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Los admiraba por su valentía. Estaban en el centro del campus de la universidad estatal expresando sin miedo sus creencias impopulares. Eran miembros de un grupo católico romano de la universidad y alzaban pancartas que defendían la presencia real de Cristo en la eucaristía (que los protestantes y evangélicos conocemos como «Cena del Señor»). Me acerqué con un amigo y empezamos a charlar con aquellas personas.

«¿Por qué están aquí?», les pregunté.
«Porque queremos que todos sepan que podemos tener una relación con Dios, y que a través de la santa misa podemos gozar de la misma presencia de Jesús».
«¿Dónde enseña la Biblia que Cristo se hace presente en la misa?», les indagué.
«En Juan 6», replicaron con seguridad.

Así empezó una conversación en la que leímos este capítulo de la Biblia y debatimos la pregunta: ¿enseña Juan 6 la «presencia real de Cristo» en la eucaristía, de la manera en que la entienden los católicos romanos? Esto es justamente lo que quiero responder en este breve artículo.1

Un poco de contexto teológico

Antes de examinar Juan 6, será útil tener en mente la enseñanza de la Iglesia católica romana sobre la eucaristía o Santa cena.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), «en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (Concilio de Trento: DS 1651)» (CIC, no. 1374, énfasis añadido).

La Iglesia romana habla de la transubstanciación del pan y del vino, es decir, «la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de Su sangre» (CIC, no. 1376). Esto sucede con las palabras de consagración de un sacerdote, de modo que aquellas personas que participen de la misa y la hostia reciben el perdón de los pecados veniales y otros «beneficios espirituales y temporales» (CIC, no. 1414-1416) al comer literalmente el cuerpo de Jesús.2

Ahora bien, ¿qué tiene que ver Juan 6 con este entendimiento teológico? Pues este capítulo de la Biblia se usa varias veces en el CIC para demostrar la postura católica sobre la eucaristía. Mira este ejemplo: «El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53)» (CIC, no. 1384).

Con este contexto teológico en mente, analicemos Juan 6.

Juan 6 como “narración simbólica”

Para entender el sentido de Juan 6 es necesario que comprendamos el contexto amplio del Evangelio de Juan, donde encontramos historias con varios puntos en común. Prestar atención a estas similitudes nos permitirá entender la invitación de Jesús a comer Su carne y beber Su sangre.

Jesús enseña la necesidad y la suficiencia de creer en Él para tener vida eterna, pero esta fe no debe ser superficial, sino una apropiación completa

Dorothy A. Lee habla de seis «narraciones simbólicas» en la primera mitad del Evangelio de Juan. Se refiere a ocasiones en las cuales Jesús usa ciertas imágenes y señales para hablar de verdades espirituales, pero que la audiencia malentiende como cuestiones físicas. Estas «narraciones simbólicas» son las conversaciones con Nicodemo (Jn 3) y la mujer samaritana (Jn 4), la sanidad de un paralítico (Jn 5), la alimentación de los cinco mil (Jn 6), la sanidad de un ciego (Jn 9) y la resurrección de Lázaro (Jn 11).3

D. A. Lee observa que cada una de estas narraciones incluye cinco etapas:

  • Una imagen inicial o «señal».
  • Un malentendido debido a la interpretación literal de la imagen o señal.
  • Una lucha por entender la imagen o señal.
  • Aceptación o rechazo del sentido simbólico de la imagen o señal que Jesús explica.
  • Confesión de fe o afirmación de rechazo.

Estas etapas corresponden a un proceso de compresión de los personajes de cada historia que interactúan con Jesús. Por ejemplo, en la conversación con la mujer samaritana, la imagen inicial es el «agua viva» que ella malentiende como agua física (Jn 4:10-12). Luego, la mujer pasa por un proceso que la confronta con su pasado, hasta que logra entender quién es Jesús. Al final, la vemos compartiendo sobre Jesús con su pueblo.

Un malentendido literal

La invitación de Jesús a comer Su cuerpo y beber Su sangre sucedió cerca de la celebración de la Pascua judía (Jn 6:4). Jesús había multiplicado cinco panes y dos pescados para darle de comer a una gran multitud, y los que presenciaron aquel milagro afirmaban: «Verdaderamente Este es el Profeta que había de venir al mundo» (v. 14; cp. Dt 18:15-18). Sin embargo, ese reconocimiento estaba motivado por el pan que Jesús les había dado de comer.

Al otro día, la multitud buscó nuevamente a Jesús, quien los alentó a buscar la comida eterna que Él podía darles (Jn 6:27). Entonces, aquellas personas mencionaron el maná que Dios había dado a los israelitas en el desierto, creyendo que Jesús estaba ofreciendo algo similar (v. 31; cf. 4:15).4 Vemos que malentienden la naturaleza simbólica de lo que dice Jesús:

Entonces Jesús les dijo: «En verdad les digo, que no es Moisés el que les ha dado el pan del cielo, sino que es Mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo, y da vida al mundo». «Señor, danos siempre este pan», le dijeron (Jn 6:32-34).

Nota la palabra «verdadero». Varias veces Juan se refiere a Cristo como «verdadero»: Él es «la Luz verdadera» (Jn 1:9), «la vid verdadera» (15:1) y, en esta narración, «el verdadero pan del cielo» (6:32). Cada una de estas referencias tiene un sentido espiritual. Jesús no es una luz literal, ni una planta, ni pan que podamos literalmente comer; pero esas realidades físicas son símbolos que nos ayudan a entender la realidad espiritual de quién es Jesús.

Pero los judíos no captan la naturaleza espiritual de lo que dice Jesús. En respuesta, Jesús lo aclara diciendo: «Yo soy el pan de la vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí nunca tendrá sed» (v. 35). Además, enfatiza la necesidad de creer en Él: «Porque esta es la voluntad de Mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y Yo mismo lo resucitaré en el día final» (v. 40).

Al escuchar esto, los judíos murmuran contra Jesús porque dijo que es «el pan que descendió del cielo» (v. 41). Luchan por entender a Jesús, pero no lo logran.

Aceptación o rechazo

En los siguientes versículos vemos que la incomprensión se consolida en rechazo. Jesús sigue hablándoles de manera clara: «En verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna» (v. 47). Pero los fariseos no están dispuestos a aceptar Sus palabras.

Jesús da un paso más allá y se presenta como el «pan de vida» (v. 48) que tienen que comer para vivir: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo también daré por la vida del mundo es Mi carne» (v. 51).

Comer la carne y beber la sangre de Jesús es una referencia al acto de apropiación de Cristo por la fe, en un sentido espiritual

La gente entiende las palabras de Jesús de manera literal, rechazándolas de manera cada vez más contundente: «Los judíos, por tanto, discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo puede Este darnos a comer Su carne?”» (v. 52).

A esta pregunta, Jesús responde con las palabras que la Iglesia católica romana usa para sustentar su dogma sobre la Cena del Señor:

En verdad les digo, que si no comen la carne del Hijo del Hombre y beben Su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el día final. Porque Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida (vv. 53-55).

Fíjate en que estas palabras de Jesús —«El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el día final»— son paralelas a algo que Jesús ya había dicho sobre la voluntad de Dios: «que todo aquel que ve al Hijo y cree en Él, tenga vida eterna, y Yo mismo lo resucitaré en el día final» (v. 40). Por lo tanto, podemos comprender que comer la carne y beber la sangre de Jesús es una expresión equivalente a creer en Él.

En las dos expresiones, Jesús habla de una manera absoluta: si crees en el Hijo, tienes vida eterna; si comes Su carne y bebes Su sangre, tienes vida eterna. No son dos maneras diferentes de alcanzar la vida eterna, sino que «comer Su carne y beber Su sangre» es una referencia al acto de apropiación de Cristo por la fe, en un sentido espiritual. Entonces, aplicar este texto al acto de celebrar la eucaristía no tiene sentido, porque Jesús en realidad está hablando de creer en Él.5

Es interesante observar que incluso a Agustín de Hipona, reconocido como «doctor» de la Iglesia católica, concluyó a partir de las palabras de Jesús que beber Su sangre y comer Su carne se refiere a una realidad espiritual que excede el mero acto de comer la hostia de la eucaristía:

Todo esto, pues, queridísimos, nos sirva, para que comamos la carne de Cristo y la sangre de Cristo no solo en el sacramento, cosa que hacen también muchos malos, sino que la comamos y bebamos hasta la participación del Espíritu. Así permaneceremos en el cuerpo del Señor como miembros, para que Su Espíritu nos vivifique y no nos escandalicemos aunque, de momento, con nosotros comen y beben temporalmente los sacramentos muchos que al final tendrán tormentos eternos.6

Aprópiate de Jesús por la fe

Quizás tú estés en una lucha teológica también, tratando de entender si la Palabra de Dios, y Juan 6 en particular, apoya la enseñanza de la Iglesia católica romana sobre la Eucaristía. Como los estudiantes universitarios que mencioné al inicio, tal vez has recibido en tu hogar la enseñanza tradicional católica y luchas con la idea de dejar de participar del rito de la misa.

Tal vez estás en ese proceso o conoces a alguien que lo está y quieres darle una buena respuesta. En cualquier caso, te invito a leer Juan 6 una vez más, para entender las palabras de Jesús como parte de una «narración simbólica» en la que enseña verdades espirituales sobre Su identidad a través de imágenes físicas.

Toma tiempo para meditar en las palabras de Jesús. Él enseña la necesidad y la suficiencia de creer en Él para tener vida eterna, pero esta fe no debe ser superficial, sino una apropiación completa de Cristo, tanto así que Jesús habla simbólicamente de comer Su carne y beber Su sangre.

Jesús está hablando de creer en Él. De hecho, este es el propósito del Evangelio de Juan, llevarnos a la fe salvadora en Cristo:

Y muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de Sus discípulos, que no están escritas en este libro; pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengan vida en Su nombre (Jn 20:30-31).


1. La teología reformada habla también de una presencia real de Cristo en la Cena del Señor, pero de una manera totalmente diferente a la postura católica romana. En la teología reformada, los elementos del pan y el vino no cambian y el cuerpo de Cristo está en el cielo. Él está presente en la Cena por el Espíritu Santo. Como menciono en el artículo y quedará claro más adelante, mi intención puntual es responder a la doctrina católica romana sobre este tema.
2. Según la teología católica romana, algunos pecados son menos serios («veniales») que otros («mortales») (CIC, no. 1854-1864); sin embargo, la Biblia enseña que «la paga del pecado es muerte» (Ro 6:23). Además, el catolicismo enseña que «el Sacrificio Eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados" (Concilio de Trento: DS 1743)» (CIC, no. 1371).
3. Dorothy A. Lee, «The Symbolic Narratives of the Fourth Gospel: The Interplay of Form and Meaning» (Sheffield: Sheffield Academic Press, 1994), p. 12-13.
4. Herman Ridderbos, The Gospel According to John: A Theological Commentary (Grand Rapids: Eerdmans, 1997), p. 226.
5. Ridderbos, 241.
6. Agustín de Hipona, Comentarios a san Juan, Tratado 27, párrafo 11. Recuperado en https://www.augustinus.it/spagnolo/commento_vsg/index2.htm
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