Todos los padres saben lo fácil que es decir cosas que hieren a sus hijos. Algunos de nosotros explotamos en un torrente de palabras. Otros frenamos a nuestros hijos con sarcasmo. Otros usan la manipulación y autocompasión. Las formas necias de hablar son infinitas, pero cada una es prueba de que aquel dicho es falso: “Las palabras no lastiman”.
Las palabras pueden lastimar y lo hacen.
Entonces ¿qué haces después de, cuando ya no puedes regresar lo que has dicho? Hay una serie de cosas que empeorarán ese momento: defenderte o excusarte, fingir que no fue tan malo, ignorar lo que hiciste, tratar de rogar o comprar tu boleto de regreso a caerle bien a tu hijo, o simplemente esperar a que se le pase. Ninguna de esas estrategias reconstruirá una relación rota.
Afortunadamente, el evangelio puede hacerlo.
El sistema de sacrificios del Antiguo Testamento apuntaba a una profunda verdad con respecto a nuestra relación con Dios: Él diseñó una manera de vivir con personas que le continuarían fallando, tanto a Él como a los demás. Ese sistema apuntaba más allá de sí mismo a lo que Cristo pagaría en nombre de su pueblo, pero incluso en su estado más simple, el mensaje de Dios es claro: los pecados no tienen qué terminar la conexión que tienes con el Dios santo. Hay una manera de vivir fielmente con Él en su mundo… incluso después de haberle fallado.
No son solo buenas nuevas en general; son buenas nuevas específicamente cuando has pecado contra tu hijo. Aquí hay algunas maneras de vivir esa verdad.
1. Recuérdate la gracia de Dios
Recuerda que nada, ni siquiera tus palabras necias, pueden separarte del amor de Dios.
Recuerda lo que Dios ha hecho para asegurarse de que Su bondad, y no tu pecado, tenga la última palabra (Ro. 3:21-26). Recuerda que nada, ni siquiera tus palabras necias, pueden separarte del amor de Dios (Ro. 8:38–39). Recuerda que Él se deleita contigo porque ha cambiado tu corazón para que lo ames a Él y a su pueblo (Dt. 30:6-10).
2. Sé serio sobre tu pecado
Piensa bien en lo que has hecho. Nuestras lenguas son tan difíciles de controlar —el apóstol Santiago diría que es imposible (Stg. 3:7–8)— porque le dan una salida a la naturaleza inquieta del pecado que nunca abandona su lucha contra el Espíritu de Dios (Gál. 5:17). Herir a alguien con tus palabras te da una idea de cuán hostil es tu pecado hacia Dios y hacia aquellos que han sido hechos a su imagen. Deja que esa realidad te penetre, no para desanimarte, sino para fortalecer tu resolución de luchar a diario.
3. Detente y piensa
Tómate un momento para pensar. Proverbios describe al necio como alguien que lanza sus palabras sin considerar primero lo que está diciendo o su posible impacto en los demás (Pr. 12:18, 23). En contraste, el sabio es intencional y cuidadoso con sus palabras (Pr. 15:28). Hablar mal significa que has tomado el rol del necio, pero da gracias a Dios, pues Él te ha redimido para que seas sabio. Vive ahora a la luz de lo que te ha transformado para ser.
- Piensa en lo que te llevó a decir lo que le dijiste a tu hijo.
- Piensa en lo que querías en ese momento que era más importante para ti que amarlo.
- Piensa en lo que desearías haber dicho en respuesta a lo que hizo.
4. Llévaselo a Dios
El remedio para cuando has pecado contra otra persona (Stg. 4:1–2) implica tratar primero con tu pecado contra su Hacedor (Stg. 4:7–10). Dios te ha mandado que ames a tu prójimo, y tu hijo, junto con tu cónyuge, es tu prójimo más cercano. Todo pecado horizontal, incluso hablar mal, es ante todo vertical (Sal. 51:4). Así que debes lidiar con ese pecado de orden superior confesándolo a Dios y recibiendo su perdón antes de tratar de resolver las cosas con tu hijo.
5. Ve y usa palabras de sanación
Humíllate y ve con tu hijo (Mt. 5:23–24). Pregúntale si tiene un minuto. Dile que realmente desearías no haber dicho lo que dijiste. Dile lo que sucedió en tu corazón que estuvo mal. Ten cuidado de no culparlo o culpar lo que estaba haciendo como excusa de lo que dijiste. Toma responsabilidad por tu mala reacción, fue tu problema, no de él. Pídele que te perdone por lo que dijiste. Invítalo a hablar sobre qué sintió si lo desea, pero no exijas que lo haga.
6. Revisa tus motivos
Pregúntate si es también un buen momento para hablar sobre lo que tu hijo hizo. Puede ser, pero ten cuidado de no hacer que tu disculpa sea una forma de confrontarlo. Recuerda que te estás disculpando por lo que hiciste mal porque quieres restablecer tu relación, no para poder decirle a tu hijo qué tan equivocado estaba. Siempre puedes volver más tarde para abordar los problemas de tu hijo.
Detrás de la gloria del evangelio, más allá del primer pecado en el Edén, está el Dios de un millón de segundas oportunidades.
7. Haz mejores recuerdos
Por último, considera invitar a tu hijo a hacer algo contigo, como jugar, hornear galletas, caminar, patear una pelota, ver una película, o planear un viaje. No puedes borrar el mal recuerdo de lo que hiciste, pero puedes crear otros nuevos que le brinden a tu hijo una experiencia diferente y mejor contigo. Con el tiempo, esos nuevos recuerdos expulsarán a los viejos.
Buenas noticias para malas palabras
Detrás de la gloria del evangelio, más allá del primer pecado en el Edén, está el Dios de un millón de segundas oportunidades. Este gran Dios se acerca a los creyentes cuando han caído, y cuando han caído de nuevo les dice: “Hijo mío, levántate. Debido a que Cristo se ha levantado de entre los muertos, ninguna historia tiene por qué terminar en tragedia. Cada historia puede ser redimida, incluso esta con tu hijo”.