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La canción que suena en los créditos finales de Superman es Punkrocker, del grupo sueco Teddybears (con la intervención de Iggy Pop). Es un marco final para una broma continua entre Superman/Clark Kent (David Corenswet) y su novia, Lois Lane (Rachel Brosnahan). Lois afirma que es más creíble como «rockera punk» debido a su escepticismo periodístico. «Cuestiono todo y a todos», le declara a Clark, mientras que él confía en «todos los que ha conocido en su vida». La respuesta de él es: «Quizá ese sea el verdadero rock punk».
Esta ocurrencia cursi pero sincera encapsula tanto el espíritu de la película como el zeitgeist post-escéptico del momento. Se lo podría llamar oscilación metamoderna o un cambio de vibra. Sea cual sea la etiqueta que le pongamos, la esencia está clara: la deconstrucción pesimista y escéptica pasó de moda; lo actual es el gozo optimista y sincero. La trama del trauma ha cedido paso a la narrativa del triunfo: de lo derrotista a lo aspiracional, del no se puede al sí se puede. Puede que el péndulo todavía siga oscilando de un lado al otro en esta transición metamoderna, pero el ímpetu avanza decididamente en dirección de la esperanza.
La trama del trauma ha cedido paso a la narrativa del triunfo: de lo derrotista a lo aspiracional, del no se puede al sí se puede
Más que una reedición de la icónica franquicia de Superman, la versión del Hombre de Acero de James Gunn es un «reseteo» del género de superhéroes como un todo. Después de décadas de universos de cómics que han ido decreciendo (tanto en lo artístico como en lo comercial), la fatiga ante los superhéroes es real. Las audiencias están listas para un restablecimiento de fábrica y esta película lo concede.
Sinceridad cursi y una reprensión de la seriedad sofocante
Algo que estremece —y refresca— acerca de Superman es cuánto reconoce la cursilería inherente del «¡zas! ¡pum!» de la acción de los cómics y la rareza fantástica de la construcción del mundo de los superhéroes. Las narrativas de los cómics no requieren una lógica o verosimilitud inherentes; son libres de hacer lo que quieran dentro de una serie de «reglas» o límites. Por eso son divertidos. Y en 2025, estamos hambrientos de diversión sin problemas.
Por excepcional que fuera como cine, la versión de Batman, El caballero de la noche, de Christopher Nolan (2005–2012) no resuena con el estado de ánimo del 2025. Lo mismo ocurre con El hombre de acero, de Zack Snyder, y otras películas de la Liga de la Justicia dirigidas por él, que ahora, en retrospectiva, lucen demasiado sombrías y lúgubres. ¿No se suponía que los cómics eran un escape? ¿Y no se suponía que los héroes debían ser heroicos? Para citar al Joker de Heath Ledger: «¿Por qué tan serio?».
El Superman de Gunn se siente como una reafirmación del formato del cómic y un reproche a la forma en que el género cinematográfico perdió el rumbo, el gozo y la humanidad de los superhéroes en el camino. Desde su paleta de colores brillantes (completamente opuesta a la oscuridad noir de The Batman de Matt Reeves en 2022), hasta el traje retro y alegre de Superman (con calzoncillos rojos y todo), y las vibras de comedia romántica al estilo de la década de 1940 en la relación entre Lois y Clark, Superman es decididamente feliz y está ansiosa por invitar a las audiencias a una diversión descaradamente cursi.
Después de años de películas de superhéroes que ubicaban las historias de cómic en entornos dolorosamente realistas y desencantados (ver el Batman de Nolan en particular), o dentro de «universos» que se volvían más caóticos e inverosímiles a medida que se acumulaban secuelas, precuelas y spin-offs, Superman abraza una estética libre, juguetona, de «vuelve a ser niño». Es una película que no se toma a sí misma más en serio de lo que debe. Es liberadora.
La trama disparatada de Gunn se siente como un puñetazo a las incoherencias del multiverso y el sinsentido de la ciencia ficción que, con el tiempo, volvió tan aburridas a las películas del MCU. La historia de Superman incorpora «universos de bolsillo», «monobots», «portales dimensionales», «grietas dimensionales», «nanobots», y demás, pero de una forma que subraya su ridiculez. En lugar de condescender a las audiencias intentando que todo tenga sentido, Gunn más bien abraza su rareza y los colores y texturas caóticos que aportan al lienzo cinematográfico.
Mientras tanto, el diálogo deliberadamente cursi de la película también sirve como crítica a los guiones sobrecargados de exposición y excesivamente serios de las películas recientes de cómics. Cuando Lois pregunta: «¿Estás bromeando?» ante alguna tontería de ciencia ficción dicha por Mister Terrific (Edi Gathegi), es tanto un guiño a la audiencia («Está bien si no lo entiendes; ¡nosotros tampoco!») como un dulce homenaje nostálgico a las frases exclamativas típicas de los globos de diálogos en los cómics.
De manera similar, el vocabulario de Superman está lleno de expresiones de la década de 1940 que refuerzan la estética retro del filme: «¿Qué rayos, amigo?», «¡Recórcholis!», «¡No se puede!». Aunque las audiencias de la generación alfa quizá se confundan con algunas palabras arcaicas que usa Superman (p. ej.: «matones», «cháchara», «córcholis»), la impresión general es entrañable. Es una película de la vieja escuela que no se avergüenza de abrazar el entretenimiento sano, donde la virtud es atractiva, el romance ingenuo es aceptado sin ironía, y no hay nada tóxico ni vergonzoso en un buen tipo caballeroso, masculino y que constantemente salva a mujeres y niños del peligro.
Ser normal es el nuevo radical
La versión de Corenswet del personaje es la mejor desde Christopher Reeve. Él mismo es un hombre de familia y captura la encantadora normalidad del personaje de una manera que nos hace preocuparnos por él. Claro que sí, tiene fuerza sobrehumana, supervelocidad y visión láser. Pero también sangra y siente. Es un chico granjero del medio oeste de los Estados Unidos acompañado por su amado perro (el superperro Krypto, que se roba las escenas) y una chica a la que ama. Corenswet no complica en exceso al personaje. Llora cuando está triste y sonríe ampliamente cuando siente amor o alegría. Puede que sea un «metahumano», pero sigue siendo humano.
Resulta que un personaje sí puede ser interesante y cautivador sin necesidad de ser transgresor. La transgresión está trillada y rancia. Ser normal es lo que ahora está de moda.
Aunque la película no interpreta a Superman como una representación de Cristo, como lo hicieran las entregas anteriores de la franquicia (especialmente Superman Regresa de 2006), los paralelismos siguen ahí. Si todos los mitos son ecos filtrados del «mito verdadero» que es Jesucristo, como argumentó J. R. R. Tolkien, entonces la mitología mesiánica de Superman sigue resonando de forma especial.
Las decisiones y las acciones nos definen
Una de las formas más claras en que Superman refleja un cambio cultural es la forma en que rechaza la obsesión por las «historias de origen» en las películas recientes de superhéroes. En Superman se da por hecho que hay buenos y malos; a Gunn no le interesa el tipo de psicologización basada en la «infancia traumática» de los villanos que ha estado omnipresente en películas recientes (como Joker, Cruella o Wicked), ni las historias de origen oscuras y tediosas que hacen que los héroes sean más turbios de lo necesario (p. ej.: X-Men Origins: Wolverine). No le interesa tanto cómo se hicieron los héroes o villanos, sino lo que hacen con su poder ahora.
Como le dice papá Kent (Pruitt Taylor Vince) a Clark en una escena conmovedora mostrada en el tráiler: «Tus decisiones, tus acciones; eso es lo que te define».
A pesar del secularismo al estilo de Freud que insiste en que estamos atados a identidades por haber «nacido así» o a un pasado doloroso irrevocable, nuestra historia personal no determina nuestro futuro. Las narrativas seculares como Superman lo atribuyen a la resiliencia humana (un verdadero don de la gracia común). Pero los cristianos sabemos que hay una verdad más profunda que impulsa nuestra esperanza: el evangelio. La vida nueva es posible. El nuevo nacimiento. Más allá de lo que eras, puedes ser una persona nueva.
Superman abraza ese sentido de posibilidad, aunque no posea la justificación teológica para ello. Nos saca de la cabeza de los personajes y nos lleva a sus acciones: no importa lo que te haya pasado antes, ¿cómo debes vivir ahora? ¿Qué harás con el tiempo que se te ha dado?
Superman nos saca de la cabeza de los personajes y nos lleva a sus acciones
Para el archienemigo Lex Luthor (Nicholas Hoult), las acciones movidas por la envidia son perversas y letales. Para Superman y sus amigos de la «Pandilla de la Justicia», las acciones son trabajos heroicos cotidianos para salvar vidas inocentes, lo que a menudo significa luchar contra monstruos como lagartos gigantes, y ayudar a la gente a escapar antes de que les caiga encima un rascacielos. Y he aquí: es más inspirador—incluso más interesante—ver acciones heroicas como estas que explorar la psicología del héroe hasta el agotamiento. No vamos al cine para ser terapeutas o periodistas escépticos. Vamos para ser inspirados por ideales de valentía y bondad.
Mira hacia arriba
Cuando Superman se eleva desde los escombros con el puño ensangrentado en alto, nos sentimos inspirados al ver esa simple demostración no verbal de determinación. Cuando lo vemos proteger a un niño de una explosión o poner a salvo a un bebé, no necesitamos saber cómo llegó hasta allí. Solo nos conmueve lo que está haciendo. Estas imágenes icónicas y heroicas son lo que hemos estado echando de menos en un panorama de cultura popular saturado de introspección terapéutica y políticas que aplastan la identidad de los personajes.
El eslogan aspiracional de la película —«Mira hacia arriba»— habla de ese cambio. No es «Mira hacia adentro» ni «¡Mira lo roto que está este héroe!». Es «Mira hacia arriba». Mira qué valiente es. Siéntete inspirado a ser así tú también.
Incluso cuando Superman es incomprendido y el público se vuelve contra él por una campaña de difamación orquestada por Luthor, él (y la película) no dedica mucho tiempo para rumiar en eso. Hay problemas que resolver y personas que salvar. Lo más cerca que Superman está de ponerse a la defensiva es cuando le afirma a Lois: «No estoy aquí para gobernar a nadie». Su propósito es bastante simple: él quiere «ser un buen hombre».
Bondad, decencia, amabilidad, normalidad. Servir a otros más que obsesionarse con uno mismo. Ser mayordomo del poder para servir, no para ser servido. Eso es lo que encarna Superman. En una era escéptica y narcisista, por eso él es el rock punk.