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Es razonable decir que El Señor de los Anillos: Los Anillos de Poder es la serie de televisión más esperada de los últimos años. En producción desde hace cinco años, la serie de Amazon Prime Video es el programa más caro jamás producido para la televisión, ya que solo la primera temporada costó 465 millones de dólares (en comparación, el presupuesto de toda la trilogía de El Señor de los Anillos dirigida por Peter Jackson fue de 281 millones de dólares). Con un coste tan elevado y la necesidad de complacer a las hordas de fans de J. R. R. Tolkien (pocas propiedades intelectuales tienen una base de fans más devota que la de El Señor de los Anillos), ¿podría Los Anillos de Poder estar a la altura de las expectativas?

Para los cristianos adeptos a las historias de la Tierra Media de Tolkien —las cuales están plagadas de alusiones bíblicas e ideas teológicas— la pregunta más importante ha sido: ¿Estará presente esa herencia y la fe cristiana de Tolkien en la serie de Amazon? ¿O la serie será más parecida a Juego de Tronos? ¿Será una serie que capte el trasfondo teológico de la subcreación y la eucatástrofe, llevando a los espectadores a lo que Tolkien describe como «una visión penetrante de gozo y el deseo del corazón, que por un momento se sale del encuadre»?

Tenía mis dudas, y las sigo teniendo. Pero después de ver los dos primeros (de ocho) episodios, soy cautelosamente optimista y estoy ansioso por ver cómo se desarrolla la serie.

La construcción del mundo televisivo como “subcreación”

A diferencia de C. S. Lewis, que incorporó la alegoría cristiana a su ficción literaria, la integración de la fe en la escritura fantástica de Tolkien se basó en su concepto de «subcreación». Se trata de la idea de que, dado que los seres humanos llevan la imagen de un Dios artístico que crea —y disfruta creando— mundos elaborados, es natural que nosotros también lo hagamos. Incluso al margen de los mensajes que nuestras creaciones puedan comunicar, el acto mismo de crear es una invitación a glorificar a Dios ofreciendo pequeños microcosmos de Su creación infinitamente más grande. Tolkien consideraba que la subcreación validaba el proyecto de crear mundos elaborados como la Tierra Media —que tiene sus propias lenguas, historias y una lógica interna consistente— sin necesidad de que esos mundos sean alegorías de otros mundos del tipo «esto significa aquello».

Esto no quiere decir que estos mundos de fantasía no tengan ningún propósito para nosotros en nuestro mundo real. Al contrario, Tolkien vio el potencial de los mundos ficticios para volver a encantarnos con el real. El experto en Tolkien Colin Duriez lo describe así:

En la subcreación, según Tolkien, hay un «reconocimiento» del espacio y del tiempo. La realidad se capta en miniatura. A través de los relatos subcreativos —a los que pertenecen El Señor de los Anillos y La historia de Beren y Luthien, la doncella elfa— se ofrece una visión renovada de la realidad en todas sus dimensiones: la doméstica, la espiritual, la física y la moral.

Dado que la subcreación es una idea crucial para Tolkien, cualquier adaptación de su obra debe estar a la altura del potencial de la construcción elaborada de mundos encantados y extensos, que palpitan con su propia magia y lógica internas. En este sentido, Los Anillos de Poder es impresionante hasta ahora.

Inspirándose en el legendarium de Tolkien (especialmente en los apéndices de El Señor de los Anillos), los directores Patrick McKay y John D. Payne sitúan Los Anillos de Poder en la Segunda Era de la Tierra Media, varios milenios antes de los acontecimientos de la Tercera Era de El Hobbit y El Señor de los Anillos. Esta distancia temporal permite a los creadores de la serie construir un mundo tanto desconocido como familiar, con algunas criaturas y personajes que hemos visto antes y otros que no conocíamos.

Siguiendo en gran medida la estética del ilustrador de Tolkien, Alan Lee (que también inspiró el aspecto de las películas de Jackson), la belleza visual del espectáculo es formidable. Ojalá hubiera podido verlo en las mismas pantallas gigantes en las que vi por primera vez la trilogía de Jackson. Es lamentable que, para una gran parte del público, una obra con una ambición artística tan grande se vea en las pantallas pequeñas de los teléfonos móviles.

En los dos primeros episodios atravesamos toda la Tierra Media, desde los acantilados de hielo de Forodwaith hasta las elaboradas minas de Khazad-dûm, el regio bosque de los elfos de Lindon y las aldeas verdes de Rhovanion. Rodada en Nueva Zelanda, Los Anillos de Poder evoca el mismo asombro por el paisaje que las películas de Jackson, aunque he echado de menos la partitura musical elevada de Howard Shore, que amplificaba los efectos visuales de un modo que la música de esta serie no ha conseguido hasta ahora.

Me preocupaba que el presupuesto de la serie, «el dinero no es un problema», lleve a una construcción de un mundo que se sienta excesivo, pero no interesante, vistoso, pero no bello, como sucede con muchas franquicias de gran éxito hoy en día. Pero hasta ahora estoy animado. La magnífica subcreación de la serie es algo que sospecho que Tolkien habría disfrutado.

¿Fidelidad a la cosmovisión de Tolkien?

Aunque Los Anillos de Poder es, al menos hasta ahora, estéticamente fiel al material original de Tolkien, ¿es temáticamente fiel? ¿Refleja la narración la sensibilidad de Tolkien? También en este aspecto soy optimista, aunque con más cautela que en el aspecto estético.

La serie, la cual cuenta con más de veinte personajes recurrentes, pero que se centra en Galadriel (Morfydd Clark) como su «estrella», se presenta desde sus primeros momentos como una epopeya del «bien contra el mal», en la que la luz y la oscuridad chocan vívidamente y el público apoya a héroes realmente buenos que luchan contra villanos realmente malos. ¿Caerá la serie en la trampa contemporánea de psicologizar a los malos como víctimas «simplemente incomprendidas» de traumas pasados? Ya veremos. Pero espero que la serie siga los pasos de Tolkien y deje que el mal sea inequívocamente malo y la virtud sea inequívocamente buena (y creíble).

Me encantó la escena inicial del primer episodio («Una sombra del pasado»), ambientada en el celestial «reino bendito» de Valinor, con Galadriel de niña (Amelie Child Villiers) haciendo flotar un barco de papel por un idílico arroyo.

«Nada es malo en el principio», oímos a la Galadriel adulta narrar. «Hubo un tiempo en que el mundo era tan joven que aún no había salido el sol. Pero incluso entonces había luz».

El paraíso edénico anterior a la caída descrito aquí fue destrozado por el gran enemigo Morgoth (básicamente Lucifer), cuyo legado (futuros señores oscuros, ejércitos de orcos y las corruptoras artes oscuras de los «anillos» titulares, que simbolizan la insidiosa atracción del pecado) cataliza el impulso dramático de la historia.

La escena de diálogo inicial entre la joven Galadriel y su hermano mayor, el elfo Finrod (Will Fletcher), utiliza la imagen del barco de papel para indagar en la naturaleza de la vida moral. Finrod pregunta a su joven hermana:

¿Sabes por qué un barco flota y una piedra no? Porque la piedra solo ve hacia abajo. La oscuridad del agua es vasta e irresistible. El barco también siente la oscuridad, luchando momento a momento por dominarla y hundirla. Pero el barco tiene un secreto. A diferencia de la piedra, su mirada no se dirige hacia abajo, sino hacia arriba. Se fija en la luz que la guía, susurrando cosas más grandes de las que la oscuridad jamás conoció.

Galadriel responde: «Pero a veces las luces brillan tanto reflejadas en el agua como en el cielo. Es difícil decir cuál camino es hacia arriba y cuál camino es hacia abajo. ¿Cómo voy a saber qué luces seguir?».

Finrod le susurra algo inaudible para nosotros, y no descubrimos lo que ha dicho hasta el final del episodio. Es un brillante recurso narrativo que lanza la travesía del personaje de Galadriel.

Sin embargo, la sustancia de lo que susurra Finrod (alerta de spoiler) que inspira la decisión teológicamente cargada de Galadriel de saltar de la nave camino a Valinor (el cielo) y nadar de vuelta para salvar la Tierra Media (que pronto será un infierno) es cuestionable: «A veces no podemos saber hasta que hemos tocado la oscuridad».

¿Es esto correcto? ¿Somos incapaces de localizar la virtud hasta que no hemos experimentado el vicio lo suficiente? ¿Solo aquellos con un currículum plagado de pecados y traumas tienen una visión clara del verdadero norte? Espero que esto no sea una señal de que la narrativa de la serie se guiará más por los temas propios de la trama del trauma (dolor pasado) que por un telos de eucatástrofe (esperanza futura). Sin embargo, ya hay momentos en la serie en los que Galadriel parece llevar su trauma como una insignia de honor, en una escena en la que básicamente compite con las bondades del victimismo de Halbrand (Charlie Vickers): «Me llevaría más tiempo que tu vida decir los nombres de los que me han quitado».

Destellos de alegría

Aun así, tengo la esperanza de que, tanto en la travesía del personaje de Galadriel, como en la serie en general, la bondad y la luz sean al final más convincentes e interesantes que el mal y la oscuridad. Para mí, las partes más agradables de la serie hasta ahora no son las ominosas, sino las alegres: Elrond (Robert Aramayo) y Durin (Owain Arthur) reproduciendo la dinámica de enemistad entre elfos y enanos que tanto gustó en El Señor de los Anillos entre Legolas y Gimli; o Nori Brandyfoot (Markella Kavenagh) y Poppy Proudfellow (Megan Richards) capturando la inocencia juguetona (y la inclinación por el peligro «sobre nuestras cabezas») de la vida del Hobbit/Harfoot, haciendo eco de la amistad Frodo-Sam.

Por supuesto, las escenas de batalla son geniales y la sensación creciente de peligro y de maldad cancerígena será absorbente. Pero, para mí, los interludios de bondad, verdad y belleza —ya sea en los paisajes y los mundos, en las relaciones amorosas o en la poesía y las canciones— son el núcleo del atractivo duradero de la Tierra Media. Estos son los momentos que ofrecen esos «penetrantes destellos de alegría» que describió Tolkien, y espero que Los Anillos de Poder los valore tanto como él.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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