¿Ves a Dios?
Pocas preguntas son más importantes en la vida del cristiano, tanto ahora como para la satisfacción de nuestras almas para siempre. Así como debes preguntarte (y responderte): «¿Qué debo hacer para ser salvo?», también debes preguntarte (y responderte): «¿Cómo puedo ver a Dios?».
Cuando hablamos de Dios, podemos hacerlo refiriéndonos a Él esencialmente o personalmente. Cuando hablamos de Dios esencialmente, nos referimos a Su esencia o sustancia divina. Sin embargo, cuando hablamos de Dios personalmente, nos referimos a Su ser personal como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dicho de forma sencilla, Dios es espíritu en cuanto a Su esencia y trino en cuanto a Su ser personal. Entender esto nos ayudará a tratar el asunto de ver a Dios.
Dios invisible
En cuanto a la esencia de Dios, nunca podremos verlo físicamente porque «Dios es espíritu» (Jn 4:24). Dios «habita en luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver» (1 Ti 6:16). El himno «Inmortal, Invisible, Dios Único y Sabio» lo expresa muy bien:
Inmortal, invisible, Dios único y sabio,
en luz inaccesible, oculto a nuestra vista,
el más bendito, el más glorioso, Anciano de Días,
Todopoderoso, victorioso, Tu gran nombre alabamos.
Dado que Dios es espíritu, no puede ser visto por ojos humanos, y por eso Juan nos dice que «a Dios nadie lo ha visto jamás» (Jn 1:18). Incluso antes de la espléndida declaración de Pablo sobre la inaccesible invisibilidad de Dios, él se refiere a Dios como «el Rey de los siglos, inmortal, invisible» (1 Ti 1:17).
Ver a Dios se vuelve posible en la persona de Cristo, quien es el Dios-hombre, ‘la imagen del Dios invisible’
Además, nuestra incapacidad para ver aquello que es invisible no se debe simplemente a que Dios es espíritu. Dios también es infinita e inmutablemente santo en Su esencia. Nosotros, por causa de nuestro pecado, ni siquiera podemos atrevernos a acercarnos al Dios que es invisible. Existe una barrera para nuestra vista porque Dios es espíritu, y existe otra barrera porque somos pecadores.
Dios se hace visible
Moisés pidió ver la gloria de Dios (Éx 33:18), a lo que Dios respondió: «No puedes ver Mi rostro; porque nadie Me puede ver, y vivir» (Éx 33:20). Pero eso no significa que Dios se oculte. De varias maneras a lo largo de la Biblia, Dios se inclina hacia Sus criaturas para que puedan «verlo», es decir, recibir revelación de Él para entender Sus caminos y seguirlo en obediencia. La manera más sublime y gloriosa en que Dios se inclina para adaptarse a nuestra debilidad es en la encarnación del Hijo de Dios.
En el aposento alto, Felipe pide ver al Padre (Jn 14:8). Al igual que Moisés, Felipe anhela ver a Dios, pues al ver a Dios se sentirá satisfecho. Sin embargo, nuestro Señor responde:
El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí? Las palabras que Yo les digo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en Mí es el que hace las obras (Jn 14:9-10).
Ver a Dios se vuelve posible en la persona de Cristo, quien es el Dios-hombre, «la imagen del Dios invisible» (Col 1:15). Dios, que es invisible, se hace visible en la persona del Hijo. Moisés y Felipe expresaron buenos deseos en su petición de ver a Dios. Dios responde a su anhelo en Jesucristo.
Ver por fe
Los discípulos tuvieron a Jesús delante de sus propios ojos. Aunque su falta de fe les impidió verlo como debían, incluso su fe débil fue suficiente para que realmente vieran a Dios en el rostro de Cristo. Sin embargo, Cristo ascendió, así que en cierto sentido somos como Moisés, quien perseveró como el libertador del pueblo de Dios al ver «al que es invisible» (Heb 11:27).
Vemos a Dios en la persona de Cristo de dos maneras: por fe en esta vida y por vista en la vida venidera
Vemos a Dios en la persona de Cristo de dos maneras: por fe en esta vida y por vista en la vida venidera. En esta vida, «andamos por fe, no por vista» (2 Co 5:7). Cristo es el objeto de nuestra fe. Consideramos Su obra no solo como el Mesías encarnado que vivió y murió, sino también como el Salvador que resucitó de entre los muertos, ascendió al cielo y ahora está entronizado como nuestro Sacerdote y Rey, quien vive para siempre para interceder por nosotros.
Sin embargo, no hay duda de que Jesús desea que veamos Su gloria y que un día vivamos por vista. Después de todo, Él ora para que veamos Su gloria (Jn 17:24). Pero en esta vida, Él quiere que vivamos por fe (Jn 20:29). «Vemos» a Dios en Cristo al vivir por fe según la verdad de las Escrituras. A medida que aprendemos la verdad divina de la Palabra de Dios, vemos a Cristo con mayor claridad en esta vida. Las Escrituras hablan principalmente de Cristo (Lc 24:44), lo que significa que, en la medida en que entendamos correctamente la Palabra de Dios y la recibamos por fe, veremos a Dios en Cristo con mayor claridad.
Las verdades divinas que recibimos por fe nos transforman en esta vida. Los cristianos, «con el rostro descubierto», contemplan la gloria de Cristo y así son «transformados en la misma imagen de gloria en gloria» (2 Co 3:18). Esta transformación interna es nuestra propia «transfiguración», mediante la cual somos conformados a la imagen de Cristo por el poder de Su Espíritu.
A medida que aprendemos la verdad divina de la Palabra de Dios, vemos a Cristo con mayor claridad en esta vida
Aquellos que desean ver a Cristo cara a cara en la vida venidera deben, en este mundo, verlo por fe. Creemos lo que (aún) no vemos. Pero debemos creer; de lo contrario, nunca veremos. Porque, como escribió solemnemente John Owen: «Nadie contemplará jamás la gloria de Cristo por vista en el más allá, si no la contempla en alguna medida por fe aquí en este mundo» (Works of John Owen [Obras de John Owen], 1:288).
Contemplar el anhelo de nuestro corazón
Nuestra visión de Cristo en gloria será inmediata. Nada se interpondrá entre nosotros y Cristo. El Espíritu vivificará nuestros cuerpos y almas para contemplar la gloria de Cristo. Esta visión ocular es directa. Cristo, en Su gloria, aparecerá ante nosotros; lo veremos tal como Él es (1 Jn 3:2).
La visión que anhelamos es tanto visible como intelectual. Lo contemplaremos en Su gloria con una comprensión de Su persona adecuada a nuestro propio estado glorificado. Sin embargo, este tipo de visión no es adecuada para nosotros aquí en la tierra (ver Lc 9:30-33; Ap 1:17; Hch 9:3-8). Semejante visión en nuestra condición actual es, en palabras de Owen, «demasiado elevada, ilustre y maravillosa para nosotros» que vivimos en la tierra con el pecado que mora en nosotros (1:290).
Así como somos transformados a la imagen de Cristo en esta vida por fe, también seremos transformados a la imagen de Cristo en la vida venidera por vista
Si Cristo, en Su gloria real y exaltada, se presentara ante nosotros ahora, sería demasiado para soportar. «Porque», como dice Owen, «no somos capaces, por el poder de ninguna luz o gracia que hayamos recibido, o podamos recibir, de soportar la aparición y representación inmediata [de Cristo]» (1:380).
Así como somos transformados a la imagen de Cristo en esta vida por fe, también seremos transformados a la imagen de Cristo en la vida venidera por vista. Como Juan lo deja claro: «Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque lo veremos como Él es» (1 Jn 3:2). La visión de Cristo es transformadora para el pueblo de Dios, tanto por fe como por vista.
Esta visión futura del Señor glorificado nos permitirá ver una gloria en la persona de Cristo «mil veces superior a lo que aquí podemos concebir», escribe Owen. Esta visión es lo que todo el pueblo de Dios en la tierra «anhela y por lo que suspira» (1:379). Los cristianos no anhelan nada más que la bendita visión del Hijo de Dios, quien hace a Dios visible, deseable y conocible.
Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Eduardo Fergusson.