En la carta del apóstol Pablo a Tito, encontramos largas listas de rasgos de carácter y expectativas para los líderes de la iglesia, los ancianos, las ancianas y las mujeres jóvenes. Estas incluyen cualidades como «sanos en la fe», «reverentes en su conducta», «puras», «amables» y «no calumniadoras». Pero ¿qué sucede cuando Pablo se dirige a los jóvenes? Les da un solo mandato:
«Asimismo, exhorta a los jóvenes a que sean prudentes» (Tit 2:6, NBLA).
O como dice otra versión: «alienta a los jóvenes a que se controlen a sí mismos» (NTV).
No hay lista ni explicaciones adicionales. Con ese mandato basta.
¿A qué se debe este énfasis? Quizás a que el dominio propio es una virtud fundamental, especialmente para los jóvenes. Es un rasgo que se destaca por encima de otros. Sin dominio propio, no avanzarás mucho en la vida cristiana.
La prioridad del dominio propio
Este tema no se limita a la carta a Tito. Cuando Pablo habla ante el gobernador Félix, resume el evangelio como algo que involucra «justicia, dominio propio y el juicio venidero» (Hch 24:25). ¡El dominio propio es tan importante que forma parte de la presentación del evangelio! También es un fruto del Espíritu, y aunque aparece al final de la lista de Pablo en Gálatas 5, no es menos esencial que el amor, la virtud con la que comienza esa lista.
No se trata de controlarte por tu propio bien, sino de ser controlado por Cristo para el bien de otros
El lingüista húngaro Zoltán Dörnyei establece una conexión entre el dominio propio y el amor. Sostiene que el amor está ligado al dominio propio porque este último es como un músculo espiritual, una virtud fundamental que sirve de base para otras conductas virtuosas. No puedes convertirte en una persona amorosa sin dominio propio, ya que cuidar de alguien siempre implicará un costo personal. El verdadero amor es una tarea ardua porque te exige luchar contra la inercia de la pereza y la simple tendencia a dejarte llevar por la corriente. El amor requiere que organices tu vida en torno a la búsqueda del bien para el otro. No llegarás a ser alguien capaz de tomar las decisiones costosas y desinteresadas que el amor demanda, a menos que puedas dominar y vencer los impulsos egoístas que con mayor probabilidad intentarán frenarte.
El dominio propio bajo asedio
Entonces, ¿por qué se habla tan poco de esta virtud? ¿Por qué tantos jóvenes hoy en día parecen carecer de ella?
Pablo le escribió a Tito en la isla de Creta, un lugar con fama cultural de pereza y glotonería. ¡No es precisamente una buena combinación! Pasivos ante lo que les hace bien, pero apasionados por lo que les hace daño.
Aun en nuestros días, vivimos en una cultura que considera la autocomplacencia como algo normal y el dominio propio como algo opcional. Nuestra economía se beneficia de nuestra incapacidad para resistir ciertos impulsos. Los algoritmos de las redes sociales están diseñados para explotar esos impulsos y mantenernos deslizando contenido, enfureciéndonos o codiciando. Las plataformas se lucran con nuestra indignación y las aplicaciones monetizan nuestras adicciones. El mundo no es neutral; de hecho, trabaja activamente en contra del dominio propio.
El amor orienta el dominio propio hacia arriba y hacia afuera: hacia Dios y hacia los demás. No se trata de independencia personal, sino de dependencia de Dios
Si los jóvenes en tiempos de Pablo necesitaban ser exhortados al dominio propio, ¡cuánto más lo necesitamos hoy! Necesitamos hermanos que se animen mutuamente a vivir por algo más grande. Necesitamos personas en nuestras vidas que nos reten a dominar nuestros apetitos, manejar nuestras emociones y administrar bien nuestro tiempo.
Sin este estímulo, es muy fácil que la energía y la intensidad propias de la juventud sean desviadas hacia actividades sin valor eterno. En este vacío ha surgido una nueva generación de estoicos seculares: gurús de autoayuda que predican el dominio propio al servicio del yo. Hay una generación de jóvenes más impresionada por un Andrew Tate que presume en redes sociales su dedicación a levantar pesas en Navidad, completamente solo, que por un George Bailey de la película It’s a Wonderful Life [¡Qué bello es vivir!], quien es el hombre más rico del mundo gracias a las inversiones desinteresadas que hizo en quienes lo rodeaban a lo largo de su vida.
Los neoestoicos presentan la disciplina simplemente como otra herramienta para optimizar tu vida, alcanzar tus metas y potenciar tu marca personal. Es fuerza de voluntad sin amor, dominio sin misión. Al final, todo sigue girando en torno a ti, a ti y solo a ti.
No estoicismo, sino santificación
La perspectiva cristiana del dominio propio es radicalmente diferente.
El evangelio toma la antigua virtud del dominio propio y la transpone a una nueva tonalidad. No se trata, en primer lugar, de ti. Se trata de Dios. Es dominio propio al servicio del amor. El amor depende del dominio propio, sí, pero también lo profundiza. El amor orienta el dominio propio hacia arriba y hacia afuera: hacia Dios y hacia los demás. No se trata de independencia personal, sino de dependencia de Dios. No se trata de dominarte a ti mismo, sino de ser guiado por el Espíritu. No se trata de controlarte por tu propio bien, sino de ser controlado por Cristo para el bien de otros. Es rendirte ante Aquel que te ama con amor eterno y que ahora quiere amar a otros a través de ti.
Dominio propio al servicio del amor
Los jóvenes sin dominio propio son como una inundación: poderosa, sí, pero descontrolada, destructiva y abrumadora. En cambio, los jóvenes que aprenden el dominio propio se vuelven como un río: una fuerza canalizada y dirigida, que da vida y produce fruto.
No aprenderás dominio propio leyendo un manual. Lo aprenderás al observar a alguien que ya ha recorrido ese camino
En la búsqueda del dominio propio, necesitamos modelos. Personas cuya vida esté marcada por la templanza y la gracia. Hombres y mujeres que nos muestren lo que significa vivir con sabiduría, amar con sacrificio y mantenerse firmes en una cultura de compromiso. No aprenderás dominio propio leyendo un manual. Lo aprenderás al observar a alguien que ya ha recorrido ese camino. Llegarás a ser ese tipo de persona mediante la obra lenta y constante del Espíritu.
Para ser claros, la vida que presentamos al mundo no es una vida de perfección ni de ausencia de pecado, donde siempre manifestamos todo el fruto del Espíritu. Al contrario, Pablo asumía que el dominio propio debía ser animado y ejemplificado porque sabía lo fácil que sería fallar en esta área. No, la vida que mostramos al mundo es la perfección sin pecado de Jesucristo: Su justicia contada como nuestra para que podamos ser justificados, y ahora nuestra justicia, poco a poco, empezando a parecerse a la Suya mientras somos santificados.
Dominio propio al servicio del amor. La única forma de desarrollar este músculo espiritual es confiar en el amor inagotable de Dios nuestro Padre, permanecer seguros en la justicia perfecta de Dios el Hijo, y vivir con la fuerza prometida de Dios el Espíritu. Entonces, junto con el pueblo de Dios, seguimos adelante en fe, entregando nuestras vidas por el bien de los demás.