Génesis 7 – 9 y Mateo 5 – 6
“Pongo mi arco en las nubes y será por señal del pacto entre yo y la tierra… Cuando el arco esté en las nubes, lo miraré para acordarme del pacto eterno entre Dios y todo ser viviente de toda carne que está sobre la tierra”,
Génesis 9:13, 16
El tremendo cataclismo había terminado, y Noé, al igual que Adán, recibe de Dios el mandamiento de poblar la tierra y de multiplicarse sobre ella, “Entonces habló Dios a Noé, diciendo: Sal del arca tú, y contigo tu mujer, tus hijos y las mujeres de tus hijos. Saca contigo todo ser viviente de toda carne que está contigo: aves, ganados y todo reptil que se arrastra sobre la tierra, para que se reproduzcan en abundancia sobre la tierra, y sean fecundos y se multipliquen sobre la tierra” (Gn. 8:15-17).
Nuevamente, y por directa delegación de Dios, el hombre recibe el señorío sobre la tierra. Todos los seres vivos que están sobre la tierra “…en vuestra mano son entregados” (Gn. 9:2c), dice el Señor. Esta encomienda implica una responsabilidad, un cuidado y una utilización sabia de la creación. ¿Hemos cumplido hasta hoy con ese mandato? Los grupos medioambientales y los intentos por revertir el caos ecológico de nuestro planeta nos habla de nuestra irresponsabilidad. Un botón de muestra: el hombre aniquila anualmente, por comercio o deporte, 40.000 primates, 4.000.000 de aves exóticas, millones de peces ornamentales.
Cada año 3.000 especies son borradas del mapa. Muchos de los grandes saltos tecnológicos de la humanidad han significado un deterioro irreversible del medio ambiente y un nuevo peligro para la vida en general. A diferencia del pacto con Adán, ahora se le da la oportunidad de alimentarse tanto de animales como de vegetales, ” Todo lo que se mueve y tiene vida os será para alimento: todo os lo doy como os di la hierba verde” (Gn. 9:3). Nuestro mundo ha generado los recursos suficientes para alimentar a la población del mundo entero. Sabemos de hambrunas y pobreza generalizada en muchos rincones de nuestro planeta que son más producto de una deficiente distribución o del mal uso del suelo, que por causas naturales.
Es triste señalar, por ejemplo, que los gatos en Europa comen más proteínas que los hombres en África. En todo está la preocupación de Dios porque el hombre pueda vivir con comodidad, y para esto, ha provisto todo lo necesario, “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche” (Gn.8: 22). En el mismo sentido, el Señor establece el valor sagrado de la vida humana. El hombre tiene el deber inapelable de salvaguardar la vida humana como un don de Dios. “El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo El al hombre” (Gn. 9:6).
El siglo que ha pasado es el siglo más sangriento de toda la historia de la humanidad. Invoca una profunda reflexión el saber que un sinnúmero de conflictos armados llenos de muerte y destrucción han pasado la barrera del siglo XX… el de más desarrollo continuado en la historia del hombre. Con las líneas generales del nuevo tratado entre Dios y la humanidad la firma de este nuevo pacto está por graficarse. Este documento universal tendría un solo sello de autenticidad permanente en el tiempo para todas las generaciones… El arcoíris.
Como la luz del sol se refracta sobre las gotas de agua que flotan en la atmósfera después de la lluvia formando un arco multicolor, así también la misericordia de Dios se diversifica y se expande por toda la humanidad permanentemente. Dios nunca dejará de derramar su justicia sobre la humanidad, pero siempre la misericordia será la base para la relación con su criatura. El Señor no se engaña a sí mismo, Él sabe la condición real del hombre, “… Nunca más volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud…” (Gn. 8:21b), por eso el sello del Arco en el cielo siempre les hará presente a ambos que la relación del hombre para con Dios se basa en la misericordia divina, “Y dijo Dios a Noé: Esta es la señal del pacto que he establecido entre yo y toda carne que está sobre la tierra” (Gn. 9:17).
Este pacto de misericordia se verá perfeccionado con la Ley en los tiempos de Moisés y tendrá su consumación con el Nuevo pacto establecido con Jesucristo. Justamente, nuestro Señor establece paradigmas aún más claros en el Sermón del Monte. Estos Estatutos del reino, como se les conoce, tienen como ideal al Reino de Dios. Como en cualquier reino humano, el Señor nos entrega su propio plan de gobierno.
De modo notable, no contiene ningún sistema doctrinal detallado, ni ninguna enseñanza ritual, ni tampoco desarrolla la forma de ninguna observancia externa. No es un sistema moral. No hay disciplina y esfuerzo para alcanzar un ideal. Hay reconocimiento y dependencia, el resultado es gracia y entrada al Reino. Nosotros reconocemos, Él entrega. No es consecuencia, es promesa de gracia en Cristo, el Rey. Es la descripción exacta de lo que deseaba que sus seguidores fueran e hicieran. No es tan solo un ideal inalcanzable, es en realidad todo lo que podemos llegar a ser en Él.
El erudito bíblico inglés, ya fallecido, Alfred Edersheim contempla así el Sermón del Monte: “Cristo vino a fundar un reino, no una escuela…instituir una hermandad, no proponer un sistema. Para los primeros discípulos toda enseñanza doctrinal brotó de la comunión con Él. Le vieron, y por ello creyeron; creyeron, y por ello aprendieron las verdades relacionadas con Él y que brotaban de Él”. El Sermón del Monte no encierra solo un mejoramiento o un ideal de la sociedad actual, sino una total diferencia con todo lo normalmente establecido, por ejemplo:
- Cualquiera ama a los suyos. Los cristianos aman a sus enemigos. “Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mt. 5:44).
- Cualquiera pone en primer lugar la satisfacción de sus necesidades materiales. El cristiano busca primero el Reino de Dios y su justicia. “Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).
- Cualquiera puede vivir por el resto de su vida enojado con su prójimo. Los cristianos saben que su reconciliación con Dios les demanda una profunda reconciliación con sus semejantes. “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mt. 5:23,24)
- Cualquiera piensa que por sus méritos personales merece un lugar en el cielo. El cristiano manifiesta no lo que tiene de Dios, sino su miseria espiritual lo que lo hace heredero del Reino de los Cielos. “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:1).
- Cualquiera se cuida de que sus malos actos no sean evidentes, cuida sus apariencias. Los cristianos cuidan su corazón. “Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5:28)
- Cualquiera espera ser reconocido por sus buenos actos. El cristiano solo espera la aprobación de Dios. “Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt. 6:3,4).
- Cualquiera espera convencer a Dios con sus ritos y largas oraciones públicas. Los cristianos mantienen una fuerte devoción privada que confía en la fidelidad de Dios. “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt. 6:5-6).
Esto y mucho más nos hace evidente un sistema de valores cristianos, de normas éticas, de devoción religiosa, de actitud hacia el dinero, de aspiraciones, de estilo de vida y de relaciones, todos y cada uno de los cuales están totalmente en discordancia con los del mundo no cristiano. Por eso Jesucristo interpone una frase sumamente fuerte: “Pero yo os digo”, que muestra la intención preponderante de Jesús de respaldar sus palabras en su propia persona. No está hablando como un maestro o rabino más, cada una de sus indicaciones vienen respaldadas por su propia divinidad, Dios está hablando.
En el mismo sentido, estas características solo podrán ser asumidas por hombres y mujeres que gocen de una profunda e íntima comunión con Él, que nazca de lo profundo del corazón, “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt.6:21). La próxima vez que veas un Arco Multicolor en el cielo acuérdate que Dios tiene un pacto de amor con la humanidad.