangelio. Por lo tanto, el desarrollo y el uso cristianos de la tecnología deben buscar el bienestar de nuestros prójimos y enemigos, promover el florecimiento y la dignidad humanos, habiendo fijado nuestros ojos más plenamente en el futuro que nos espera en los cielos nuevos y la tierra nueva.

Hay mucho más que podría extraerse de esta declaración, pero creo que he destacado lo suficiente para que te hagas una idea de su contenido. Te recomiendo que leas el documento completo.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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