×

José Mendoza Génesis 27 – 29   y   Mateo 19 – 20

“Y él (Isaac) respondió: Tu hermano vino con engaño, y se ha llevado tu bendición. Y Esaú dijo: Con razón se llama Jacob, pues me ha suplantado estas dos veces. Me quitó mi primogenitura”, Génesis 27:35-36

A las 21 horas del 24 de febrero del 2000 fue ejecutada por inyección letal Betty Lou Beets, una abuela de 62 años, condenada por asesinar a su quinto marido y enterrar el cadáver en el jardín. En esa misma semana fue muerto Anthony Braden Bryan, condenado por asesinar a un guardia de seguridad, y Melvin Sims, por matar un policía. Estas personas habrán pasado a la historia por tener historias que todos quisiéramos olvidar. Son existencias “grises”, despintadas y desesperanzadas. Sus vidas son las sumas de continuos errores que finalmente acaban con ellos mismos.

Velma Barfield fue otra mujer condenada a muerte en 1986 por asesinato. Muy poco antes de morir escribió: “Quiero que quede claro que no culpo a las drogas por mis crímenes. Tampoco le echo la culpa a mi problemática niñez ni a los problemas matrimoniales con Thomas, mi esposo. Alguien me dijo: Velma, tú tienes mucho dolor y mucha ira y nunca has podido hallar alivio. Siempre la reprimiste y eso era como una bomba de tiempo. Finalmente la bomba explotó. Tal vez tenía razón. No lo sé. Yo asumo la responsabilidad de todo el mal que hice. Sé que esas cosas influyeron en mí, pero son mis pecados y mis crímenes”. Existen muchas razones y circunstancias para vivir una existencia gris, pero al final de todas ellas siempre nos encontraremos con nuestra propia responsabilidad.

Son pocos los que tienen que pagar con su vida de la manera dramática en que lo tuvieron que hacer las personas que mencionamos, pero de lo que sí estamos seguros es que no habrá nadie que escape de pagar el precio por sus propias decisiones. Jacob fue en buena parte de su vida un hombre grisáceo. Se aprovechó del hambre de su hermano para comprarle la primogenitura, tuvo que salir huyendo después de engañar a su padre y sacarle la bendición. Luego, nos encontraremos con un Jacob que tendrá que pasar muchos años de trabajo en búsqueda de su propia independencia. Mal hubiera terminado si no fuera porque el Señor se interpuso en su huida y le dio un toque de esperanza: “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que vayas y te haré volver a esta tierra; porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he prometido” (Gn. 28:15). En la Biblia encontramos muchos hombres con existencias desteñidas que destilan angustia y desesperanza.

En los Evangelios observamos los encuentros de muchas personas grises, que luego de toparse con el Señor les fueron devueltos los tonos multicolores de una existencia que vale la pena vivirse. Nuestro Señor Jesucristo estaba al final de su ministerio, camino a Jerusalén, y una de las paradas era Jericó. Esta ciudad se encontraba a 25 kms. de Jerusalén. Era de una fertilidad insuperable. Marco Antonio se la regaló a Cleopatra como prueba de amor. Se le conocía como “Ciudad de las Palmas”, y fue la ciudad de Herodes el Grande. Su hijo Arquelao se hizo también allí un Palacio, y Josefo la describe como la parte más rica del país. No solo era fértil, sino que tenía unos preciosos jardines (de allí su nombre: “La Perfumada”). Además era ruta principal de las caravanas de Damasco y Arabia. Era un precioso lugar de paso hacia Jerusalén, adonde se dirigía Jesús. En esta hermosa ciudad habían dos ciegos. Uno de ellos es conocido en otro evangelio como Bartimeo, hijo de Timeo.

Por su nombre podemos inferir que gozaba de cierto nivel, pero seguramente su ceguera le había hecho perder sus privilegios. Él y su compañero ya no podían disfrutar de la belleza de su región, y según se nos comenta ellos estaban sentados a las afueras de la ciudad, lejos de la vida y el movimiento de los que realmente si importaban en Jericó. Nada del progreso y la belleza que los rodeaban los podía cautivar. Vivían su propia y solitaria calamidad (así como muchos grises de nuestro tiempo): estaban ciegos, solos y en bancarrota (mendigando por su sustento). Ni en el corto ni en el largo plazo había posibilidad de devolverle el color a su triste existencia. Cuando una persona vive una experiencia gris sueña con que su vida comenzará en algún momento más adelante, cuando los obstáculos hayan terminado, cuando el infortunio se quede en el olvido, o cuando de una manera mágica podamos dejar atrás los resultados de todos nuestros errores.

Pero la realidad es que la vida empieza a cambiar cuando aceptamos el momento en donde estamos y desde allí empezamos a trabajar. Bartimeo y su compañero descubren lo que sería tal vez su última esperanza: “Y he aquí, dos ciegos que estaban sentados junto al camino, al oír que Jesús pasaba, gritaron, diciendo:¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros (Mt. 20:30). Escuchan la multitud y no se quedan tranquilos. Otro Evangelio nos menciona que Bartimeo preguntó y que la gente le respondió: “Jesús de Nazaret está pasando”. Él, desesperado, lanza un grito de auxilio, y su compañero de penurias lo acompaña en su llamada; era lo único y último que podían hacer. Parecía casi imposible una respuesta, pero era mejor que callarse. Sin embargo, nada es fácil para este par de hombres. Ellos sabían, por experiencia propia, que siempre que hay una puerta que se abre, también hay un ventarrón que la puede cerrar con fuerza; y con el portazo dar por terminada la posibilidad.

Jesús no estaba solo: una gran multitud lo acompañaba, y lo más seguro era que la gente no les cedían el paso, más bien, los alejaban del maestro. Siempre que nosotros nos planteamos una posibilidad de darle color y oportunidad a nuestra vida, siempre que queremos estar cerca del Señor y su poder, siempre hay una multitud que nos aleja del Señor. “No interrumpas al maestro que tiene personas más importantes que atender”, “Oye, resígnate y deja de soñar con imposibles”, “Tus gritos destemplados están fuera de lugar”, y cuantas otras cosas más. Pero ellos persistían, no podían dejar ir al maestro: “Y la gente los reprendía para que se callaran, pero ellos gritaban más aún, diciendo:¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros: (Mt. 20:31). Jesús se detuvo. Como en muchas oportunidades anteriores, deja de lado la multitud zalamera para dirigirse a un hombre o una mujer “gris”. ¿Alguna vez has pensado que Jesús se podría detener por ti? Jesús detuvo su marcha profética para llamar a estos dos hombres sin esperanza. Todo puede esperar cuando el Señor escucha un pedido de auxilio.

Por eso nunca pienses que las cosas van demasiado rápido como para que el Señor no te tome en cuenta. El Señor llama con consideración al indigente. Al parecer, los emisarios enviados a buscar a los dos ciegos (según el evangelio de Marcos) usaron las frases que Jesús mismo había utilizado en otras oportunidades: “Ten confianza”, “Ten ánimo” (se lo dijo al paralítico, a la mujer enferma, a los discípulos cuando vieron a Jesús andar sobre el mar), “No temas” (se lo dijo a Jairo ante el aviso de la muerte de su hija, a Pedro después de llamarlo como apóstol). El Señor siempre está llamando con palabras de amor, por eso debemos aprender a distinguir el calor de Dios en su amoroso llamado. Ambos ciegos no dudaron un solo instante. Aun Bartimeo dejó en el suelo el único bien preciado que le quedaba: su capa.

Este era un manto exterior ancho, con el que se cubría por las noches, tal vez el último recuerdo de todas sus glorias pasadas. No dudó en perderlo, nada era más importante que este encuentro crucial con el maestro. Al llegar donde estaba Jesús, Él los sorprende y los dignifica con una pregunta : “…¿Qué queréis que yo haga por vosotros?” (Mt. 20:32). En la verbalización de su pedido, los dos ciegos ponen de manifiesto toda su fe: “Señor, deseamos que nuestros ojos sean abiertos” (Mt. 20:33). El Señor quiere que tengamos claridad sobre lo que le vamos a pedir, y que cuando le pidamos lo hagamos con fe. Los ciegos le hubieran podido pedir consuelo para sus vidas, paciencia para soportar su desventura, riquezas para enfrentar sus minusvalías y tantos otros anhelos del alma humana. Sin embargo, se fueron por lo más grande, por aquello que era el verdadero anhelo de sus almas: recobrar la visión. La respuesta de Jesús no se hizo esperar “Entonces Jesús, movido a compasión, tocó los ojos de ellos, y al instante recobraron la vista, y le siguieron” (Mt. 20:34). El Señor en su misericordia les concedió la visión. Pero no solo eso: en medio de la multitud, estas dos personas recobraron la dignidad de ser tratadas como personas dignas de hacer por sí mismos su petición.

El Señor conocía y podía observar su minusvalía, pero no por eso les perdió el respeto como seres humanos, criaturas de Dios. En Marcos se añade la frase “Vete, tu fe te ha salvado”. Jesús les invita a vivir sus propias vidas. Cuantos de nosotros estamos esperando que los lazos que nos abruman, las cargas que no nos dejan vivir y los dolores que nos mantienen postrados, puedan ser de una vez por todas deshechos y que podamos tener la oportunidad de vivir la vida con la que tanto soñamos. El Señor les regaló la vista y la libertad de vivir sus vidas… ellos “vieron” que la vida era Jesús y decidieron seguirle a Él. Dejaron de ser hombres grises: ahora llevaban los vivos colores de la vida de Cristo.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando