Nací en medio de un conflicto. Mi madre era una cristiana devota y mi padre un ateo dogmático. Un día golpeó a mi madre y tuve mucho miedo. Mi hermano fue golpeado brutalmente. Mi padre agarró a mi hermano por el cabello y lo sacó de la cama, lo arrastró por el piso y lo arrojó por las escaleras.
Todavía puedo escuchar a mi hermano gritando en mis pesadillas: “Perdóname, perdóname”. Mi madre estaba llorando, gritando: “Basta, por favor basta”, mientras mi padre estaba encima de mi hermano, golpeándolo en silencio. Cegado por el tormento, me escondí en un rincón, tratando de no escuchar la agonía de mis seres queridos. Me tapaba los oídos. Me arrodillaba todas las noches junto a mi cama y oraba: “Jesús, por favor salva a mi papá”.
Odiaba la escuela. No tenía amigos, me sentía solo porque no podía hablar japonés y era el único cristiano profesante. Los compañeros de clase se reían y se burlaban de mí. Comencé a sentirme avergonzado de mi fe.
Regresar a casa era un infierno, ya que era insoportable ver a mis seres queridos siendo golpeados por mi padre. No tenía adónde ir. Mi único consuelo y escape del horror era la música. Siempre que estaba asustado, herido, triste o deprimido, tocaba el piano y encontraba una paz temporal. No duró mucho. Pero era un lugar al que podía huir de la realidad por un tiempo.
Corrompido en una pandilla
Empecé a dudar de Dios hasta que terminé alejándome de Él. En mi rebelión, me uní a unos pandilleros a la edad de 12 años. Yo era un joven muy enojado y deprimido. Me volví adicto a varios pecados. Estaba tratando de llenar el vacío dentro de mí con todos los placeres de este mundo. En el fondo sabía que esta vida se trataba de mucho más.
A los 15 años decidí huir de casa. Para ese entonces, ya había reprobado todas mis clases. Me odiaba a mí mismo, a mis padres, a mi escuela, a las autoridades, a todos los adultos y a los cristianos. En mi mente había decidido que los cristianos eran gente moralista, hipócrita y crítica. Recuerdo que me dije a mí mismo: “Nunca volveré a ser uno de ellos”.
Dios me amó, me salvó y me cambió. Eso es más que suficiente
Sobre todas las cosas, odiaba a Dios con todo mi corazón. Odiaba la predicación que decía: “Dios es amor y tiene un plan maravilloso para tu vida”. Si Dios me amaba tanto, ¿por qué no podía darme un padre que me amara? Si Dios me amaba tanto, ¿por qué no podía protegerme en las calles?
Yo era un enemigo de Dios moralmente corrupto y amante del pecado. Amaba las mismas cosas que Dios odiaba y odiaba las mismas cosas que Dios amaba. Me jacté de mi inmoralidad y maldad con todas mis fuerzas. Era un gran pecador.
La policía me arrestó cuando tenía 15 años y fui sometido a la justicia. Mientras estaba esposado y me llevaban a la estación de policía, tuve un encuentro con Dios en el auto policial. Lo sentí diciendo: “Jonathan Hayashi, tengo un plan más grande para ti. Aquí no es donde perteneces”.
Ignoré la impresión, pero Él no me ignoró. Me di cuenta de que Dios es real y que de verdad quería conocerlo. Decidí dejar la escuela, mi pandilla y mi novia. En su lugar, comencé a buscar al Señor. A los 15 años me convertí en carpintero teniendo a Jesús como mi única esperanza. Comencé a leer la Biblia por primera vez en mi vida.
Alcanzado por el Pastor K.
Pronto conocí al Pastor K. Había algo diferente en ese hombre. Estaba lleno de alegría y amor. Cuando todos los demás cristianos me evitaban y despreciaban, él se acercó y me dió ánimo. Me trató como si fuera su hijo.
Le pregunté: “Pastor, ¿cuál es su secreto?”.
Él me dijo: “Jonathan, Dios me amó, me salvó y me cambió. Eso es más que suficiente”.
Mi vida nunca ha sido la misma desde que conocí a Jesús. Todo cambió cuando entró y cambió mi vida
A los 16 años, puse mi fe en Jesucristo como Señor, para la gloria del Padre. Ya no odiaba a Dios; lo amaba. Incluso respetaba las autoridades y encontraba deleite en pasar tiempo con los hijos de Dios.
Por la gracia de Dios, no solo perdoné a mi papá, sino que aprendí a amarlo. Mi padre conoció la gracia salvadora de Dios en octubre de 2011. Todavía alabamos a Dios por ese milagro.
Mi vida nunca ha sido la misma desde que conocí a Jesús. Todo cambió cuando entró y cambió mi vida. Una vez me dirigía directamente al infierno, pero Jesús me rescató de esa condenación eterna.
Soy un ejemplo de su gracia triunfante.