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“Entonces Jesús habló a la muchedumbre y a Sus discípulos: “Los escribas y los Fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés. De modo que hagan y observen todo lo que les digan; pero no hagan conforme a sus obras, porque ellos dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlas”, Mateo 23:1-4.

No importa los años que tengamos de cristianos ni la experiencia que tengamos en el ministerio: cuando Jesús nos advierte de algo, siembre es una buena idea el poner atención, no sea que estemos en riesgo.

En rendición de cuentas con uno de mis mejores amigos, él me decía que recientemente se sentía bien cansado, y que por Su gracia Dios le mostró el hecho de que estaba “cargando en su fuerza”. En honestidad, él reconocía una sensación de que la Biblia se estaba volviendo una herramienta de trabajo más que una fuente de deleite y “conexión” con el amor, esperanza, y guía transformadora de nuestro hermoso y espectacular Redentor. Yo reconozco ese sentir.

En ese momento yo recordaba una conversación que tuve hace tiempo con mi pastor, en medio de mucha actividad en el ministerio, y decirle: “me siento cansado, desgastado. Sí me siento como siervo de Dios, y eso es un lujo, pero no tengo el deleite ni estoy disfrutando el ser Su hijo. Es como que trabajo para la empresa de Papá, pero tengo semanas que no lo veo, ni para sentamos a comer y reímos juntos, y extraño eso”.

Similar a aquel momento, en esta reciente conversación con mi amigo la Biblia estaba ahí, en nuestro día a día. Se preparan sermones, se cantan alabanzas, se discipula a nuevos creyentes y se predica a la iglesia. Se habla de devoción a Dios, de deleite en Su presencia, de buscar Su rostro, de ser guiados por Su mirada (Salmo 32). Predicamos de la soberanía y supremacía de Dios, de vidas Dios-céntricas, Cristo-exaltantes, de presentarnos de mañana delante de Él, y esperar. Tantas hermosas, profundas y realmente exquisitas doctrinas que son ciertas. Pero sin darnos cuenta, cruzamos una línea muy delgada en el tan afanado día a día en que nos hacemos promotores, y ya no testigos en tiempo real.

No sé si esto es un peligro común a mí y mi amigo, o quizás solo un clamor de mi alma por el riesgo que significa. Quizás no tenga nada que ver contigo. Pero veo una latente amenaza en nuestra era de volvernos pastores “Marto” y estar tan preocupados y afanados por tantas cosas, que perdemos la buena parte (Luc. 10:41,42). Ese peligro de encontrarnos enseñando, escribiendo y predicando cosas de las cuales Jesús les diría eso a sus discípulos: “mira, haz lo que te dice, pero no lo que él hace”.

Así que me sumo con mi amigo y con el buen Pablo, clamando: “¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Rom. 7:24,25). Y esta semana puedo disfrutar sus muchas y nuevas misericordias para mí, y saber que en ese madero en que mi Redentor fue sacrificado está incluido el pago por mi deuda y pecado de ser tan fácilmente distraído, tan ingenuamente seducido a infidelidad, prefiriendo disfrutar, deleitarme y ocuparme en lo dado, desatendiendo mi vital y tremenda necesidad de vivir, experimentar y andar con el asombrosamente buen Dios y Padre que me invitó a llevar esto a y con Él, para Su gloria.

Si te fijas, aquí no te estoy dando una solución: “Si te sientes Pastor-iseo y Marto, sigue los siguientes pasos”. Yo mismo no la tengo. Pero sí sé que en Su presencia hay plenitud de gozo y delicias a su diestra (Sal. 16:11), y que “El que encubre sus pecados no prosperará, Pero el que los confiesa y los abandona hallará misericordia” Proverbios 28:13.

Que nuestros sermones sean por Su gracia, solamente extensión en palabra hablada de lo que experimentamos personalmente de nuestro Dios, hombro a hombro con el precioso rebaño que Dios nos ha encargado a apacentar. Y así, que desde el púlpito la gente escuche a nuestro Rey Jesús decirles: “sígueme”, más que a buenos comunicadores decir “escúchenme”.

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