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¿Qué viene a tu mente cuando piensas en un líder?

Probablemente te imagines a alguien bien vestido, con una gran sonrisa en el rostro, asombrosas habilidades de oratoria, y un carisma irresistible. Pero, aunque esas cosas no son malas en sí mismas, ninguna de ellas es lo esencial para el liderazgo: lo primero que un buen líder necesita son convicciones firmes.

“Las congregaciones y las instituciones cristianas necesitan líderes eficaces que sean auténticos cristianos, cuyo liderazgo fluya de su compromiso cristiano. […] Si a nuestros líderes no los impulsan apasionadamente las creencias correctas, nos dirigiremos al desastre” (p. 5-6).

Así como la convicción es esencial para nuestra fe, la convicción es esencial para el liderazgo. Para poder hacer lo que Dios nos llama a hacer en este mundo caído y lleno de pecado, no necesitamos sabiduría humana ni carisma. Necesitamos la convicción que tenían los apóstoles para no callar lo que habían “visto y oído” (Hch. 4:20) aun en medio de la peor adversidad.

“Esto es auténtico liderazgo en su forma más clara: la disposición de una persona a morir por sus creencias, porque sabe que Cristo la justificará y le dará el regalo de la vida eterna” (p. 12).

El líder es un aprendiz de por vida

¿Cómo podemos desarrollar esas convicciones que nos hacen líderes de propósito? No se trata de nosotros; necesitamos primero conocer la verdad. Como escribe Mohler, “el punto de partida del liderazgo cristiano no es el líder, sino las verdades eternas que Dios nos ha revelado” (p. 15). Cuando atesoramos la verdad de la Escritura en nuestro corazón y nos aferramos a ella con convicción, podemos ser impulsados a actuar como Dios quiere que lo hagamos.

Como podremos imaginar, esta convicción no surge de la noche a la mañana. Requiere constante disciplina en esos medios de gracia que Dios ha provisto para nosotros: la Escritura, la oración, la comunión con los creyentes. Cualquier líder que confía en su propia fuerza y talento, desconectándose de las disciplinas de la gracia, acabará en el desastre.

“Sin duda, el líder cristiano es un estudiante devoto y un aprendiz de por vida. La inteligencia por convicción surge cuando el líder crece en conocimiento y en la fuerza de su creencia. Se profundiza con el tiempo, con la maduración del conocimiento que crece de un aprendizaje fiel, de un pensamiento cristiano y de un razonamiento bíblico” (p.20).

Si queremos ser líderes efectivos, debemos poner primero lo primero. Dios nos conceda aferrarnos a su verdad con convicción, para así poder enfrentarnos con fidelidad a los retos que vengan.

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