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Los cardos y espinas no son la única cosa que hace difícil nuestro trabajo. El pecado que mora dentro de nosotros y que permea las relaciones humanas también complica las labores del día a día. La mala organización laboral (tanto a nivel personal como institucional), el continuo intercambio emocional (en muchas ocasiones conflictivo) con compañeros y clientes, la falta de honra y propósito al llevar a cabo actividades extenuantes día tras día… todo esto se añade a las dificultades que esperaríamos encontrar en nuestro trabajo.

En algunas ocasiones, este tipo de tensiones llegan a provocar que una persona que antes disfrutaba o aceptaba su labor —con todo y sus dificultades naturales— se sienta completamente abrumada, amargada e incompetente.

En algunas ocasiones, los trabajadores que antes buscaban aprovechar su fuerza e inteligencia para servir a otros y hacer florecer el mundo, se queman.

¿Existe algo que podamos hacer al respecto?

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