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Definición

El Espíritu Santo da testimonio de la adopción a los cristianos dándoles un anticipo de su herencia de la nueva creación al poner en sus corazones las promesas de adopción de las Escrituras, especialmente al testificar —junto con el propio testimonio de los cristianos— de que son hijos de Dios.

Sumario

La adopción es un regalo mediante el cual los cristianos obtienen el derecho a la herencia de la nueva creación. El Espíritu Santo da testimonio de la adopción de los cristianos, en parte, por medio de su obra general al proporcionarles un anticipo de los bienes venideros. El Espíritu también da testimonio por medio de su obra general de hacer efectiva la palabra de Dios, porque con esta obra confirma las promesas de adopción de las Escrituras a los corazones de los creyentes. Pero el Espíritu da testimonio especialmente de la adopción de los cristianos al testificar conjuntamente con los propios espíritus de los creyentes que son hijos de Dios (Ro 8:16-17). Los cristianos mismos dan testimonio de su adopción cuando expresan: «Abba, Padre», y el Espíritu agrega su propio y mejor testimonio al testificar junto con el clamor de ellos.

El testimonio del Espíritu Santo sobre la adopción de los cristianos es una hermosa realidad, pero fácil de pasar por alto. Solo un versículo bíblico habla explícitamente sobre esta obra del Espíritu (Ro 8:16) y la obra misma a menudo se ve eclipsada por doctrinas relacionadas, como la naturaleza de la adopción y la seguridad de la salvación. Pero vale la pena considerar el testimonio del Espíritu sobre nuestra adopción por derecho propio. Lo hacemos aquí primero reflexionando sobre dos verdades generales sobre el Espíritu y su ministerio, como antecedentes importantes para nuestro tema. Luego pasamos a Romanos 8 y vemos lo que Pablo enseña sobre el testimonio del Espíritu.

El espíritu de la era venidera

Una de las cosas verdaderamente maravillosas que las Escrituras revelan sobre el Espíritu Santo es que Él es el Espíritu de la era venidera. Viene del cielo y, por lo tanto, revela y ministra la vida de la nueva creación venidera. Dado que nuestra adopción como hijos es un regalo de la nueva creación (o escatológico), esta verdad merece nuestra reflexión.

Ya en el Antiguo Testamento, la promesa del Espíritu era una promesa para los últimos días en que llegaría el Mesías. ¿Cómo reconocería la gente a su Mesías? Lo conocerían por el Espíritu que lo bendijo y le dio poder. Isaías desarrolló especialmente este tema. El renuevo que limpiaría Jerusalén con el Espíritu de juicio y fuego (Is 4:2-4), el Espíritu del Señor descansaría en el renuevo que brota del tallo de Isaí (Is 11:1-2), Dios pondría su Espíritu sobre Su Siervo elegido (Is 42:1) y el Mesías diría: «El Espíritu del Señor Dios está sobre mí» (Is 61:1). En consecuencia, el Espíritu fue fundamental en la concepción de Jesús (Lc 1:35), el bautismo (Mt 3:16), los milagros (Mr 1:34), la crucifixión (He 9:14) y la resurrección (Ro 1:4). La presencia del Espíritu era una señal de que el reino de Dios había llegado (Mt 12:28). Lo que parece sorprendente a la luz de todo esto es que el Padre le otorgó el Espíritu a Jesús cuando lo exaltó a Su mano derecha (Hch 2:33). El Espíritu empoderó a Jesús en Su obra durante Su estado de humillación, pero ahora, habiendo terminado esa obra, Jesús recibió el Espíritu de una manera aún mayor, como el Dios-Hombre glorificado. Luego derramó el mismo Espíritu sobre Su pueblo (Hechos 2:33).

Por lo tanto, no sorprende que el Espíritu sea un regalo celestial para nosotros. Aquellos en los que habita el Espíritu disfrutan de un anticipo de la nueva creación. El Espíritu es el sello de Dios y el pago inicial garantizado de las cosas buenas por venir (2 Co 1:22; 5:5; Ef 1:13-14; 4:30). El Espíritu es el primer fruto de una cosecha mayor (Ro 8:23), el mismo Espíritu que levantó a Cristo nos levantará a su regreso (Ro 8:11; 1 Co 15:42-45).

Esto es muy relevante para el testimonio del Espíritu sobre nuestra adopción porque nuestra adopción es en sí misma una bendición de la nueva creación. Pablo explica que debido a que los cristianos son adoptados, son herederos (Ro 8:17; Gá 4:7). En contexto, esto se refiere especialmente a una herencia celestial de la nueva creación (Ro 8:17-18, 21, 23). Tener derecho a tal herencia contrasta con el estado de esclavitud de los «elementos» de este mundo actual (Gá 4:3-7; traducción del autor). Por lo tanto, si la adopción es una bendición de la nueva creación y si el Espíritu es el Espíritu de la nueva creación, el Espíritu Santo es idóneo para dar testimonio de nuestra adopción. Testificar de nuestra adopción, sellar, garantizar y ser el primer fruto son aspectos de la maravillosa obra del Espíritu que también consiste en dar a los cristianos un anticipo de las cosas buenas por venir.

Palabra y espíritu

Una segunda verdad general importante para entender el testimonio del Espíritu de nuestra filiación es que la Palabra y el Espíritu de Dios están en la relación más estrecha. Por un lado, la Palabra depende del Espíritu. La Palabra es poderosa (p. ej., Jr 23:29; He 4:12), pero el Espíritu es quien la hace efectiva. Mientras los creyentes o los incrédulos escuchan la Palabra, el Espíritu la acompaña cuando se trata de creyentes, y esto los distingue de los demás (p. ej., 1 Ts 1:5). Por otro lado, el Espíritu normalmente trabaja por medio de la Palabra. (El Espíritu también trabaja por medio de los sacramentos, aunque no discutiré eso aquí). Consideren la regeneración. Esta es una bendición del Espíritu por excelencia, una realidad interior, secreta y misteriosa (Jn 3:5-8). Sin embargo, incluso aquí el Espíritu no obra independientemente de la Palabra, sino por medio de ella: Dios nos dio a luz «por la Palabra de verdad» (Stg 1:18) y hemos nacido de nuevo «a través de la palabra de Dios viva y perdurable» (1 P 1:23).

Estas verdades sugieren que el testimonio del Espíritu sobre nuestra adopción viene, al menos en parte importante, por medio de las Escrituras mismas. Muchos textos de las Escrituras describen nuestra filiación y sus diversas bendiciones (p. ej., Jn 1:12; Ro 8:14-17; Gá 4:4-7; He 12:3-17), y el Espíritu imprime estas palabras en el corazón de los creyentes para su consuelo y edificación. Esto merece énfasis ante posibles malentendidos. Poco antes de que Pablo se refiriera explícitamente al testimonio del Espíritu, dice que los que son «guiados por el Espíritu» son hijos de Dios (Ro 8:14). Me temo que muchos cristianos hoy en día entienden este versículo como una enseñanza de una guía secreta del Espíritu mediante la cual se comunica a través de una voz suave y dulce o provocando inclinaciones o intuiciones misteriosas. Pero realmente no tenemos que preguntarnos dónde o cómo «escuchar» al Espíritu cuando nos instruye, consuela o asegura. Muchas de las «palabras» más preciosas por las que el Espíritu da testimonio de nuestra adopción son las palabras que leemos en el texto de las Escrituras.

El contexto de Romanos 8:16

Pero todavía hay más cosas que decir sobre el testimonio del Espíritu en nuestra adopción. Pablo afirma: «El Espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Ro 8:16). Primero reflexionemos sobre el contexto de esta declaración antes de pasar a analizar Romanos 8:16 en sí.

Pablo ha hablado extensamente sobre el Espíritu en los versículos anteriores de Romanos 8. Los cristianos caminan por el Espíritu (8:4), piensan en las cosas del Espíritu (8:5) y la mente del Espíritu es vida y paz (8:6). Los cristianos no pertenecen a la «carne» y, por lo tanto, no permanecen incapaces de complacer a Dios (8:7-9). En cambio, son del Espíritu; de lo contrario, no pertenecen a Cristo en absoluto (8:9). El Espíritu es quien les da la vida, a pesar de la mortalidad de sus cuerpos actuales (8:10-11). Por lo tanto, los cristianos, por el Espíritu, están obligados a matar las malas obras del cuerpo (8:12-13).

Mientras continúa con esta rica instrucción, Pablo afirma que los guiados por el Espíritu son hijos de Dios (8:14). Muchas traducciones recientes al español usan «niños» en lugar de «hijos», probablemente para evitar que Pablo suene sexista y desactualizado. Pero el uso de «hijos» por parte de Pablo es en realidad lo opuesto a ser sexista. En su época, los hombres eran los que heredaban. Por lo tanto, al llamar «hijos» a sus lectores, tanto hombres como mujeres, Pablo enseña que tanto los cristianos varones como las mujeres son herederos de una herencia celestial (cp. 1 P 3:7).

Pablo explica entonces la naturaleza de esta adopción como hijos. Los cristianos no vuelven a recibir un espíritu de esclavitud al temor (8:15). Tiene sentido que la esclavitud al miedo fuera su condición anterior, ya que Pablo acaba de decir que los que están fuera de Cristo están destinados a morir (8:13). Pero ahora, en cambio, los cristianos han recibido el Espíritu de adopción y por este Espíritu clamamos: «Abba, Padre» (8:15). Es en este punto cuando Pablo llega a su declaración de especial interés para nosotros.

Romanos 8:16 y el testimonio del Espíritu

En la única ocasión en que Pablo habla directamente del testimonio del Espíritu, en realidad dice que el Espíritu testifica de manera conjunta con la Palabra. Como escribe en el siguiente verso que los cristianos deben sufrir con Cristo ahora para que algún día puedan ser glorificados con Él (8:17), aquí dice que el Espíritu testifica a nuestro propio espíritu (8:16). Así pues, la enseñanza de Pablo implica que nuestros propios espíritus dan testimonio de nuestra adopción.

¿De qué forma dan este testimonio? Al parecer gritando: «Abba, padre». Es maravilloso contemplarlo. Un gran beneficio de nuestra salvación es que Dios se ha convertido en nuestro Padre, no en el sentido general en que nos hizo existir, sino de manera personal e íntima. Uno de los temas principales de Pablo anteriores en Romanos es que somos salvos por la fe. En esencia, la fe que salva ve confiadamente a Dios como el que cumple todas sus promesas. Por ejemplo, Pablo describió la fe de Abraham de esta manera: «Ninguna incredulidad lo hizo vacilar con respecto a la promesa de Dios, pero se fortaleció en su fe al dar gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios era capaz de hacer lo que había prometido» (4:20-21). Según su nueva naturaleza, los cristianos con fe claman con audacia a Dios como su amoroso Padre, buscando su ayuda en su debilidad, día a día y momento a momento. Este tipo de oración da testimonio de nuestra adopción, porque solo aquellos adoptados por Cristo pueden orar de esta manera.

Por maravilloso que sea, sabemos tanto por la vida ordinaria como por las Escrituras (Dt 19:15) que tener solo un testigo para algo deja las cosas en duda. ¡Esto es especialmente cierto cuando el único testigo es nuestro propio yo débil y pecaminoso! Y así podemos estar agradecidos de que el Espíritu añada su testimonio como un segundo y más grande testimonio. Él testifica de manera conjunta con nuestro espíritu. Esto no es, entonces, un testigo directo para nosotros, sino un testigo que corre junto al nuestro. Testifica nuestra filiación no tanto al comunicárnoslo sino al hablar con nosotros. Como Pablo explica un poco más tarde, a menudo ni siquiera sabemos cómo debemos orar, pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos indecibles (Ro 8:26). Oramos de cierta manera, y eso da testimonio de nuestra adopción. El Espíritu ora junto a nosotros y por nosotros, y lo hace de una manera mucho mejor, porque ora «según la voluntad de Dios» (8:27). Podemos estar seguros de que su testimonio también es inconmensurablemente mayor que el nuestro.

Conclusión

El Espíritu Santo tiene un ministerio multifacético para los cristianos que los une a Cristo y brinda consuelo abundante en todas las pruebas. Regenera, sella, santifica, garantiza e intercede. Confirma todas las verdades proclamadas en las Escrituras. El testimonio del Espíritu de nuestra filiación es una parte íntima y preciosa de esta obra. Al certificar las promesas bíblicas de adopción y testificar junto con nuestros propios espíritus, el Espíritu Santo fortalece aún más nuestra seguridad de una herencia escatológica.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Sergio Paz.

Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licencia Creative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.

Lecturas adicionales

  • Wilhelmus à Brakel, The Christian’s Reasonable Service, vol. 2, trans. Bartel Elshout (Grand Rapids: Reformation Heritage, 1993), ch. 35.
  • John Calvin, Calvin’s Commentaries, vol. 19 (Acts 14-28Romans 1-16) (reprinted Grand Rapids: Baker, 2003), on Romans 8:16.
  • Sinclair B. Ferguson, The Holy Spirit (Downers Grove, IL: InterVarsity, 1996), ch. 8.
  • B. B. Warfield, Faith and Life (1916; Carlisle, PA: Banner of Truth, 1974), 179-92.