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La Biblia dice:

“Por lo demás, fortalézcanse en el Señor y en el poder de su fuerza. Revístanse con toda la armadura de Dios para que puedan estar firmes contra las insidias del diablo” (Efesios 6:10-11, cursiva añadida).

La armadura de Dios se refiere a la metáfora usada por el apóstol Pablo para llamar a los creyentes a que estén preparados contra los ataques del diablo y que se revistan de los recursos dejados por Dios. Veremos cuáles son. Pero antes, debido a la gran importancia de Efesios 6, vamos a leer completo el pasaje que nos habla de estos recursos y a comentar brevemente lo que vemos:

“Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomen toda la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y habiéndolo hecho todo, estar firmes. Estén, pues, firmes, ceñida su cintura con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia, y calzados los pies con la preparación para anunciar el evangelio de la paz. Sobre todo, tomen el escudo de la fe con el que podrán apagar todos los dardos encendidos del maligno. Tomen también el casco de la salvación, y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios. Con toda oración y súplica oren en todo tiempo en el Espíritu, y así, velen con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:12-18).

Nuestra cintura está ceñida con la verdad, y Su palabra es la verdad (Jn 17:17). Es la creencia en la Palabra y el aplicarla a nuestras acciones lo que mantiene unida toda la armadura. Estar revestidos con la coraza de la justicia produce la resistencia mientras Satanás huye. Sin duda, esta justicia viene del Señor y su evangelio y, a la vez, podemos saber que una vida de piedad y santidad provee defensa ante los ataques satánicos.

Aprendemos también a levantar el escudo de la fe que apaga todos los dardos encendidos del maligno cuando no hay duda de la Palabra en nuestros corazones. Todo esto es posible porque tenemos nuestro yelmo, la salvación, que, aunque no puede ser removida (Jn 10:28), Satanás procurará atacarla, acusándonos de no ser lo que Dios dice que somos.

Si te fijas, en este pasaje hay solamente dos armas ofensivas: el calzado para compartir el evangelio y la espada del Espíritu, ambos representan la Palabra de Dios. Nuestro llamado es a resistir. Nuestras armas son mayormente defensivas porque la batalla pertenece al Señor (1 S 17:47). Es Él quien lucha por nosotros. Solamente con su Palabra y en su poder hay victoria.

Cuando apoyamos nuestra fe con vivir en la Palabra y la oración, recibimos instrucciones del Espíritu Santo para la batalla, y nuestro Señor nos llena con su verdad para que podamos predicar con Su espada (Ef 6:17). Él nos ha dicho que su espada es como un martillo que despedaza (Jr 23:29), y tenemos la garantía de que “mi palabra que sale de mi boca, no volverá a mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié” (Is 55:11).

La batalla ya ha sido ganada por Cristo en la cruz, donde Él despojó a las autoridades triunfando sobre ellas (Col 2:15). Esta sola realización cambia totalmente el tono de nuestra lucha: batallamos con un enemigo que, en última instancia, ha sido derrotado. El diablo no puede forzarnos a hacer nada. Nosotros decidimos en cada evento a quién vamos a servir, a Dios o al mundo. Entender la derrota de Satanás nos librará de sobreenfatizar el poder del maligno (¡es un enemigo derrotado!), y conocer la Palabra de Dios nos llevará a estar alertas ante las asechanzas del diablo, para resistirlo (1 P 5:8-9). Así que, habiéndolo hecho todo, ¡estemos firmes!


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