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5 lecciones de las mujeres de la Reforma

Las mujeres que vivieron durante la Reforma protestante pueden darnos una perspectiva única de lo que significa la vida cristiana. Ellas no enseñaron desde los púlpitos, sino que enseñaron desde las imprentas, en los salones del trono, y desde hogares hospitalarios.

Aquí cinco cosas que podemos aprender de estas madres en la fe.

1. El poder de Jesús

En un convento alemán, Catalina von Bora leyó los escritos de un monje agustino sobre la justificación solo por la fe. En algún punto, el evangelio la trajo de la muerte a la vida. El resto de su vida se dedicó a servir a su esposo (Martín Lutero), a niños, a la iglesia, y al Señor. El hecho de que los escritos de Lutero, condenados por la Iglesia católica, llegaran a un convento, demuestra el poder de la Palabra de Dios: esta puede llegar a cualquier lugar y hacer su trabajo. Los errores institucionalizados no detienen a Jesús.

Tampoco el corazón incrédulo de una monja es un obstáculo. Aun siendo doctrinadas en falsedades desde su niñez, sus ojos pudieron ser abiertos a la verdad. El poder de Jesús también le dio a Catalina la fuerza para superar una vida de penas, problemas financieros, y otras dificultades. Unida a Cristo, gracias a la salvación, el increíble trabajo de Catalina en la Iglesia protestante se hizo evidente. Cristo hace lo mismo hoy, pues su poder se perfecciona en nuestras debilidades.

2. El carácter sagrado del oficio pastoral

La Reforma sacudió a Europa, y una consecuencia social significativa fue el cierre de muchos conventos. Una gran parte de la población femenina de repente tuvo que encontrar nuevos lugares para vivir, nuevos empleos, y construir nuevas relaciones. Cuando el monacato llegó a su fin en las tierras protestantes, dos cosas ocurrieron consecutivamente: las mujeres perdieron los cargos que una vez ocuparon como monjas dentro de la Iglesia, pero lograron la igualdad espiritual con los hombres. De forma repentina no había funciones eclesiales para las mujeres (las cuales se otorgaban frecuentemente a aquellas que eran consideradas suficientemente buenas en su labor, o ricas). En cambio, las mujeres disfrutaron de los beneficios de pertenecer a la membresía de una comunidad de creyentes.

Mientras que los oficios de las autoridades eclesiales, tales como los de pastor o anciano, fueron exclusivamente para hombres, la comunidad de creyentes instauró un respeto hacia las mujeres y les abrió las puertas que el catolicismo medieval les había cerrado. Marie Dentiere y Catalina Zell publicaron varias obras teológicas basadas en la Escritura. Ana Bullinger y Márgaret Blauer contribuyeron a aliviar la pobreza de forma vital. Ana Zuinglio y Catalina von Zimmern sirvieron en el ayuntamiento.

Las nuevas relaciones de las mujeres con quienes ocupaban los oficios de autoridad eclesial estuvieron basadas en un avivamiento del respeto hacia el oficio pastoral. Puesto que la autoridad de estos ministros se derivaba de Dios y no de Roma, el respeto hacia los pastores era genuino. La Reforma cambió de forma fundamental la relación entre la mujer y la Iglesia, abriéndoles espacio en ministerios laicos, y dándoles la oportunidad de ser pastoreadas por pastores fieles quienes cuidaban de sus almas de una manera bíblica. Es un buen recordatorio mientras la iglesia lucha por aclarar los roles de género hoy.

La Reforma cambió de forma fundamental la relación entre la mujer y la Iglesia.

3. La necesidad de la autonegación.

Nuestra cultura fomenta la autocompasión. Estamos tan inmersos en la comodidad que es difícil ver el alcance del mismo. La manera en que estas mujeres cristianas trabajaron durante el siglo XVI ayudó a aclarar esa neblina. ¿Por qué la Iglesia en ese tiempo era tan fiel? ¿Por qué las madres ocupadas escribieron obras teológicas y hospedaron en sus casas a cientos de personas? ¿Por qué las reinas abusadas sirvieron como voluntarias durante las guerras? ¿Por qué las mujeres tomaron decisiones que las llevaron hasta la muerte? Porque ellas entendieron lo que dice Juan 3:30, “Es necesario que él crezca, y que yo disminuya”.

El “sentirse realizado” no figuraba en la agenda. De hecho, la autonegación de esas mujeres llegaba hasta el punto en que ellas a diario morían a sí mismas, renunciando a sus posiciones, dinero, seguridad personal, incluso a personas a quienes amaban, con el único propósito de servir a la Iglesia de Cristo. Todo lo tenían sometido a la misión más grande.

Por eso es que alguien como Catarina Willoughby pudo ser capaz de renunciar al estatus y la posición cuando ello significaba negar a Cristo. Sin un espíritu similar de autonegación, no maduraremos en la fe, y nos estancaremos en una vida sin frutos. Tomando su cruz y siguiendo a Cristo, las mujeres de la Reforma fueron capaces de hacer el mejor trabajo que Dios preparó de antemano para ellas (Ef. 2:10). En una cultura impulsada por la comodidad, ellas constituyen un ejemplo a seguir para todas nosotras.

4. La autoridad de la fe

Algo interesante acerca de las mujeres protestantes en la era de la Reforma es que pocas tenían “profesiones” o “ministerios”. Las solteras, como Márgaret Blaurer, eran devotas a sus hermanos y huéspedes. Las casadas eran esposas y madres esforzadas. Las funciones formales fuera del hogar no eran comunes entre las mujeres de la Reforma. No obstante, muchas de las mujeres solteras impactaron masivamente fuera de las paredes del hogar, ya fuera escribiendo (como Argula von Grumbach), luchando en la guerra (como Juana de Albret), criando niños (como Luisa de Coligny), o introduciendo buenas legislaciones (como Catalina de Bourbón).

Su fe en las cosas pequeñas fue bien conocida. Ellas fueron líderes y modelos a seguir como esposas, madres, amas de casa, miembros de la iglesia, anfitrionas, y amigas. Lo mismo es cierto hoy. Mientras servimos fielmente en diversas maneras (si nos ven o no), influenciaremos la Iglesia de Cristo. Pequeños actos diarios de fidelidad construyen una vida de integridad y credibilidad.

5. La urgencia de la obediencia

La Europa del siglo XVI no cambió porque tres o cuatro hombres inteligentes escribieron nuevas obras teológicas. Europa cambió porque creyentes ordinarios hicieron uso de los medios ordinarios de gracia. Las mujeres se sometieron a la predicación pública de la Palabra de Dios, a la práctica correcta de los sacramentos, a la oración, al estudio privado de la Palabra, al compañerismo con otros creyentes, y al ayuno. Abrieron sus casas para que se celebraran servicios de adoración, contribuyeron a la plantación de nuevas iglesias, asistieron a los servicios sin falta, distribuyeron Biblias, fundaron seminarios, y se prepararon cuidadosamente para la comunión de la iglesia.

La Iglesia es solo tan santa como la suma de sus partes. Los programas no lograrán la santificación institucional, y el catolicismo medieval es una prueba de ello. La santidad, por otro lado, cambia al mundo. Si queremos que la Iglesia de estos tiempos prospere, la respuesta no es tener más comités, más libros cristianos, o más estrategias de liderazgo. La adoración sí lo es. La participación cuidadosa en la Santa Cena sí lo es. El culto de oración sí lo es. Cuando los siervos de Dios se convierten en personas útiles por estos medios ordinarios, entonces es cuando iluminan la oscuridad.

Lo que ocurrió hace 500 años, puede suceder hoy.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Adriana Millán.
Imagen: Lightstock.
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