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En el verano de 1998, una amiga y yo pasamos una noche juntos. Unas semanas más tarde, me dijo que estaba embarazada y que el bebé era mío. Ninguno de los dos lo esperaba ni se sentía preparado para criar un hijo juntos. No estábamos enamorados, y pensamos que sería mejor separarnos y hacer borrón y cuenta nueva.

Conseguimos cuatrocientos dólares de un amigo y fuimos a una clínica abortista que nos recetó una píldora. Nos dirigimos a la casa vacía de alguien donde pasaríamos la noche. Le di un vaso de agua para que se tomara la píldora. Le sujeté la mano mientras ella se acalambraba y lloraba. Pusimos fin a la vida de nuestro hijo no nacido.

Algunas decisiones dejan cicatrices; nuestro aborto es sin duda una de ellas. En los años transcurridos desde entonces, nuestra decisión me ha dado más compasión hacia quienes se enfrentan al miedo de un embarazo no planificado. Además, Dios me ha dado el perdón y la sanidad que no merezco.

Es el cuerpo de ella

Muchas mujeres a lo largo de los años me han desafiado a que guarde silencio sobre el aborto, diciéndome: «Es el cuerpo de una mujer; ella tiene derecho a elegir qué hacer con él», o «tú eres hombre; no tienes derecho a decirle a una mujer qué hacer con su cuerpo».

Soy sensible a esas peticiones. El cuerpo de una mujer es un don de Dios y nunca debe ser tocado de forma que ella no lo permita. Los hombres no tienen derecho a obligarla a usar su cuerpo contra su voluntad. Su cuerpo es suyo y debe ser respetado.

Cuando una mujer está embarazada, su cuerpo deja de ser solo suyo; también pertenece a su hijo

Además, ningún hombre puede comprender realmente las alegrías de un embarazo o los temores de uno inesperado. Los hombres tienen sus propias esperanzas y tristezas, pero hay una forma única en que una mujer espera que su vientre se llene de vida. También hay un dolor único que las mujeres sienten cuando esa vida termina en una pérdida espontánea o en la decisión de abortar. Como dice el viejo proverbio: «Cada corazón conoce sus propias amarguras, y ningún extraño comparte su alegría» (Pr 14: 10, NVI).

No es solo su cuerpo

Pero «es el cuerpo de una mujer» no capta toda la verdad. Cuando una mujer está embarazada, su cuerpo deja de ser solo suyo; también pertenece a su hijo. El niño está dentro de ella, pero es distinto a ella. Está en el cuerpo de ella, pero no es su cuerpo.

Lo que está creciendo en su interior no es un tumor ni un grupo de células con el potencial de ser un bebé. Sino que es un bebé, con un ADN único, un grupo sanguíneo único y con un latido detectable a las cinco o seis semanas. Lo que vive en la madre es un ser humano único. Si encontráramos en Marte lo que encontramos en el vientre de una madre, sin duda diríamos que hemos encontrado vida. El cien por ciento de las veces, durante el parto no nace nada distinto a un ser humano. En el momento de la concepción, un ser humano vivo establece su residencia en el interior de su madre.

El maravilloso designio de Dios es que los niños no nacidos estén unidos a sus madres, recibiendo un techo protector mientras crecen y nutrientes mientras se desarrollan. Este amor sacrificial es parte de lo que significa ser madre. Cualquiera que lea estas palabras ha conocido este cuidado divinamente diseñado, independientemente de las circunstancias de tu nacimiento. El cuerpo de tu madre era su cuerpo, pero no era solo suyo. Su cuerpo se convirtió en un hogar temporal para ti.

No es solo su bebé

Aunque el cuerpo de la mujer es su cuerpo, dentro no está solo el bebé de ella. Es el bebé de ellos: la madre y el padre.

Tanto si planearon tener un hijo juntos o no, el bebé es de ambos. Tanto si el padre desea responsabilizarse de sus decisiones como si no, el bebé es suyo. Esto se aplica a todos los embarazos, incluido el que yo ayudé a poner fin. Cuando abortamos, no era mi cuerpo, pero era mi bebé.

Espera antes de descartar esto. Pocas cosas son más preciosas que el amor de un padre. Esa es una de las razones por las que el mundo se enamoró de Jack y Randall de la exitosa serie This Is Us. Algo en nosotros quiere padres como Jack y Randall. Si somos padres, queremos ser como ellos. Internet celebró al padre que arremetió contra un médico por agredir sexualmente a sus tres hijas. La importancia de un padre tiene repercusión. Quienes tuvieron padres maravillosos los celebran; quienes no los tuvieron conocen el dolor que dejaron atrás.

Perpetuar la mentira de que los hombres deben mantenerse al margen del debate sobre el aborto es catastrófico para las generaciones venideras

El aborto no se trata solo de la decisión de la madre. También es responsabilidad del padre. Perpetuar la mentira de que los hombres deben mantenerse al margen del debate sobre el aborto no solo es falso, sino que también es catastrófico para las generaciones venideras.

Necesitamos una generación de hombres jóvenes que honren a las mujeres protegiendo el precioso don de su sexualidad, tal y como fue diseñado. Necesitamos una generación de hombres jóvenes que no traten a las mujeres como objetos, sino que las honren con decencia y respeto. Necesitamos una generación de hombres jóvenes que no se alejen cuando dejen embarazadas a las mujeres, ni las presionen para que pongan fin a la vida de sus hijos. Necesitamos una generación de hombres que se responsabilicen amando a sus hijos por nacer. Deben estar dispuestos a ayudar a criar a los niños o hacer planes para darlos en adopción.

También necesitamos una generación de mujeres que anime a los hombres a asumir su responsabilidad, en lugar de apartarlos de la conversación sobre el aborto. Aunque el aborto afecta de manera singular a las mujeres, no se trata solo de ellas.

Porque al final es el cuerpo de ella, pero el bebé es de ambos.


Publicado en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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