Hace poco, The New York Times publicó un reportaje de investigación que, en cualquier cultura moralmente seria, habría provocado una ola de indignación bipartidista y una acción urgente del congreso. En lugar de eso, fue recibido en gran medida con un silencio indiferente. El artículo, que detallaba cómo los propios documentos internos del sitio web de pornografía más grande en el mundo revelan años de alojar —y lucrarse de— videos de niños sufriendo actos no consentidos, no es una revelación. Es la confirmación del mal que opera aquí.
Ahora tenemos pruebas irrefutables de lo que durante mucho tiempo ha sido evidente para cualquier observador honesto: la industria de la pornografía comercial es depredadora, opera al margen de la ley y depende profundamente del abuso. Sin embargo, continúa operando a plena luz del día, protegida por una indiferencia moral anticuada y una comprensión confusa de la libertad de expresión.
Como bautista del sur y cristiano evangélico, mantengo convicciones moldeadas por la Escritura, la cual enseña la dignidad inherente de todo ser humano y el propósito de la sexualidad ordenada por Dios. En consecuencia, la existencia misma de la pornografía degrada la dignidad humana y distorsiona el buen diseño de Dios para la sexualidad.
La existencia misma de la pornografía degrada la dignidad humana y distorsiona el buen diseño de Dios para la sexualidad
Sin embargo, incluso quienes no comparten nuestras convicciones deberían considerar lo que los hechos exigen ahora. La pornografía no es simplemente inmoral. Es explotadora. Es violenta. Es corrosiva para las relaciones, perjudicial para los niños y tóxica para una cultura que dice valorar el consentimiento, la libertad y la dignidad humana. Degrada el alma. ¿Cuánto tiempo más permaneceremos de brazos cruzados mientras esta industria se aprovecha de nosotros?
Una emergencia moral
El efecto perjudicial de la pornografía sobre los matrimonios, las familias y la próxima generación es abrumador.
Como mínimo, debemos actuar en favor de nuestros hijos. En la era de los teléfonos inteligentes y las redes sociales, la pregunta no es si un niño se encontrará con pornografía, sino cuándo y con qué frecuencia. Ningún niño está preparado para procesar lo que verá cuando se expone por primera vez a tal contenido a la edad promedio de once años.
Los pornógrafos lo saben y cuentan con ello, con el objetivo de hacer su material lo más adictivo posible.
Los depredadores también lo saben y utilizan el material pornográfico como carnada y modelo mientras preparan a sus víctimas. Las plataformas que alojan este contenido deshumanizante a menudo carecen de una verificación de edad significativa, protecciones adecuadas o una moderación efectiva, lo que las convierte en un terreno de caza ideal para quienes buscan abusar de niños de la manera más atroz posible.
Esto no es un asunto secundario. Es una emergencia moral.
Algunos responderán, como siempre lo hacen, apelando a la libertad de expresión. Pero la primera enmienda de la constitución de los Estados Unidos nunca ha significado libertad para lucrarse del sufrimiento humano. Es más, ningún derecho constitucional carece de limitaciones, especialmente cuando pone vidas en peligro. Restringimos la difamación, la incitación, la obscenidad y la pornografía infantil, todas formas de expresión inherentemente dañinas. La pornografía comercial también pertenece a esa categoría.
Defiendamos la abolición
Nuestras libertades requieren límites morales. La pregunta no es si podemos restringir la pornografía. La verdadera pregunta es si tenemos la valentía para hacerlo. Aunque podamos comenzar con reformas urgentes para proteger a los niños y castigar el abuso, estos son pasos hacia un objetivo mayor: el desmantelamiento completo de la industria pornográfica.
Esto incluye:
- Promulgar leyes sólidas de verificación de edad para todas las plataformas pornográficas.
- Hacer ilegal el alojamiento o la monetización de material no consensuado, relacionado con trata o abuso.
- Eliminar las protecciones legales para las empresas que lucran conscientemente de la explotación.
- Clasificar la pornografía comercial como una amenaza para la salud pública.
- En última instancia, avanzar hacia la eliminación total —no solo regulación— de la industria pornográfica comercial.
Permíteme ser claro: estos pasos graduales son necesarios porque probablemente aún no existe la voluntad política para abolir completamente la pornografía. Por ejemplo, hace poco, un senador del estado de Utah, Mike Lee, presentó una medida que redefiniría la obscenidad, allanando el camino para una prohibición nacional de la pornografía. No es la primera vez que Lee inicia este proceso. Lo intentó tanto en 2022 como en 2024, pero aún no ha ganado impulso en el Senado.
La pornografía no es simplemente inmoral. Es explotadora. Es violenta. Es corrosiva para las relaciones, perjudicial para los niños y tóxica para una cultura
Cualquier estructura legal que normalice la pornografía, en última instancia, es incompatible con el florecimiento humano. En cambio, cada paso que demos para erradicarla socialmente es un paso en la dirección correcta. No existe una defensa bajo la primera enmienda para la violación. No hay libertad civil que justifique el abuso monetizado. No hay innovación tecnológica que haga aceptable la degradación humana.
Hace mucho que superamos el punto en que este tema puede descartarse como una alarma moral exagerada. No se trata de nostalgia por una época pasada ni de imponer reglas religiosas a una sociedad secular. Se trata de si vamos a defender a los vulnerables, preservar la dignidad de la persona humana y construir una cultura digna de nuestros hijos.
No podemos decir que nos importan las mujeres mientras toleramos una industria que las degrada. No podemos decir que valoramos a los niños mientras damos rienda suelta a los depredadores. No podemos hablar de libertad mientras avalamos la esclavitud.
Una industria criminal
Los defensores de la pornografía suelen recurrir al «consentimiento» como su escudo moral. Pero los documentos que han salido a la luz (en el reportaje mencionado arriba) muestran lo que muchas víctimas han testificado durante años: caso tras caso, ese consentimiento fue forzado, inventado o, sencillamente, inexistente. Una sociedad moralmente sana reconocería que una industria que se lucra del abuso sexual y la explotación de menores no tiene cabida en la sociedad civil.
Hace más de una década, el sector financiero comenzó a distanciarse de dicho sitio web pornográfico tras las revelaciones de que alojaba material de abuso sexual infantil y contenido no consensuado. Los procesadores de pago se retiraron. Los políticos emitieron comunicados. Pero estructuralmente, nada cambió. La industria cambió de imagen, se reestructuró, y continuó. Por eso la legislación es tan crucial.
Una sociedad moralmente sana reconocería que una industria que se lucra del abuso sexual y la explotación de menores no tiene cabida en la sociedad civil
Esto no se trata de una sola empresa. Se trata de todo un ecosistema. La industria pornográfica moderna no está fundamentada en la libre expresión, sino en la comercialización ilegal de personas. Se sostiene en el anonimato, la impunidad y un vacío legal en el que el abuso prospera.
Durante décadas, a los críticos de la pornografía se les ha tachado de moralistas regañones o tradicionalistas desconectados de la realidad. Pero la cultura se está poniendo al día con la realidad. Académicas feministas, psicólogos seculares y antiguos miembros de la industria están cada vez más dispuestos a decir lo que antes era tabú en la sociedad «educada»: la pornografía no empodera. No es inofensiva. Detrás de las imágenes hay víctimas reales.
Esto es, ni más ni menos, una crisis de salud pública.
Es tiempo de actuar
Una amplia base de investigaciones vincula el consumo de pornografía con mayores tasas de agresión sexual, menor satisfacción en las relaciones y un aumento de la depresión y la ansiedad. Los estudios indican que, en particular, los hombres jóvenes, quienes a menudo son expuestos por primera vez a contenido explícito años antes de la pubertad, están formando sus ideas más básicas sobre las mujeres, el sexo, el poder y la intimidad no a partir de sus padres, escuelas o iglesias, sino a partir de basura clasificada por algoritmos. ¿Y qué hay de las jóvenes? Ellas crecen creyendo que lo que retrata la pornografía es normal.
No lo es. Y debe terminar.
Este es el momento de actuar por el bien de nuestros hijos, nuestra cultura y nuestras almas.
Ninguna forma de esta industria puede ser bautizada, limpiada ni redimida. No debe ser tolerada, acomodada ni reformada: debe ser desmantelada. Nuestras convicciones, nuestro testimonio y nuestro amor al prójimo no permiten menos.
Es hora de prohibir la pornografía.