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Nota del editor: 

La línea de tiempo presentada aquí refleja una posible distribución de los eventos de la última semana del ministerio terrenal de Jesús, basada en la mejor síntesis de los cuatro relatos del evangelio por parte de este autor.

Al entrar en la Semana Santa, ese lapso sagrado desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, aquí tienes un desglose día por día de lo que nos dicen las Escrituras que sucedió cada día.

Usa esta guía para dirigir tu lectura de las Escrituras esta semana.

Domingo de ramos

(Si deseas un relato completo de los acontecimientos de este día, consulta Mateo 21:1-11, Marcos 11:1-11, Lucas 19:28-44 y Juan 12:9-19).

Cuando Jesús entró en Jerusalén montado en un pollino, era la primera vez que se mostraba en la ciudad desde que resucitó a Lázaro. El relato de la resurrección de Lázaro se había difundido tanto que muchos consideraban a Jesús una celebridad. Todos querían verlo. Salieron a Su encuentro y lo recibieron como a un rey, porque habían oído que Él había hecho esto (Jn 12:18).

Jesús dijo que la muerte de Lázaro resultaría en la fe de muchos y en «la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella» (Jn 11:4). Pero la gloria que Él tenía en mente era aún más gloriosa que Su entrada triunfal en Jerusalén. De hecho, no se refería a la gloria que estas personas le daban. La resurrección de Lázaro fortalecería la determinación de los líderes religiosos de entregar a Jesús a una muerte que Él aceptaría: una muerte que Él conquistaría. A esa gloria se refería. Cuando entraba en Jerusalén, el pueblo gritaba: «¡Tu Rey viene!». Alababan Su victoria sobre la muerte de Lázaro. La ironía, sin embargo, era que Él no venía a reclamar Su corona por la muerte y resurrección de Lázaro, sino por la Suya propia.

Lunes

(Para un relato completo de los acontecimientos de este día, ver Mateo 21:12-22; Marcos 11:12-19; Lucas 19:45-48).

Si Jerusalén era como una colmena de abejas, con Su entrada triunfal Jesús había arrojado una piedra a ella. Se podía escuchar el zumbido crecer mientras la ira en su interior comenzaban a formarse. La entrada de Jesús como Rey proclamó con fuerza Su autoridad sobre todas las tradiciones humanas.

El lunes, Jesús regresa por más; esta vez para declarar el fracaso del pueblo de Dios en cumplir con el mandato del pacto de ser una bendición para el mundo. Mucho de lo que los evangelios nos dicen sobre el lunes se centra en el tema de la autoridad de Jesús, tanto sobre el mundo creado como Su derecho a juzgarlo. Todo lo que Jesús hizo, lo hizo con autoridad. Así que cuando despertó a Sus discípulos el lunes diciendo que quería volver a Jerusalén para enseñar, por arriesgado que sonara, no fue sorprendente. Todos sintieron que algo se agitaba, como si Jesús se acercara a un momento decisivo y Su final se acercara rápidamente. Se había convertido en el blanco de Sus enemigos.

Martes

(Para un relato completo de los acontecimientos de este día, ver Mateo 21:23-26:5; Marcos 11:27-14:2; Lucas 20:1-22:2; Juan 12:37-50).

Si la llegada de Jesús al templo el lunes fue una parábola viviente y de amplio alcance de la purificación de la casa de Dios, Su entrada el martes representa una confrontación verbal directa con los líderes religiosos. Tras dejar claro que no reconoce autoridad alguna en estos líderes, Jesús pasa el resto del día allí mismo, en el templo, enseñando al pueblo la Palabra de Dios. No obstante, la tarde del martes marca la última vez que Jesús enseña públicamente en el templo como hombre libre. Sus palabras de ese día constituyen Su argumento final, Su manifiesto.

Al salir Jesús del templo ese martes, se nos dice que «con engaño, los principales sacerdotes y los escribas buscaban cómo prender y matar a Jesús» (Mr 14:1). Sin embargo, no pueden quitarle la vida basándose únicamente en las acusaciones que planean presentar, no si Él decide defenderse. Pero no lo hará. Más bien, a través de Su silencio, ofrecerá Su vida por un mundo de blasfemos, traidores y mentirosos. A esto había venido y, al salir del templo aquella tarde de martes, sabe que pronto lo cumplirá.

Miércoles

(Para un relato completo de los acontecimientos de este día, ver Mateo 26:6-16; Marcos 14:3-11; Lucas 22:3-6).

Los días previos han sido una vorágine de tensión e ira para los oponentes de Jesús, y de inquebrantable resolución para Él. Sus palabras han sido Su arma principal y las ha empleado con generosidad. Pero el miércoles antes de Su muerte, Jesús guarda silencio.

Se encuentra en casa de Simón el Leproso, un hombre conocido por su dolencia. Durante la cena, María de Betania, la hermana de Lázaro (Jn 12:3), se acerca a Jesús con un frasco de alabastro lleno de perfume. Había estado guardando este perfume, cuyo valor equivalía al salario de un año, para esta ocasión precisa (Jn 12:7). Comienza a derramarlo sobre la cabeza y los pies de Jesús, lo cual exige romper el frasco (Mr 14:3). Como abrir una botella de champán de miles de dólares, este fue un acto deliberado. Le está ofreciendo a Jesús todo lo que tiene. Al entregarle su posesión más valuable, expresa que comprende que lo que Él está a punto de dar de Sí mismo es por ella.

El acto de María es hermoso, y Jesús quiere que todos lo sepan. Ella lo está preparando para Su sepultura. Hay honra y bondad en su gesto. Jesús corresponde a este honor declarando que la historia nunca olvidará su acto de belleza. Y así ha sido.

Jueves

(Para un relato completo de los acontecimientos de este día, ver Mt 26:17-75; Marcos 14:12-72; Lucas 22:7-71; Juan 13:1-18:27).

El jueves anterior a la crucifixión de Jesús ocupa muchas páginas en las Escrituras. Comienza cuando Juan y Pedro reservan el aposento alto. Allí, Jesús lava los pies de Sus discípulos, explicando que Él está allí para purificarlos.

Al comenzar a comer, Jesús anuncia que uno de ellos lo va a traicionar. Cada uno se pregunta si se refiere a él. Luego, Jesús encomienda a Judas que lleve a cabo su cometido.

Durante esta última cena, Jesús aparta el pan y la copa de la Pascua y redefine, o mejor dicho, cumple su significado. El pan es Su cuerpo. La copa, Su sangre. Esta comida ya no les recordará principalmente la liberación de Dios de la tiranía externa de Faraón, sino de la tiranía interna de su propia culpa y pecado contra Dios.

Jesús ora por Sus discípulos y por aquellos que llegarán a conocerlo a través de ellos, para que Su Padre los haga uno (Jn 17). Después, Jesús y Sus discípulos se dirigen al Monte de los Olivos para orar (Mr 14:33). Pero Él no está allí solo para orar; también está allí para esperar. Pronto, una fila de antorchas serpentea hacia él en la oscuridad. Esto es lo que ha estado esperando.

Viernes Santo

(Para un relato completo de los acontecimientos de este día, ver Mateo 27:1-61; Marcos 15:1-47; Lucas 23:1-56; Juan 18:28-19:42).

La noche del jueves en Getsemaní, Jesús fue arrestado, traicionado por uno de Sus discípulos y abandonado por los demás. Los principales sacerdotes y el Sanedrín convocaron juicios secretos a altas horas de la noche y el veredicto dictaminó que Jesús sería crucificado. Esto era algo que el prefecto romano, Poncio Pilato, debía ejecutar. Y, cediendo a la presión, lo hace.

Después de una brutal golpiza, Jesús es clavado en una cruz, donde permanece durante seis horas hasta morir. Nunca, ni antes ni después, se ha perdido y ganado tanto al mismo tiempo. El mundo ganó el sacrificio expiatorio de Cristo. Pero para los presentes, o bien la trascendencia del momento pasa desapercibida, o bien sus corazones se quebrantan al ver morir a manos de Roma a Aquel en quien habían depositado su esperanza. No pueden impedirlo y no comprenden que es por ellos. Habían depositado su esperanza en Él y, aunque les había anunciado que padecería muchas cosas y resucitaría al tercer día (Mr 8:31), ¿cómo iban a saber que a esto se refería?

Sábado: El día olvidado  

(Para un relato completo de los acontecimientos de este día según los evangelios, ver Mateo 27:62-66).

Se ha escrito menos sobre el sábado posterior a la crucifixión de Jesús que sobre cualquier otro día de esta semana crucial. Sin embargo, lo que lo hace único es que este es el único día completo de la historia en que el cuerpo de Cristo yace sepultado en una tumba.

Ayer fue crucificado. Mañana resucitará. Pero ¿y hoy? Aunque nosotros no solemos dar mucha importancia a este día, al examinar los pocos versículos que los evangelios nos dan al respecto, descubrimos que de ningún modo fue olvidado por los principales sacerdotes que habían entregado a Jesús a la muerte. Durante Su ministerio terrenal, Jesús afirmó repetidamente que moriría en Jerusalén a manos de los principales sacerdotes, pero que al tercer día resucitaría (p. ej., Mt 12:40; Mr 8:31; 9:31; 10:34).

Por supuesto, los principales sacerdotes se burlaron de Él. Pero no olvidaron Sus palabras. En el día entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección, la predicción de Jesús los inquieta hasta tal punto que sencillamente no pueden ignorarla. Mateo 27:62-66 narra la extraña historia de cómo no pueden descartar la posibilidad de que Jesús sepa algo que ellos ignoran.

Domingo de Resurrección

(Para un relato completo de los acontecimientos de este día, ver Mt 28:1-20; Mr 16:1-8; Lc 24:1-53; Jn 20:1-21:25).

Muy temprano, el domingo por la mañana, algunos de los seguidores de Jesús se dirigen a Su tumba para ungir el cuerpo de su amigo y Maestro. Sin embargo, al llegar, los recibe lo que uno de los evangelistas describe como «un hombre vestido de resplandor». Este les anuncia que Jesús no está allí, tal como había dicho. ¡Ha resucitado!

La Semana Santa proclama de Jesús: «¡Lo hizo con toda intención! Su propósito era entregar Su vida por ti. Y con la misma certeza con que ha resucitado, te conoce y te ama»

En la semana que precedió a Su muerte, el Buen Pastor salió al encuentro de los lobos del juicio, del pecado y de la muerte, y lo hizo investido de toda autoridad. Uno podría preguntarse: «¿De qué sirve morir por una causa?». Esta es la gloriosa belleza del evangelio: Jesús no murió como un mártir por una causa. Nunca estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado. Nunca estuvo a merced de nadie. Vivió, murió y fue sepultado porque ese era Su propósito.

Nadie le arrebató la vida. Él la entregó voluntariamente. ¿Por quiénes? Por Su rebaño, por Su pueblo.

Y la entregó para volverla a tomar (Jn 10:18). El propósito de la cruz no era simplemente morir, sino morir y resucitar, derrotando así a los lobos acechantes del pecado y de la muerte.

La Semana Santa proclama de Jesús: «¡Lo hizo con toda intención! Su propósito era entregar Su vida por ti. Y con la misma certeza con que ha resucitado, te conoce y te ama».


Publicado en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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