El cáncer ataca. Un cónyuge es infiel. El aborto acecha. El pecado sexual es expuesto. Un bebé nace muerto. Estas experiencias trágicas son acontecimientos comunes en nuestro mundo caído. Mujeres que conocemos están en estas situaciones en este momento, y debemos cuidar de ellas en medio de su trauma.
¿Pero cómo? A menudo me siento perdida y no sé por dónde empezar a ministrar a hermanas en este tipo de situaciones. No conozco lo suficiente de la Biblia o no tengo suficiente sabiduría. La situación puede ir mucho más allá de cualquier cosa que yo haya experimentado personalmente. Escucho, tratando de mostrar calma, pero por dentro estoy entrando en pánico, temiendo que no tendré nada que ofrecer a esta hermana.
La mala noticia es que somos inadecuados. La buena noticia, sin embargo, es que Cristo es más que suficiente para hacer frente a cualquier situación traumática. A Él debemos encaminar a nuestra hermana que está luchando.
Aquí hay cinco maneras en que podemos hacer esto.
1. Cree.
Tal vez el aspecto más difícil de ministrar a mujeres en crisis es ayudarlas a creer. A veces no creen que las cosas pueden mejorar, o que Dios es bueno incluso en su sufrimiento, o que su alegría volverá, o que Dios les perdonará su pecado. Pero el dolor si pierde su aguijón. Como David proclamó, “Por la noche durará el lloro, Y a la mañana vendrá la alegría” (Sal. 30:5).
Cuando una amiga está sin esperanza, a menudo tenemos que creer por ella las cosas que ella misma no está dispuesta a creer para sí. Sabemos que queremos que ella crea que Dios es bueno y compasivo, y que Él responde a la oración. ¿Pero es lo que creemos? Sé que ha habido momentos en los que he mirado una situación y he pensado, esto va a terminar mal; esto está más allá como para corregirse. ¡Pero servimos a un Dios que resucita de entre los muertos y los trae a la vida! ¿Existe algo demasiado difícil para Él? La respuesta es un rotundo no. A veces tenemos que creer esto por nuestras amigas hasta que ellas puedan creerlo por sí mismas.
Esto no es parte de la teología “decláralo y reclámalo”. Dios puede hacer cualquier cosa que le plazca, por lo que podemos acercarnos a Él con humilde audacia. Jesús deseaba que, si fuera posible, Dios le permitiera que la copa del sufrimiento pasara de Él. Pero su mayor deseo era que la voluntad de Dios se hiciera. En nuestra lucha contra el pecado hemos de mirar a Jesús, “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Heb. 12:2). No se limitó a aceptar la voluntad de Dios lamentándose; se deleitaba en hacerla.
2. Debes estar disponible.
A menudo tenemos una mentalidad de solucionar las cosas rápido en nuestro deseo de ver a una hermana salir de la crisis. Pensamos que si combinamos los versos adecuadas con las oraciones correctas y hacemos las cosas correctas, entonces todos sus problemas desaparecerán. Pero no vamos a resolver los problemas maritales de nuestra amiga en una conversación. Tenemos que estar a disposición de nuestras hermanas a largo plazo, así como sabemos que todo sufrimiento, pecado y muerte son momentáneos. Ya se trate de un día, un par de semanas, o 50 años, a la luz del eterno peso de gloria que nos espera aún es momentáneo.
Recientemente escuché a alguien referirse al dolor de Martín Lutero en la pérdida de su hija. Lutero escribió:
“Yo creo que han recibido el informe de que mi hija más querida Magdalena ha renacido en el reino eterno de Cristo. Yo y mi esposa deberíamos dar solamente gracias con alegría por tal feliz partida y bendecido final. . . sin embargo, la fuerza de [nuestro] amor natural es tan grande que no podemos hacer esto sin llorar y afligirnos en [nuestros] corazones, incluso sin experimentar la muerte nosotros mismos. . . . Usted, por lo tanto, ¡por favor de gracias a Dios en lugar nuestro!”.
En su dolor, Lutero no estaba dispuesto o listo para “dar gracias en todas las circunstancias”. Pero su amigo estaba disponible para apoyarlo dando gracias por él. Del mismo modo, nosotros consolamos a los demás con el consuelo que hemos recibido de Cristo. Puede que no hayamos experimentado los mismos dolores, pero sabemos que el Señor es el “Padre de todas las misericordias y Dios de toda consolación” (2 Cor.1:3).
3. Debes estar en la Palabra.
Nuestro medio más eficaz para fomentar el creer es la Palabra de Dios. Ella nos muestra cómo es Dios, lo que ha hecho por su pueblo, y lo que Él promete en esta vida y la venidera. Reforzamos el creer mediante el fomento de nuestro conocimiento de Dios. ¿Recuerdas la traumática experiencia de Moisés en el desierto cuando el pueblo se rebeló con el becerro de oro? ¿Qué le permitió perseverar? Dios se reveló a Moisés, y Moisés, en lugar de caer en desánimo se inclinó en adoración (Éx. 34:6-7).
Es tentador buscar en las Escrituras versos que parecen estar directamente relacionados con una situación específica (a menudo es una buena cosa que hacer). Pero la lectura de la Palabra de Dios para ver cómo es Dios y cómo Él actúa en nombre de su pueblo será beneficiosa mucho más allá de la crisis actual, y ayudará a cambiar nuestro enfoque en Él más plenamente. Abrir la Palabra de Dios con regularidad, cada día, en tiempos no críticos es la mejor preparación para cualquier crisis, porque entonces podemos recurrir a la verdad de Dios escondida en nuestros corazones y estará lista para fluir.
Y mientras leas, ora. Ora la Palabra de Dios para ti misma y con tu hermana que padece. Tu Salvador oye y contestará.
4. Procura estar conectada.
Es vital estar en conexión con una iglesia local para que sepamos cómo, dónde y cuándo obtener ayuda adicional para la mujer en crisis. Algunas mujeres necesitan más disponibilidad de la que podemos ofrecer. O nos damos cuenta de que una determinada situación está fuera de nuestro alcance. No trates de manejarlo por ti misma. Pídele a un pastor o anciano que te ayude a mostrar el amor de Dios y a ofrecer apoyo a tu hermana. Acércate a alguien en tu iglesia que pueda apoyarte con asesoramiento o ayuda práctica o que pueda proporcionarle recursos especiales.
También es vital asistir a una iglesia local para nuestro beneficio espiritual personal. El ministerio para mujeres en situación de crisis hace crecer la fe mientras vemos que el Señor va obrando. Produce alegría cuando aprovechamos oportunidades para señalar evidencias de la gracia de Dios en medio del dolor, el pecado y la pérdida. ¡Pero también es difícil! No nos atrevamos a hacerlo separados del cuerpo de Cristo.
Integrar el ministerio entre mujeres de la iglesia ayuda a equilibrar estas tensiones y multiplicar estos beneficios. Nuestra conexión con un cuerpo local nos ofrece el tipo de apoyo que necesitamos para ser efectivos en ministrar a una hermana en crisis, y su conexión con el cuerpo beneficia a su propia alma al resguardarse bajo la Palabra de Dios y es animada, amada y exhortada por todo el cuerpo (no sólo por ti).
5. Regocíjate.
Cuando hay una lucha profunda con el pecado o un diagnóstico devastador, ¿en qué podemos alegrarnos? Bueno, si estamos tratando de encaminar a nuestra hermana a Cristo, debemos animarla a tener alegría en lo que hay que alegrarse. En Proverbios 8: 22-31, vemos la sabiduría revelada a nosotros como Cristo mismo. La sabiduría se regocijó ante el Padre siempre (vs. 30-31.), basando esa alegría en tres cosas específicas en las que Cristo mismo se regocija: la presencia de Dios, su creación y su familia.
Podemos animar a una mujer en crisis a regocijarse en la presencia de Dios. Como creyente en Jesucristo, quien murió y resucitó por ella y es habitada por el Espíritu. Él nunca la abandonará. La está sosteniendo por su gracia.
También podemos animarla a regocijarse en la creación de Dios. Ir a una caminata. Prestar atención en las pequeñas cosas, hormigas, caracoles, hojas. Visitar un huerto de manzanas o un zoológico. Invita a tu amiga a acompañarte. ¿Qué mejor manera de olvidarnos de las preocupaciones del mundo que al contemplar la belleza de las obras de las manos del Señor y regocijarnos en la forma en que estas declaran su gloria?
Y podemos animarla a regocijarse en la familia de Dios recordando misericordias específicas, orando por las preocupaciones de los demás, y pasando tiempo en comunión. Anímala a ir a la iglesia, a unirse a un grupo pequeño, y muéstrale hospitalidad.
Por último, podemos regocijarnos en el hecho de que la necesidad más grande que jamás tendremos en esta vida se ha cumplido por Cristo en la cruz. En medio de la crisis, recordémosle a nuestra hermana que el Señor nos ha librado de la potestad de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de los pecados (Colosenses 1: 13-14 ). ¡Esto exige nuestro mayor regocijo!