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Creyentes jóvenes, santos mayores: se necesitan unos a otros

Hace unos años, uno de nuestros pastores se comunicó con mi esposo y conmigo para hablarnos de una pareja que quería unirse a nuestro grupo comunitario.

Nuestro grupo ya era muy variado, con cierta diversidad racial y una combinación de jóvenes solteros, familias jóvenes, madres solteras y una pareja con el nido vacío. Aún así, nos sorprendió cuando dijo que la posible pareja se acercaba a los 80 años.

Le preguntamos: “¿Les dijiste que serían los miembros más viejos de nuestro grupo?”. Para nuestro deleite, esta pareja aún quería unirse a nosotros.

Tres años después, nuestro grupo pequeño tiene miembros en casi todas las décadas de la edad adulta. Este grupo intergeneracional nos ha permitido crecer de tres formas particulares.

1. El compañerismo intergeneracional conduce al discipulado de forma orgánica

Muchas iglesias, como la nuestra, luchan por colocar a sus miembros en relaciones de discipulado. Aun los programas formales de mentoría a menudo fracasan porque las relaciones se sienten forzadas e incómodas. ¿Quién quiere compartir con un extraño sus luchas con el pecado? La belleza de un estudio bíblico o de un grupo comunitario de diversas edades es que permite que se formen relaciones de manera orgánica con el tiempo.

Compartir con personas de diferentes generaciones nos obliga a dejar de ver el mundo a través de un lente miope y egocéntrico

Las relaciones de discipulado, ya sean formales o informales, pueden desarrollarse de manera mucho más natural cuando ya existe amistad y confianza. La mentoría no tiene que ser entre un cristiano mayor y uno más joven, pero hay un precedente bíblico de que los ancianos comparten con los más jóvenes la sabiduría que ellos han adquirido en el tiempo (Tit 2:1-8; Dt 32:7). De la misma manera, la Biblia enseña que los jóvenes pueden ser de ejemplo y estar llenos de sabiduría (1 Ti 4:12; Stg 1:5; Sal 119:99-100). 

En muchas iglesias, los grupos pequeños se forman con base en la edad o las etapas de la vida. Sin embargo, Dios diseñó su iglesia como una familia diversa. Si bien es cierto que los creyentes pueden crecer en estos grupos homogéneos, vale la pena perseguir los ricos beneficios del discipulado que ofrece la gama completa de la familia de Dios.

2. El compañerismo intergeneracional nos ayuda a ver más allá de nuestras circunstancias

Compartir en comunidad con personas de diferentes generaciones nos obliga a dejar de ver el mundo a través de un lente miope y egocéntrico.

Cuando los padres jóvenes enseñan a ir al baño a un niño obstinado de tres años, puede parecer que la angustia y los accidentes durarán para siempre. Un creyente de mayor edad puede sentirse tentado a hundirse en el autoconsumo cuando los dolores y molestias se convierten en un recordatorio constante de la brevedad de la vida. Pero la comunión intergeneracional cercana abre nuestros ojos a las alegrías y luchas de cada etapa de la vida. Esta vista ampliada de la obra de Dios en su familia nos ayuda a mirar fuera de nosotros mismos con compasión.

Un viernes después de que nuestra reunión de grupo había concluido, algunos nos quedamos para compartir algunas luchas particulares entre nosotros. Nuestra pareja mayor se enfrentaba a la labor desgarradora de cuidar a su hijo de 50 años, quien estaba perdiendo la batalla contra el cáncer cerebral. Una de nuestras madres se sintió abrumada por el desafío de criar sola a su hijo, que ya era un joven adulto. Mi esposo y yo nos sentíamos agotados después de una semana de llamadas telefónicas disciplinarias desde la escuela primaria de nuestro hijo.

Unimos nuestros corazones apesadumbrados y oramos por nuestros tres hijos. Fue una hermosa imagen de la unidad que nuestra comunidad ha encontrado en las diversas perspectivas que se presentan al transitar por caminos tan diferentes. 

3. El compañerismo intergeneracional abre las puertas al servicio práctico

Vivir en comunidad cristiana con quienes son diferentes a nosotros requiere esfuerzo y autosacrificio, pero Dios nos llama a esta unidad contracultural

Dios nos ha dado el mandato de cuidar a nuestros hermanos espirituales (Gá 6:10; Jn 13:34; Hch 2:44). En una comunidad de edades diversas, las diferentes generaciones pueden satisfacer las distintas necesidades de los demás con mayor eficacia. Un creyente más joven puede ayudar a un anciano santo a mover muebles o solucionar problemas de la computadora. Los jubilados pueden usar una mañana libre para cuidar a los niños de una madre ama de casa o pudieran cocinar para padres que están ocupados en el trabajo.

Hace un tiempo atrás, una tormenta de nieve inesperada tomó por sorpresa aun a nuestros meteorólogos locales. La escuela de nuestro hijo terminó temprano y no pude llegar a casa a tiempo para encontrarme con su autobús. Estaba sentada en medio del tráfico atascada a solo unas millas de distancia con nuestras dos hijas menores, haciendo girar las llantas de nuestro vehículo en caminos repletos de nieve.

Mi amiga de nuestro grupo comunitario, una madre de cinco hijos con el nido recién vacío, recogió a nuestro hijo y pasó la tarde cuidándolo. Aunque mis amigas de mi edad hubieran estado dispuestos a ayudar, sus horarios no les permitían hacerlo ese día. 

Unidad contracultural

Vivir en comunidad cristiana con quienes son diferentes a nosotros requiere esfuerzo y autosacrificio, pero Dios nos llama a esta unidad contracultural. La iglesia prospera cuando actuamos como una familia, donde “todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo”, sufriendo y regocijándose juntos (1 Co 12:12, 26). 

Cuando nos reunimos y crecemos junto con creyentes de todas las edades, encarnamos la unidad que Cristo hizo posible mediante el Espíritu Santo, “a fin de que en el cuerpo no haya división” (1 Co 12:25).


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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