Era mi segundo año de bachillerato y yo estaba sentada con mi equipo de Cross Country escuchando a las chicas mayores comparar los gramos de grasa en las marcas de rosquillas. Poco sabía lo influyente que sería esa conversación, y muchas más, en mi vida. Agrega a eso las vallas publicitarias, revistas, y otros medios de comunicación que alardeaban de mujeres delgadas como modelo. En medio de todo esto creí la mentira: “Tengo que parecerme a ‘ella’ para ser hermosa”.
Al mismo tiempo, estaba jugando baloncesto. El entrenador intentó motivarnos a jugar mejor y más fuerte con palabras y acciones duras, y comencé a creer otra mentira: “Mi valor se basa en mi desempeño externo”. Esto me llevó a infringirme un castigo: si no cumplía con las expectativas de mi entrenador, entonces no merecía comer.
Estos temas de apariencia y logros están en el corazón de la búsqueda de belleza y valor de muchas mujeres.
Liberando la verdad
Afortunadamente, el evangelio nos enseña que nuestro valor no se basa en nuestra apariencia externa, sino en la persona y la obra de Jesucristo. Y nuestro valor no se basa en nuestro desempeño externo, sino en el desempeño perfecto de Cristo a nuestro favor.
Para mí, conocer estas verdades fue tremendamente liberador. No tenía que estar delgada y en forma para ser amada. No tenía que actuar perfectamente para ser aceptada. Soy hermosa, amada, y aceptada en Cristo.
El evangelio nos enseña que nuestro valor no se basa en nuestra apariencia externa, sino en la persona y la obra de Jesucristo.
Pero no aprendí estas verdades sola. Otros vinieron a mi lado y me ayudaron a salir del pozo de una adicción a la delgadez y a la forma física. Mi nutricionista me dijo cuántas libras necesitaba aumentar para tener un peso saludable y me dio consejos para una alimentación normal. Mi mentora pacientemente me guió a través de un estudio sobre los ídolos del corazón. Y mis amigos cristianos oraron por mí y me animaron a luchar contra las mentiras que era tan propensa a creer.
Quizás conozcas a una amiga o un ser querido que necesita ser rescatado de mentiras que, según cree, han contribuido a un trastorno alimenticio. En algunos casos, puede que ya haya reconocido su lucha. En otros casos, es posible que aún no se dé cuenta de que está esclavizada por estas mentiras, y tú puedes ser la persona que el Señor use para abrirle los ojos a la verdad. Aquí hay cuatro formas en que puedes ayudar.
1. Ora por ella
Deberíamos pasar más tiempo de rodillas suplicándole al Señor que rescate a nuestra amiga de lo que le pedimos a ella que detenga sus comportamientos destructivos. Nuestra esperanza no está en la capacidad de cambio de una persona, sino en Cristo que cambia a la persona.
2. Proclámale el evangelio a menudo
Tu amiga no necesita una charla motivadora que le digas constantemente que es hermosa; en cambio, ella necesita estar saturada con el evangelio de Cristo.
Tu amiga no necesita una charla motivadora, o un artículo sobre 10 pasos para liberarse de un trastorno alimenticio, o que le digas constantemente que es hermosa; en cambio, ella necesita estar saturada con el evangelio de Cristo. Ella necesita ser confrontada amorosamente con el hecho de que principalmente tiene un trastorno de adoración y es una pecadora que necesita desesperadamente un Salvador. Ella necesita ser desafiada suavemente para amar a Cristo más que a la apariencia y los logros. Ella necesita ser alentada a destronar estos deseos y poner solo a Cristo en el trono de su corazón.
Sobre todo, necesita ser consolada con la verdad de que Jesús ha sido perfecto por ella y ha tomado la ira de Dios en su lugar. “No hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro. 8:1). Independientemente de lo complicadas que sean sus circunstancias, tu amiga necesita que le recuerdes a menudo que Jesús la ama y quiere liberarla de su adicción. Una buena manera de hacer esto es llevar a tu amiga a la iglesia contigo. Invierte en su vida, invítala a escuchar la verdad y luego habla sobre eso con ella, aplicándola a sus desafíos. El cambio viene en el contexto de la comunidad. Tu amiga querrá aislarse; debes avanzar hacia ella en amor.
3. Practica escuchar atentamente
Mientras conversas con tu amiga, escucha atentamente las mentiras con las que está luchando. Escríbelas y luego contrarréstalas con la verdad de la Palabra de Dios. Además, señala el sufrimiento por el que ha pasado tu amiga y que ha sido un factor contribuyente en su trastorno alimenticio. Escúchala compartir el dolor que ha experimentado con un oído compasivo y aliéntala a procesar ese dolor de manera saludable.
4. Practica buenos hábitos alimenticios y ejercicio con ella
Las amistades centradas en el evangelio se basan en el amor de Dios, y el amor es paciente y lleno de amor.
Tu amiga ha olvidado lo que significa comer y hacer ejercicio con normalidad. Modela eso para ella e invítala a participar contigo. Esto puede requerir una gran paciencia de tu parte, y tu invitación puede encontrarse con resistencia durante mucho tiempo, pero no te rindas. Las amistades centradas en el evangelio se basan en el amor de Dios, y el amor es paciente y lleno de amor. Durante el almuerzo o una caminata en el parque, pueden llevar la una las cargas de la otra y señalarse mutuamente a Cristo. Esto requiere que reconozcas que tienes oportunidades de aprender de tu amiga, incluso mientras ella está luchando. Pídele que ore por ti y habla de tus propias batallas con el pecado. Al hacerlo, fomentas una relación interdependiente basada en la esperanza del evangelio.
Aunque ya no soy adicta a estar delgada y a la forma física, sé que mi carne es débil. Sé que todavía soy propensa a creer mentiras sobre la apariencia y los logros. Por el poder del Espíritu Santo que trabaja dentro de mí, lucho menos de lo que lo hice en mi adolescencia y mis veintes, pero aún lucho. Es por eso que sigo agradecida por la iglesia, donde no estoy aislada y sola, sino conocida y amada.
Sé esa comunidad amorosa para tu amiga que tiene un trastorno alimenticio. Al comprometerte a orar por ella y proclamarle el evangelio, e invitarla a hacer lo mismo por ti, crearás una relación segura para que ella crezca en piedad, por el poder del Espíritu de Dios obrando dentro de ella.