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Sufrir. A nadie le gusta pero todos lo haremos, tarde o temprano. Vivimos en un mundo quebrantado y caído, lleno de pecado, como nos recuerda Paul Tripp en Instrumentos en las manos del Redentor. Aunque a todos nos encantaría que Dios hiciera sonar los dedos y renovara la tierra ahora mismo, Él tiene planes mejores.

“Dios ha permitido que yo pase por el pecado y el sufrimiento, no solo para cambiarme sino para permitirme servir a los demás” (loc. 7200-7201).

Aunque el sufrimiento es una experiencia tan común, hablar de él es incómodo para muchos. No sabemos qué hacer. No sabemos cómo consolar a alguien que está pasando por la muerte de un hijo, la pérdida de su hogar por un desastre, o una enfermedad terminal. En nuestra inmadurez ofrecemos palabras vacías, como “todo irá bien” o “anímate”, en lugar de ofrecer el más grande consuelo de todos: nuestro Dios.

“No consolamos [a las personas] diciéndoles que las cosas saldrán bien. Puede que no. La gente alrededor de ellos puede cambiar, pero quizás no. […] La consolación se encuentra al hundir nuestras raíces en la realidad invisible del amor siempre fiel de Dios” (loc. 7250-7253).

Lo incómodo del amor

El ministerio personal —acompañar a las personas en su sufrimiento o confrontarlas en su pecado— no es nada fácil. Requiere tiempo, esfuerzo, y ponernos en situaciones incómodas. A veces eso parece demasiado trabajo. Además, no queremos que otros se metan en nuestros asuntos. Preferimos tener muchas relaciones superficiales que no pasen de un “Hola, ¿cómo estás? Bien, ¿y tú? Bien también”. Construimos muros para que nadie pueda entrar y nos aislamos a nosotros mismos de la vida de los demás.

A nadie le gusta que lo confronten. Sin embargo, la confrontación es una de las más grandes muestras de amor que alguien puede ofrecernos. El libro de Proverbios nos habla una y otra vez acerca de lo valioso de la reprensión y corrección en nuestras vidas. Aunque sea incómodo, si tienes a alguien en tu vida que puede señalar tus errores con compasión mientras te apunta al Señor, has encontrado a alguien que te ama profundamente. Agradece a Dios por su vida.

“Todos necesitamos personas que nos amen lo suficiente como para preguntar, escuchar, y después de haber escuchado, preguntar más. Esto no es ser entremetido. Se trata de ayudar a las personas ciegas a aceptar su necesidad de Cristo” (loc. 8407-8411).

Por supuesto, la confrontación no se trata de vivir humillando y acusando a los demás por su pecado. La reprensión bíblica es fruto de amar primero a Dios y luego a nuestro hermano. Es un estilo de vida. Se da en el contexto de conversaciones sinceras en las que uno puede abrir su corazón, ser escuchado, corregido, y exhortado, todo por amor a Dios.

“El amor a Dios es el único fundamento confiable para un ministerio que diga la verdad. Cualquier otra motivación distorsiona el proceso. No podemos ir con ira, frustración, o con un espíritu de venganza. Vamos porque amamos a Dios y hablamos en Su nombre a alguien que pueda estar alejándose del camino” (loc. 8982-8986).

Permitamos que Dios nos ame cada día a través de su Iglesia. A través de personas imperfectas, como tú y yo, que quieren vernos abrazar el evangelio de Jesús con mayor firmeza cada día.

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