×

El pecado es algo serio.

El pecado es mucho peor de lo que creemos, nos trae consecuencias más terribles de las que pensamos, y –lo más importante– ofende a un Dios mucho más santo de lo que imaginamos.

Como creyentes dentro del Cuerpo de Cristo estamos llamados a cuidarnos mutuamente. Una de las maneras en las que podemos hacer esto es a través de la confrontación. ¿Qué quiere decir esto? La confrontación es ayudar a otros a ver su pecado; pecados que están siendo persistentes y en los que no hay señal alguna de lucha contra este.

Evitando la confrontación

Cuando vemos a nuestros hermanos pecar, y decidimos guardar silencio, estamos siendo egoístas. Nos estamos amando a nosotros mismos demasiado y no a los demás.

¿Estás tú ahí? Quizá tienes un amigo que persiste en su pecado y te da temor hablarle de esto pensando que pudieras perder su amistad. Tal vez estás viendo alguna conducta persistente de pecado en tu cónyuge, pero te da temor hablarle de esto porque no quieres que haya un conflicto entre ustedes. Sea cual sea el caso o la persona, si Dios te ha mostrado una conducta persistente de pecado en alguien cercano y decides guardar silencio, estás faltándole al amor.

En la Biblia encontramos distintos ejemplos de confrontación. En el Antiguo Testamento vemos a Natán confrontando el pecado de David (2 Samuel 12), y en el Nuevo Testamento vemos en el apóstol Pablo un corazón que no dudaba en cumplir con la incómoda tarea de amonestar a otros (p.ej, Gál. 2).

Mira cómo Pablo describe su ministerio en Éfeso en Hechos 20:31: «Por tanto, estén alerta, recordando que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar a cada uno con lágrimas». Este verso nos deja ver el corazón de un hombre que se dolía por el pecado del otro. Este es un corazón que solo Cristo puede dar, y que fluye de comprender la gran obra del Señor a nuestro favor.

Pídele al Señor que te dé un corazón así; un corazón que ame más a otros que a sí mismo, un corazón que se duela con el pecado del otro y que no pueda guardar silencio frente a este.

Siendo muy prontos para confrontar

Aunque confrontar es un acto de amor, lo correcto no es pasar nuestros días confrontando. Si te has convertido en un policía cósmico buscando el pecado en el otro e inmediatamente llamando su atención, es muy probable que tu corazón no esté en el lugar correcto.

En su libro «Cuando pecadores dicen acepto«, Dave Harvey nos presenta una serie de preguntas que nos pueden ayudar a determinar cuándo es el momento de confrontar:

  1. ¿Le has pedido sabiduría a Dios y has reconocido tu necesidad de ayuda para servir a otros?
  2. ¿Están basadas tus observaciones en un patrón de conducta, o solo en un incidente independiente?
  3. ¿Estoy preparada para ofrecer humildemente una observación en lugar de una suposición o conclusión?
  4. ¿Mi meta es promover la verdad de Dios o mis preferencias?

Hechos 20:31 nos enseña que Pablo amonestaba con lágrimas. El apóstol tenía una genuina preocupación por el bien del otro; anhelaba que sus hermanos honraran a Dios en su caminar y se asemejaran a Cristo.

La motivación de nuestro corazón es vital para determinar si genuinamente estamos confrontando al otro por amor, o si simplemente estamos escondiendo nuestro egoísmo detrás de lo que llamamos “franqueza” u “honestidad”.

Aprendiendo a recibir la confrontación

Quizá más difícil que amonestar es recibir la amonestación. Con todo, nosotros también somos pecadores; si queremos crecer a la imagen de Cristo necesitamos hermanos y hermanas que en amor nos hagan ver nuestras faltas y nos lleven a la cruz. ¿Estás listo no solo para confrontar, sino también para ser confrontado?

Si examinas tu vida ¿pudieras decir que eres un creyente amonestable? ¿Le has dado el permiso a otros de hablar a tu vida en cuanto vean un pecado persistente en ti? ¿Cómo recibes la amonestación de otros? ¿Lo haces con humildad o inmediatamente “sacas las uñas” en tu defensa?

Si quieres crecer en el Señor necesitas estar dispuesto a en humildad recibir la amonestación para la honra del Señor y el bien de tu alma.

Cristo Jesús, quien jamás cometió pecado, vivió una vida de humildad. ¿Qué nos queda a nosotros que sí somos pecadores? Pidámosle al Señor que nos ayude a dar y recibir confrontación en humildad y amor. Que Dios nos conceda amarlo a Él y a los demás más de lo que nos amamos a nosotros mismos.


Imagen: Lightstock
Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando