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A nadie le gusta el conflicto. Especialmente en ajustes de la iglesia o en el  ministerio. (¡Si te gustan te sugiero que tomes un tiempo para orar!). Pero el conflicto es una parte inevitable de la vida, y cuando llega, puede proporcionar una oportunidad de experimentar la obra santificadora de Dios en nuestros corazones, dependiendo de cómo caminamos a través de él.

¿Cómo podemos aprovechar las situaciones de conflicto para sacar lo mejor de ellas? Estas oraciones no responden completamente a esa pregunta, y por supuesto, algunos tipos de conflictos son tan graves, o provocados por algún pecado evidente, que realmente requieren una respuesta más decisiva. Pero incluso en situaciones extremas, oraciones como éstas pueden resultar un buen punto de partida. Y aun en medio del conflicto más suave que experimentamos regularmente en el cuerpo de Cristo, meditar en oraciones como éstas podrían calmar mucho el conflicto aun antes de que comience.

1. Señor, dame un corazón de misericordia.

En Efesios 4:32, Pablo une su llamado al perdón con un llamado a un corazón amable y bondadoso (“Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros”). Dios no solo nos llama a practicar el perdón, sino que nos llama a practicar una cualidad particular del perdón marcada por la calidez, la alegría y el aroma del evangelio (“como en Cristo, Dios los perdonó”).

Orar por un corazón de misericordia no significa que dejaremos a un lado la reparación legal o la rendición de cuentas de una acción incorrecta en el futuro. Pero sí significa que deseamos la reconciliación y la comunión más que ganar; que buscamos redirigir el mal y buscamos vías a través de las cuales se torne en bien; que absorbemos el dolor con el fin de apuntar a la restauración y la paz. “Y la semilla cuyo fruto es la justicia a se siembra en paz por aquéllos que hacen la paz”, Santiago 3:18.

Orar por un corazón de misericordia en medio del conflicto puede ser extremadamente difícil, especialmente si han estado pecando profundamente contra ti. Se siente un poco como morir. Puede que requiera de nosotros el perseverar en la oración por aquellos que nos han hecho mal, y “orar hasta que hayamos orado”, como los puritanos solían decir. Por encima de todo, se requerirá de un corazón lleno de bondad, y el perdón de Cristo por nosotros, de donde obtenemos la fortaleza para hacer lo mismo.

2. Señor, ayúdame a mantener una actitud positiva en medio de la negatividad.

Es fácil dejarse atrapar por la negatividad. Nietzsche dijo: “Los que luchan con monstruos deben tener cuidado de que no se conviertan en monstruos”. Es fácil reaccionar contra un problema real, pero en el proceso se convierte en algo contaminado cuando reaccionamos en contra. Por ejemplo, le respondes al airado y agresivo, y te encuentras a ti mismo estando un poco airado. Al observar el fariseo, encuentras en tu propio corazón juicios en contra de ellos. En la detección del orgullo de tu prójimo, encuentras a tu propio ego siendo provocado (recuerda que el orgullo es esencialmente competitivo). Tal vez es por eso que Pablo, después de llamar a la restauración del pecador, añade inmediatamente: “Mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”, Gálatas 6:1.

A fin de mantenernos sin mancha por la negatividad y la calumnia que el conflicto a menudo engendra, tenemos que mantener nuestros ojos en Jesús. Esteban, el primer mártir de la Iglesia, nos proporciona un ejemplo maravilloso. Cuando otros rechinaban sus dientes contra él y lo mataban a pedradas, él dirigió sus ojos hacia el cielo, donde ve a Cristo resucitado en gloria (Hechos 7: 54-58). Con los ojos fijos en Jesús, él se libera de orar por el perdón de sus enemigos (Hechos 7:60).

Con el fin de “vencer el mal con el bien” (Romanos 12:21) en el medio del conflicto, tenemos que seguir el ejemplo de Esteban de mantener nuestros ojos por encima del sonido de los dientes rechinantes y las piedras que se arrojan en contra nuestra, y definir nuestra situación por la realidad ulterior y el reino de Cristo. Como Robert Murray McCheyne lo dijo , “¡Por cada mirar a ti mismo toma diez miradas a Cristo! Vive cerca de Jesús, y todas las cosas parecerán pequeñas en comparación con la realidad eterna”.

3. Señor, ayúdame a no tomar esta crítica de manera personal.

Es la cosa más natural del mundo el tomar las críticas de manera personal. Es tan instintivo como pestañear cuando llega un golpe. Pero un espíritu autorreferencial y defensivo no solo obstaculiza el ministerio, es en muchos aspectos lo contrario de un verdadero ministerio. No podemos ministrar a otros, lo cual es un acto esencialmente de vaciarnos a nosotros mismos, cuando estamos ocupados en la defensa de nuestra propia reputación o ego.

De hecho, he encontrado que la forma en la que recibimos la crítica es a menudo uno de las más maduras oportunidades para ministrar a otra persona. Cuando viene la crítica, a menudo hay algo que hacer en el centro de la crítica, algo que muchas veces no tiene nada que ver con nosotros. Cuando nuestros corazones están seguros en el amor de Cristo por nosotros, podemos ver mejor estas necesidades y responder a ellas.

‪4. Señor, dame esperanza por la renovación de esta persona.

Cuando estamos en conflicto con otros, sus defectos tienden a telar en grande en nuestros corazones y mentes. Puede llegar a ser fácil asumir el mal en sus motivos (”Él está deliberadamente tratando de quebrantarme”) o reducirlas a una caricatura de sus pecados (“Ella es solo un chisme”) o exagerar sus tendencias dañinas (“Ellos siempre hacen eso “). Parte de la práctica de la regla de oro durante los conflictos significa que no exageramos otros vicios e ignoramos sus virtudes. He encontrado de ayuda el orar por la visión de Dios para el progreso de una persona en Cristo, y luego pedir por gracia para genuinamente esperar en esta visión.

Dostoievski famosamente afirmó que amar a otra persona es verla como Dios la ve. Cuando estamos en conflicto con hermanos o hermanas en Cristo, puede ser útil el no verlos como lo que son actualmente, sino como aquellos que estarán adorando entre los ángeles por 100.000 años. Ver a las personas desde esta perspectiva no solo informa nuestras oraciones por ellos, sino que también motiva y empodera las oraciones.

5. Señor, ¿cómo puedo ver mi pecado?

La tendencia  de nuestros corazones hacia la auto-justificación a menudo nos puede llevar a descuidar nuestra propia contribución al conflicto o al menos minimizarlo en proporción a la contribución de la otra persona. En algunos conflictos una de las partes puede ser el cordero inocente y el otro el lobo malvado. Pero mucho más a menudo la culpa puede ser cortada en pedazos 90/10, 80/20, 50/50, o alguna otra fracción en la que ambos números son mayores que cero. E incluso en esas situaciones escasas de ser la víctima completamente, es saludable recordar que Jesús miró a los ojos de Judas, no con la ira y la defensa propia, pero con tristeza y resignación a la voluntad de Dios.

Necesitamos corazones llenos del evangelio con el fin de no sentirnos amenazados por ser dueño de nuestro propio parte del conflicto. Saber que nuestros pecados ya han sido clavado en la cruz, que nuestra identidad y firmeza no están en juego con el hecho de “ganar” el conflicto, nos libera para examinar nuestro corazón y ver cómo podríamos haber contribuido al problema.

‪Cuando mi propio pecado no es pesado para mí, a menudo me parece útil reflexionar sobre la segunda estrofa del himno “Cuán profundo el amor del Padre por nosotros”:

He aquí el hombre en la cruz

Mi pecado sobre sus hombros

Avergonzado escucho mi voz burlona

Gritando entre los burladores

Fue mi pecado que lo mantuvo allí

Hasta que se llevó a cabo

Su último aliento me ha traído a mi vida

Sé que está terminado

Después de reflexionar sobre estas palabras, quizás aún tenga que “reprender a mi prójimo” ( Levíticos 19:17). Pero espero que ahora lo esté haciendo con un estado de ánimo escarmentado, con una mayor apertura a la confianza y una mayor expresión de la vulnerabilidad, a fin de cumplir mi llamamiento “por la mansedumbre y ternura de Cristo” (2 Corintios 10:1).


Publicado originalmente para The Gospel Coalition. Traducido por Patricia Namnún.
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