La palabra avivamiento habla de una vida renovada. Se trata de pasar del agotamiento a la restauración, a una revitalización refrescante. Se trata de que tú y yo, agotados, recarguemos energías con un nuevo brillo en los ojos, un nuevo resorte en nuestros pasos, un nuevo acero en nuestra columna vertebral. ¿Y no es precisamente esa renovación lo que necesitamos constantemente?
Dios no nos creó como máquinas de movimiento perpetuo, haciendo un trabajo monótono toda la vida con nuestras propias energías. Él nos creó para que lo necesitáramos y lo tuviéramos, en Su plenitud de «gracia sobre gracia» (Jn 1:16). Su gracia infinita que satisface nuestra necesidad infinita es la razón por la que el evangelio habla de la «novedad de vida» (Ro 6:4, énfasis añadido) como el cristianismo normativo, no solo en la conversión, sino constantemente a partir de entonces, incluso momento a momento.
¿Cómo podría ser de otra manera? La Biblia resume así nuestro viaje terrenal: «El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad» (Ro 8:26). No habla de nuestras «debilidades» (en plural), sino de nuestra «debilidad» (en singular). ¿Por qué? Porque no es como si tuviéramos una debilidad en esta área de la vida por aquí y otra debilidad en aquella área de la vida por allá. La verdad es que la debilidad impregna toda nuestra existencia. La debilidad no es una experiencia más que tenemos junto a las demás. Más bien, la debilidad es la plataforma sobre la que tenemos todas nuestras experiencias. Nunca hemos conocido un solo momento sin debilidad. Pero el Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad. Y el avivamiento es una poderosa oleada de ayuda dada por el Espíritu a los cristianos débiles como todos nosotros.
¿Qué es el avivamiento?
Entonces, ¿qué es el avivamiento? El avivamiento es cuando cristianos comunes y corrientes experimentan el poder extraordinario de lo alto, de modo que el evangelio avance en nosotros y a través de nosotros con un impacto extraordinario. No es algo que se puede calendarizar… al menos no por nosotros. Viene de Dios.
Mi papá y mi mamá estaban dando una charla en una universidad cristiana a principios de la década de 1970. El Espíritu Santo se movía con un poder de avivamiento. Con feliz asombro, los estudiantes no dejaban de decir: «¿Pueden creer que esto nos esté pasando?». Ese no es el tipo de comentario que solemos hacer cuando ejecutamos muy bien nuestro propio plan ministerial. La naturaleza divina y milagrosa del auténtico avivamiento es la razón por la que no hacemos concesiones aquí a los «avivamientos» falsos y artificiales que nosotros mismos inventamos.
Lejos de amenazar la teología reformada, el carácter centrado en Dios del avivamiento valida la teología reformada
No estamos de acuerdo con Charles Grandison Finney (1792-1875), quien dijo la famosa frase: «Un avivamiento religioso no es un milagro» (Lectures on Revivals of Religion, p. 10). Finney influyó en las generaciones posteriores para que creyeran que un avivamiento es el resultado del «uso correcto de los medios constituidos». No estoy de acuerdo. Considero que el avivamiento es un mega milagro glorioso.
La Biblia nos anima a buscar este tipo de avivamiento con esta maravillosa oración: «¿No volverás a darnos vida / Para que Tu pueblo se regocije en Ti?» (Sal 85:6). Reflexionemos sobre esta sencilla oración por medio de tres preguntas.
1. ¿Quién produce el avivamiento?
Dios lo hace: «¿No volverás [Tú] a darnos vida?». De hecho, la palabra Tú es enfática en el texto hebreo. El avivamiento es una obra de Dios. Por eso oramos por avivamiento.
¿Trabajamos también por un avivamiento? Sí. Siempre queremos servir de tal manera que «preparemos el camino del Señor» (cp. Is 40:3-5). Al igual que Elías, construimos el altar. Pero es Dios, y solo Dios, quien envía el fuego sagrado (1 R 18:30-39).
Si nuestras iglesias se dejan arrastrar por cualquier movimiento o dinámica generada por nuestra propia brillantez o popularidad, ¿por qué debería importarle a alguien? ¿Por qué debería importarnos a nosotros? Si nuestras iglesias crecen gracias a formas socialmente aceptables de marketing astuto y programas de moda, entonces nos queda una tragedia: iglesias que son fracasos totales brillantemente disfrazadas de éxitos masivos. Debemos ser la prueba viviente de que el Jesús resucitado realmente se mueve en este mundo, y no podemos conformarnos con menos. Ese es el éxito (si es que se puede aplicar esa palabra).
Cuando nuestro Señor en lo alto derrama Su Espíritu sobre nosotros (Hch 2:33), nos eleva a nuevas experiencias de Su gracia que hace maravillas, con conversiones sorprendentes, pecados ocultos confesados abiertamente, relaciones rotas restauradas con ternura, cristianos tímidos que cobran valentía públicamente, y así sucesivamente. Ese milagro es el avivamiento. Para citar un libro de J. I. Packer, es «Dios entre nosotros». Cuando esto sucede, el cristianismo meramente rutinario se desmorona, cediendo ante los poderes del cristianismo avivado.
Cuando nuestro Señor en lo alto derrama Su Espíritu sobre nosotros (Hch 2:33), nos eleva a nuevas experiencias de Su gracia
Jonathan Edwards sin duda entendía el avivamiento de esta manera: como una intervención de Dios. Por eso, en sus escritos sobre el Primer Gran Despertar, tuvo que utilizar palabras como «sorprendente», «notable», «extraordinario» y «maravilloso» para describir lo que veía suceder. Lejos de amenazar la teología reformada, el carácter centrado en Dios del avivamiento valida la teología reformada.
Lo maravilloso del milagro del avivamiento es que nosotros, aun nosotros, podemos recibirlo. En la realidad podemos ser tan poco impresionantes, pero con el evangelio y el Espíritu Santo, nosotros —los cristianos simples, laboriosos y a veces agotados— estamos equipados con todo lo esencial para recibir de nuevo la presencia palpable del Cristo resucitado con un efecto poderoso.
2. ¿Quién necesita un avivamiento?
Nosotros. El pueblo de Dios necesita un avivamiento: «¿No volverás a darnos vida / Para que Tu pueblo se regocije en Ti?» (énfasis añadido). ¿Necesita también el mundo un avivamiento? Por supuesto. De hecho, la antigua profecía declara que «la tierra se llenará / Del conocimiento de la gloria del SEÑOR / Como las aguas cubren el mar» (Hab 2:14). ¡Y nuestro Señor no se detendrá hasta que «todos los árboles del bosque can[ten] con gozo» (Sal 96:12)! Pero el avivamiento comienza entre nosotros, Su propio pueblo.
El avivamiento es una obra de Dios. Por eso oramos por avivamiento
¿Podemos negar que necesitamos un avivamiento? Durante la última década, los cristianos que creemos en la Biblia en Estados Unidos hemos sufrido pérdidas significativas. Estábamos avanzando con fuerza. Personalmente, al observar los movimientos impulsados por el evangelio entre nosotros, pensaba: «Si nos mantenemos humildes ante el Señor y administramos esta bendición con sabiduría, esto podría acelerarse y convertirse en un despertar histórico en los próximos diez o veinte años».
Pero hemos flaqueado. Nuestros fracasos morales, nuestras traiciones doctrinales, nuestras fracturas relacionales… hemos recibido muchos golpes. Desde mi punto de vista, no estamos en la posición de fuerza en la que nos encontrábamos hace solo unos años.
Si creemos que no necesitamos un avivamiento, ¿cuánto más debemos caer antes de que nuestros corazones se rompan y nos humillemos? Creo que nosotros, los cristianos ortodoxos, serios y amantes del evangelio, necesitamos un avivamiento, ahora mismo. Busquemos al Señor para ello.
3. ¿Qué diferencia hace el avivamiento?
¡Una diferencia maravillosa! «¿No volverás a darnos vida / Para que Tu pueblo se regocije en Ti?» (énfasis añadido). El avivamiento mana con un gozo desbordante en Cristo. Es tan alegre estar en paz con Dios y con los demás, liberarse de los remordimientos del pasado, dejar de quedarse atrás con timidez y afrontar el futuro con nueva confianza en Aquel que tiene «toda autoridad en el cielo y en la tierra» (cp. Mt 28:18).
Recuerdo un punto de giro en mi propia vida durante el «Movimiento de Jesús» de finales de la década de 1960 en los Estados Unidos. Cursaba mi tercer año de universidad. Estaba enredado en nudos de dudas sobre Cristo. Mis fundamentos más profundos estaban siendo sacudidos por algunas malas enseñanzas. Entonces Dios, con Su misericordia, se movió en mí cuando unos amigos me invitaron a un concierto de rock cristiano en la víspera de Año Nuevo de 1969.
Cuando entré esa noche, mi corazón estaba cargado de dudas. Tres horas más tarde, salí flotando con un gozo que nunca antes había conocido. ¿Qué marcó la diferencia? No fue un argumento brillante (aunque, sin duda, respeto los argumentos brillantes). No, Dios me dio algo más profundo, incluso primitivo. Me dio una feliz certeza. Me dio un gozo que venía de arriba, como una experiencia de primer orden, autenticada, directa e inmediata de la Realidad: Su misma presencia.
¿Qué pasaría si todo lo que le ofreciéramos fuera nuestra humilde apertura, nuestras biblias abiertas con nuestros corazones abiertos?
Esa noche, estaba sentado en el Auditorio Cívico de Pasadena con mis amigos, ocupándome de mis asuntos. Se abrió el telón. Allí estaba una banda de rock formada por «locos por Jesús» con su cabello largo y sus guitarras eléctricas. Comenzaron a tocar. Imagínate una mezcla de Jimi Hendrix y Eric Clapton. Me encantó.
Pero lo que me cautivó fue su mensaje sencillo. La canción que me conmovió profundamente repetía esta letra en forma de llamado y respuesta: «Jesús me ama; yo amo a Jesús». (No hace falta decir que no se trataba de la tradicional canción infantil «Cristo me ama»). Estas palabras directas, sinceras y sencillas del evangelio aterrizaron en mí como un pensamiento nuevo, sorprendentemente brillante y luminoso.
Oraciones que no traerán remordimiento
Por el poder vivificante de Dios, aquella noche en Pasadena, Su mensaje se convirtió en una experiencia real para mi corazón, más real que cualquier otra cosa en este mundo. Entró en mi ser a un nivel más profundo que mis dudas. Esas palabras explotaron en mi experiencia con un gozo que no podía negar, y tampoco quería hacerlo. Naturalmente, todavía tenía muchas preguntas, e incluso más que antes. Pero ahora era libre para reflexionar sobre todo esto con la gozosa confianza de que Jesús me ofrecía todo lo que estaba buscando. No he vuelto a ser el mismo desde entonces.
¿Qué pasaría si nos examináramos a nosotros mismos en busca de cualquier rastro de experiencia cristiana inadecuadamente limitada? ¿Qué pasaría si nos atreviéramos a pedirle al Señor que nos guíe a pastos verdes frescos y junto a nuevas aguas de reposo, para que nos regocijemos en Él como nunca antes? ¿Qué pasaría si dejáramos que Él decida si nuestro cristianismo actual es todo lo que Él puede darnos? ¿Qué pasaría si todo lo que le ofreciéramos fuera nuestra humilde apertura, nuestras biblias abiertas con nuestros corazones abiertos? ¿Realmente tememos que en última instancia sentiremos remordimiento por haber caído tan bajo ante nuestro misericordioso Señor y Salvador?
«¿No volverás a darnos vida / Para que Tu pueblo se regocije en Ti?». ¡Que el Salmo 85:6 cautive nuestros corazones y nunca nos suelte!