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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Cuando las palabras más importan: Hablando la verdad con gracia a las personas que amas (Poiema Publicaciones, 2025), por Cheryl Marshall y Caroline Newheiser.

El Salmo 13 nos recuerda que Dios es consolador y todopoderoso. Debido a Su carácter, estas son cuatro verdades que encontramos en este salmo, las cuales nos pueden guiar a orar en medio del sufrimiento.

1) Derrama tu dolor delante del Señor.

¿Hasta cuándo, oh SEÑOR? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás de mí Tu rostro?
¿Hasta cuándo he de tomar consejo en mi alma,
Teniendo pesar en mi corazón todo el día?
¿Hasta cuándo mi enemigo se enaltecerá sobre mí? (vv. 1-2).

Cuando te agobia el dolor, puedes sentirte abandonada y sola. Tal vez Dios parezca estar lejos, pero en realidad está cerca. El Señor no te ha olvidado. Si has creído en el evangelio, está dentro de ti, incluso más cerca que el problema que te ha roto el corazón.

Él conoce tus pensamientos, entiende tus emociones y sabe cuántas lágrimas has derramado. Al igual que el salmista, derrama tu corazón agobiado delante del Señor: «Oh Dios, siento que me has olvidado y abandonado. Mi alma se duele y estoy abrumada por la aflicción. No puedo soportar más el dolor que siento. ¿Hasta cuándo, Señor, sufriré en mi dolor?». Pon tu alma delante de Él, sabiendo que el Señor está cerca de los que tienen el corazón quebrantado. Él no te ha dejado ni abandonado.

2) Clama al Señor por ayuda.

Considera y respóndeme, oh SEÑOR, Dios mío;
Ilumina mis ojos, no sea que duerma el sueño de la muerte;
No sea que mi enemigo diga: «Lo he vencido»;
Y mis adversarios se regocijen cuando yo sea sacudido (vv. 3-4).

Al abrir tu corazón al Señor, clama por Su ayuda en tu dolor. En momentos desesperantes por causa del dolor y la pérdida aprendemos que solo Él puede comprendernos verdaderamente y brindarnos la ayuda espiritual y emocional que necesitamos. Tal vez, al igual que el salmista, hayas clamado al Señor: «¡Ayúdame o moriré!».

Persevera en pedirle al Señor que «ilumine» tus ojos, que te dé la fe para verlo a Él y Su fidelidad en la oscuridad de tu dolor. Ora por una esperanza firme en Dios que desafíe al enemigo que desea que tu fe sea destruida. Resiste la tentación de permitir que tu corazón se endurezca contra el Señor. Clama a Él para que fortalezca tu corazón que desfallece.

3) Confía en el Señor en tu dolor, así como has confiado en Él en tu salvación.

Pero yo en Tu misericordia he confiado;
Mi corazón se regocijará en Tu salvación (v. 5).

El Señor nunca cambia. Sigue siendo el mismo a través de todas las circunstancias de la vida. Él es el Señor de misericordia y el Dios de tu salvación. Él te ama con un amor eterno que nunca puede ser frustrado, ni va a disminuir.

La mayor expresión de Su amor por ti es la salvación que proveyó por el sacrificio de Su Hijo. En amor, Él no escatimó a Cristo, sino que lo entregó por ti. ¿No te ama incluso ahora? Sí, te ama, absolutamente te ama, y nada puede separarte de Su amor. Así como confiaste en el amor del Señor para tu salvación, confía en Su amor por ti ahora en tu dolor. Él todavía te sostiene en Sus brazos fuertes y cariñosos. Aférrate a las promesas de Su amor perdurable, y Él te sostendrá.

4) El Señor restaurará tu gozo.

Cantaré al SEÑOR,
Porque me ha llenado de bienes (v 6).

La pérdida, la tristeza y la angustia se han convertido en tu realidad. Pero también hay otra realidad que existe, aunque ahora pueda ser difícil verla: el Señor te ha tratado generosamente en tu sufrimiento. Él no te ha abandonado; Él ha permanecido a tu lado y te ha cuidado de innumerables maneras.

¿Puedes verlo en medio de tus lágrimas? ¿Puedes reconocer las formas en que te ha amado en tu dolor? Él te ha dado Su salvación, Su Espíritu y Su Palabra. Te ha dado recordatorios diarios de Su presencia y provisión. Te ha dado la esperanza de vida eterna que supera tus circunstancias actuales. ¿Puedes agradecerle por esto?

Incluso si todo lo que puedes hacer es susurrar una simple palabra de alabanza en tu llanto, entonces comienza por ahí. Día a día, a medida que comiences a ver la bondad del Señor con más claridad, Él restaurará tu alegría y hará que cantes Sus alabanzas una vez más. Haz que sea tu práctica agradecer al Señor por Sus abundantes regalos cada nuevo día.

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