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Nota del editor: 

El pastor John Piper recibe preguntas de algunos oyentes de su podcast Ask Pastor John. A continuación está una de esas preguntas y su respuesta.

Nuestro tema de hoy es la crianza. En la Escritura nos encontramos con tres historias largas, detalladas y conectadas sobre rebelión: hijos que se rebelaron. Me refiero a Absalón, Seba y Adonías.

En 2018, con relación a este trío de rebeldes, publicaste un tuit dirigido a los padres: «Lean a sus hijos las historias de la rebelión de Absalón contra David (2 S 15:1–18:33), la de Seba (2 S 20:1–26) y la de Adonías (1 R 1:1–2:25). Luego mírenlos a los ojos y díganles: “La rebelión contra el ungido del Señor nunca, nunca, jamás triunfa”». Estas tres extensas narraciones están repletas de advertencias. ¿Podrías señalar un par de aspectos que consideres importantes que los padres deben recalcar a sus hijos al leer estos pasajes? Y, entiendo que cuando te refieres al «ungido del Señor» en tu tuit, aludes a Cristo mismo, ¿es así? Además, ¿qué otras lecciones destacarías para prepararnos a leer estas secciones por nuestra cuenta y aplicarlas en nuestros hogares?


Escribí ese tuit porque me resulta muy dolorosamente evidente que los jóvenes —y supongo que también los adultos— necesitan que se les advierta sobre el peligro de tomar un camino que una y otra vez ha demostrado ser de autodestrucción. A menudo, los jóvenes no ven las consecuencias de sus decisiones y necesitan que se les prevenga. Puede que ignoren las advertencias —como ciertamente hicieron estos tres personajes—, pero existe la posibilidad de que las tomen en serio. Y, lo hagan o no, es una responsabilidad dada por Dios a los padres dar advertencias bíblicas a sus hijos.

Tres rebeliones fallidas

Mientras releía este pasaje, como hago cada año, me impactó la sucesión de rebeliones contra el rey David. David es el ungido del Señor. Enseguida veremos su relación con Cristo, pero es esencial recordar que Dios eligió a David para ser rey sobre Su pueblo. Samuel lo había ungido, y Dios claramente advirtió en el Salmo 2 lo insensato y peligroso que es conspirar contra el ungido del Señor. Es un esfuerzo completamente inútil. El Señor se burla desde el cielo.

Aun así, Absalón (hijo de David), Seba (un «indigno» de la tribu de Benjamín) y Adonías (hijo de David, nacido después de Absalón), uno tras otro, se rebelaron contra el ungido del Señor y todos murieron por ello.

Absalón, con artimañas, se ganó el favor de los hombres de Israel prometiéndoles una justicia superior a la que David les daba. Así encabezó una rebelión que terminó cuando su larga cabellera se enredó en un árbol, donde quedó colgando hasta que fue asesinado por los hombres de Joab.

Seba, por su parte, intentó aprovechar una división entre las diez tribus y Judá, que estaban discutiendo sobre quién debía traer de vuelta a David tras la derrota de Absalón. Su objetivo era movilizar a las diez tribus contra Judá y David. Sin embargo, una mujer sabia en la ciudad de Abel le cortó la cabeza y la arrojó por encima del muro a Joab.

Es una responsabilidad dada por Dios a los padres dar advertencias bíblicas a sus hijos

Finalmente, Adonías intentó sacar ventaja de la avanzada edad de David para usurpar el trono, a pesar de que su padre había escogido a Salomón, su hermano. En su intriga, incluso reclutó a Joab. Tanto Adonías como Joab murieron. En definitiva, el destino de quienes se oponen al ungido del Señor no es nada alentador.

Estas son algunas lecciones que podemos extraer de estas historias. Quizás surjan más detalles a medida que las desarrollemos.

1. El pecado profetizado no justifica el pecado.

En primer lugar, una profecía de sufrimiento y conflicto familiar no justifica a quienes causan ese sufrimiento y conflicto. David comenzó su reinado adulterando con Betsabé y asesinando a Urías, su esposo. El profeta Natán le dijo a David: «Ahora pues, la espada nunca se apartará de tu casa, porque me has despreciado y has tomado la mujer de Urías el hitita para que sea tu mujer» (2 S 12:10).

Así, las rebeliones de sus hijos y otros fueron profetizadas como parte de las consecuencias del pecado de David. No obstante, en las historias no hay ningún indicio de que Absalón, Seba o Adonías sean perdonados por su maldad y rebelión debido a esta profecía. El pecado profetizado no exime al pecador. Esa es la primera lección.

2. Una mala crianza no justifica el pecado.

En segundo lugar —y este punto, similar al anterior, puede ser más relevante hoy para las personas contemporáneas que el anterior—, es vital que los jóvenes entiendan esto: una crianza deficiente de parte de los padres no justifica el pecado de sus hijos. No podemos usar los pecados de nuestros padres como excusa para los nuestros. Somos responsables de nuestros actos, independientemente de nuestro pasado. Se nos pedirá cuentas por nuestras acciones pecaminosas y las faltas de nuestros padres no eliminarán nuestra culpa.

En 1 Reyes 1:6 leemos: «[David] nunca lo había contrariado [a Adonías] preguntándole: “¿Por qué has hecho esto?”». Este versículo evidencia la indulgencia pecaminosa de David con sus hijos, su falta de disciplina. Parece que trató a Absalón del mismo modo que a Adonías, pues —cerca del fin— su permisividad con la rebelión de Absalón casi le cuesta el trono. Sin embargo, a pesar de la falta de disciplina paterna, tanto Absalón como Adonías son responsables de sus actitudes rebeldes y sus pecados. No pueden culpar a su padre de sus propios errores.

3. La rebelión surge tanto en los lugares altos como bajos.

Tercera lección: la rebelión puede surgir tanto de un sentimiento de privilegio y creer que mereces algo, como de una sensación de inutilidad que busca sacar ventaja de una situación para obtener poder.

Absalón y Adonías eran muy privilegiados, no solo por ser hijos del rey, sino también por ser reconocidos ambos como hombres muy atractivos. El autor se detiene en señalar que eran apuestos, populares y con buenas conexiones. Seba era un don nadie. Se le llama «un hombre indigno» (2 S 20:1). No había logrado nada en la vida. Absalón y Adonías usaron su posición privilegiada para derrocar a su padre; Seba, por su parte, tomó ventaja astutamente de un conflicto latente entre los súbditos del rey.

Pero, en ambos casos, ya fuera por privilegio o por pobreza, fracasaron. Lo importante es que ni el poder ni la carencia, ni una posición social alta ni baja, justifican la rebelión contra el ungido del Señor. El pecado acecha tanto en los lugares de poder como en la marginación. Así que, jóvenes, tengan cuidado: no justifiquen una rebelión contra el ungido del Señor por ninguna de esas razones.

4. La autoexaltación conduce a la destrucción.

Cuarto: «Cualquiera que se engrandece, será humillado, y cualquiera que se humille, será engrandecido» (Mt 23:12), palabras de Jesús. El inicio de la historia de Adonías revela la raíz del problema: «Adonías, hijo de Haguit, se ensalzaba diciendo: “Yo seré rey”» (1 R 1:5). Lo mismo ocurrió con Absalón y Seba. Ese es el gran pecado, el pecado arraigado en el corazón de hijos y padres: el anhelo de ser vistos como importantes, poderosos, hermosos, inteligentes, populares, valientes o ricos; en suma, como mejores que los demás. «Yo quiero ser superior», como los apóstoles discutían sobre quién era el más importante.

El Antiguo Testamento está lleno de historias como estas, que ilustran la enseñanza de Jesús: «Cualquiera que se engrandece, será humillado, y cualquiera que se humille, será engrandecido» (Mt 23:12). Noël y yo estamos leyendo Isaías ahora mismo. Justo anoche leíamos cómo el mal que Dios castiga una y otra vez en las naciones es el orgullo, la arrogancia, la autoexaltación.

Sométete al Ungido

Para concluir, debo decir que sí,  David, el ungido del Señor, era un prototipo de Jesucristo, una prefiguración del Rey Jesús. Cristo es el hijo de David y el Ungido definitivo. «Cristo» (Cristos) significa «ungido». A partir de estas historias, debemos advertir a nuestros hijos —y advertirnos a nosotros mismos— que la rebelión contra el ungido del Señor, ya sea David o Cristo, está condenada al fracaso. La verdadera satisfacción está en someternos a Él, en reconocerlo como el gran, glorioso, sabio, poderoso, justo y bondadoso Rey que es.

La ostentosa promesa de la autoexaltación es un espejismo, jóvenes. No sigan el camino de Absalón, Seba o Adonías. Es un camino que siempre termina en la derrota.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Eduardo Fergusson.
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