Mi esposo y yo estamos llamados por el Señor a fortalecer iglesias mediante el equipamiento para consejería bíblica. Buscamos estar bajo la supervisión de pastores y líderes que velan por nuestras almas. La transparencia y honestidad son indispensables para nuestro cuidado. Para esto necesitamos humildad; ser enseñables, honestos, y vulnerables.
El ejemplo de Pablo
La iglesia en Corinto era muy difícil, pero Pablo da gracias por ellos y les comparte sus luchas privadas. Cuando dice “no queremos que ignoren…” (2 Co. 1:8), vemos palabras cargadas de emoción describiendo su situación, donde nos marca un ejemplo de humildad, transparencia, y vulnerabilidad.
2 Corintios 2:1 nos habla: “Pero en mí mismo decidí esto: no ir otra vez a ustedes con tristeza”. Cuando somos transparentes, abrimos una puerta de nuestro corazón al describir nuestro sentir. Por eso tenemos que estar pendientes y escuchar detenidamente las emociones en las palabras. 2 Corintios 3:2 nos dice que nuestras vidas son cartas abiertas, leídas y conocidas por todos los hombres en todo lugar. Cuando hablamos del cuidado mutuo con hermanas en la iglesia, esto nos recuerda que debemos tener cuidado de no quedarnos siempre reservadas con nuestras hermanas, ya que así no vamos a poder ser cuidadas por ellas.
En 2 Corintios 4:8, se nos modela la manera en la que también podemos abrirnos y hablar con sinceridad a nuestras hermanas acerca de nuestra condición: “He estado afligida”, “estoy desesperada”, “me siento abandonada”. Vemos esta sinceridad en niños cuando una mamá le pide que demuestre afecto físico a una persona desconocida, y el niño contesta: “no quiero, no lo conozco”. La madre puede pensar que es una conducta descortés, cuando en realidad ese niño ha sido honesto. Hasta los siete años de edad, nosotras decimos las cosas como son. Conforme nos disciplinan, vamos aprendiendo actitudes que nos llevan a esconder nuestros sentimientos. Mucha gente ha herido nuestro corazón, y al cubrirlo evitamos arriesgarnos.
En 2 Corintios 6:4-5, el apóstol continúa abriendo su corazón:
“Pues en todo nos recomendamos a nosotros mismos como ministros de Dios, en mucha perseverancia, en aflicciones, en privaciones, en angustias, en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos”.
Algunos diría: “¿Cómo puede Pablo estar pasando por todo ésto? Eso es juicio”. Quizás al compartir nuestras situaciones pudiéramos pensar de igual forma: “Esto no puedo contárselo a nadie porque van a murmurar”. Así olvidamos el ejemplo en la Palabra: “Nuestra boca, oh Corintios, les ha hablado con toda franqueza” (2 Co. 6:11). Cuando ciertas personas revelan sus emociones, aprendamos a escucharlas con detenimiento. Seamos compasivas, nos habla la Escritura (cp. 2 Co. 7:3).
Las creyentes somos hijas del mismo Padre. Somos elegidas, amadas, y perdonadas
Pensando en todo esto, vale la pena hacer algunas preguntas que nos pueden ayudar a cuidarnos mejor unas a otras en la iglesia.
¿Qué es una hermana en la fe?
Según 1 Corintios 1:2, una hermana en la fe es alguien que invoca el nombre de Dios. Le ha sido dada la gracia de Cristo y ahora es llamada santa. Las creyentes somos hijas del mismo Padre. Ninguna es mejor que la otra. Somos elegidas, amadas, y perdonadas. Dios pagó el mismo precio por nosotras, y debemos cuidarnos unas a otras. En Génesis, Dios preguntó a Caín: “¿Y dónde está Abel?”. Caín respondió: “¿Acaso soy guarda de mi hermano?”. Esto nos recuerda que Dios nos va a pedir cuentas de nuestras hermanas.
¿Por qué cuidarnos espiritualmente?
No es bueno aislarse. Necesito otras personas además de mis pastores. Ninguno lo puede todo solo. Así que, necesitamos a las hermanas que encontramos en los grupos pequeños. En 1 Timoteo 4:16 la Palabra nos dice: “Ten cuidado de ti mismo”.
Tengo puntos ciegos, y necesito que alguien vea por mí la viga en mi ojo que no me permite ver la paja que está en el ojo del otro. Por ejemplo, hay veces en que voy saliendo a la calle y mi esposo me dice: “Oye mi amor, tienes colgando todavía la etiqueta donde dice tu talla”. ¿Qué es lo que sucede? Está en la espalda y no la puedo ver. Necesito de la ayuda de alguien más que me haga ver lo que no veo.
¿Qué es el cuidado en rendición de cuentas?
Es sobrellevar las cargas las unas de las otras. Todas, en humildad, estamos dando y recibiendo, al mismo tiempo que estamos aprendiendo. Somos llamadas a ir al lado de esa hermana y caminar con ella. Significa escuchar con una sonrisa y un abrazo.
Tengamos cuidado con buscar apoyo donde la hermana o líder que todas desean. Es imposible que una sola persona haga todo ese trabajo. En Efesios 4, los pastores y líderes están puestos para equiparnos para que todos los creyentes podamos hacer la obra del ministerio, pendientes a las necesidades de los demás.
¿Cómo y dónde podemos cuidarnos y rendir cuentas?
Podemos evangelizar, mentorear, y aconsejar, haciéndolo siempre bajo la supervisión y cuidado de nuestros líderes y pastores.
Podemos cuidarnos mediante la rendición de cuentas, la oración, en el intercambio de ideas, en las charlas, y en los escritos de otras hermanas
Es peligroso ausentarse continuamente de estudios bíblicos y grupos pequeños. Es parte del cuerpo de Cristo y de nuestro cuidado. La iglesia es como un hermano mayor que te aconseja, o como tu padre que te protege en medio de tus problemas. Según Tito 2:3, si eres ya mayor, tienes el deber de enseñar a otras y cuidar de ellas. Aún si eres joven, podrías hacerlo con más jóvenes que tú. Podemos cuidarnos mediante la rendición de cuentas, la oración, en el intercambio de ideas, en las charlas, y en los escritos de otras hermanas.
¡No te quedes sola, hermana! Hacerlo es un peligro. Te animo a ser cuidada y atendida por otra hermana. No dejes de buscar asistir a algún grupo de estudio. ¿Hay alguien a quien se te dificulte amar? Ora más por esa persona, amándola y acercándote más intencionalmente.
¿Cuál debe ser nuestra actitud al cuidarnos mutuamente?
Necesitamos reconocer con humildad que todas tenemos tentaciones, retos, y aflicciones parecidas. Todas lloramos, sufrimos, y pecamos, y si alguna dijera que no le sucede nada de esto, sería la “mujer perfecta”. No podemos considerarnos como superiores al cuidar de otra. Debemos ser humildes y compasivas, como Cristo, pues cuidarnos no solo se trata de exhortar y amonestar.
Practiquemos la resistencia a la crítica poniendo alabanza en nuestra boca. Seamos receptivas a las sugerencias y correcciones, evitando la envidia al alegrarnos por el mal del otro o de entristecernos por el bien ajeno. Aprendamos a crecer en comunidad, siendo miembros de un mismo cuerpo, edificandonos unas a otras, y estimulando el amor.
¿Cómo podemos modelar humildad en todo esto?
Necesitamos escuchar más y mejor. Al saludar a una hermana que nos responde: “Ay, pues estoy tan triste”, ¿qué debo hacer? Detenerme, escucharla, y preguntar: “Cuéntame más, ¿Qué te sucede? ¿Cómo puedo orar por ti?”. Debo hacerle preguntas humildes y sabias, como: “¿Qué quieres decir cuando dices que te sientes abrumada?”.
Aprendamos a crecer en comunidad, siendo miembros de un mismo cuerpo, edificandonos unas a otras, y estimulando el amor
Debo aprender a escuchar para entender sus situaciones, aún solo sea para que esa hermana se sienta aceptada y amada. Incluso si ella supiera lo peor de mí, reconocería que la amo. Pero no debo pasar por alto que, si yo no puedo ayudar, entonces debo llevarla con alguien que sí lo pueda hacer.
¿Cómo nos ayudamos unas a otras?
Los pastores, y los líderes de estudio bíblico y grupos pequeños, están para equiparnos en cómo escuchar y cuidarnos en el arte de la consejería bíblica. Este artículo es un ligero preámbulo de cómo podemos iniciar este cuidado. Para ser sabias, hay que aprender de Cristo para ser mansas y humildes. Todas podemos dar y recibir de otra una sonrisa, un abrazo, un oído. Pablo mismo decía que él quería ir a Roma para recibir y dar algún don (Ro. 1:11-12).
Así que sigamos orando que el Señor nos ayude a abrir nuestro corazón, nos provea de hermanas que nos cuiden espiritualmente, y nos permita también cuidar de alguna hermana. No olvides buscar un lugar donde puedas integrarte en la vida de la iglesia local, porque allí vas a poder ser alimentada, instruida, y edificada.
Esto se trata de vivir recordándonos la verdad y ayudándonos a profundizar en el glorioso evangelio de nuestro Salvador que murió y resucitó por nosotras.