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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Dios salva pecadores: Una exposición bíblica a los 20 temas más importantes de la salvación (Poiema Publicaciones, 2016), por Oskar E. Arocha.

Pocos encuentros son tan conocidos como el de aquella noche cuando Jesús le dijo a Nicodemo: «En verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios […] no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3:3, 5). Nicodemo quedó sorprendido, ya que siendo «el maestro de Israel» pensaba que su conocimiento, certificaciones, linaje o «pureza moral» le garantizaban el reino (Jn 3:10). Pero Jesús «no se confiaba […] porque Él conocía lo que había en el interior del hombre (Jn 2:24-25) y le dijo: «No te asombres de que te haya dicho: “Tienen que nacer de nuevo”» (Jn 3:7).

Cuando nacemos de nuevo

El Espíritu crea en nosotros una nueva vida de íntima relación y unión con Cristo. El nuevo nacimiento no es una nueva religión, no es una afirmación de lo sobrenatural, no es un cambio de inclinación hacia un tema político o social y no es una mejoría de la naturaleza humana. Es una nueva vida.

En el nuevo nacimiento no hay un nuevo ser humano, sino un cambio tan profundo y extenso que no hay otra forma de explicarlo. El nuevo nacimiento es exhibido en el mensaje bíblico desde el principio hasta el final. No solo aparece como «nacer de nuevo», sino también como un nuevo corazón para amar a Dios (Dt 29:2-4; 30:6), abrir los ojos para ver a Dios (2 Co 4:3-6), resurrección de la muerte espiritual (Col 2:20) y circuncisión del corazón incircunciso (Ro 2:29), entre otras formas.

Los pasajes claves

Hay una serie de pasajes claves que resaltan cuatro temas importantes en cuanto al nuevo nacimiento: 1) La condición del hombre que no ha nacido de nuevo, 2) el mensaje de poder determinado por Dios, 3) el promotor del nuevo nacimiento y 4) la respuesta del hombre.

¿Cuál es la condición del hombre que no ha nacido de nuevo? El ser humano «no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad y no las puede entender, porque son cosas que se disciernen espiritualmente» (1 Co 2:14). No las puede obedecer (Dt 5:29; Ez 36:27), sino que, por su entendimiento cegado (2 Co 4:3-6), anda «según la corriente de este mundo […] satisfaciendo la voluntad de la carne» (Ef 2:1-3). Por eso Jesús dijo: «Tienen que nacer de nuevo» (Jn 3:7).

¿Cuál es el mensaje de poder determinado por Dios? Es el evangelio, que «es el poder de Dios para la salvación» (Ro 1:16). Por eso obedecemos el mandato de Cristo: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio» (Mr 16:15), porque «¿cómo creerán en Aquel de quien no han oído?» (Ro 10:14). Predicamos a «Cristo crucificado […] poder de Dios» para todos (1 Co 1:23-24).

¿Quién es el promotor del nuevo nacimiento? ¡Dios! Dios mismo dijo: «Les daré un corazón nuevo» (Ez 36:25-27). Dios en el ejercicio «de Su voluntad, Él nos hizo nacer» (Stg 1:18). Dios «nos dio vida» (Ef 2:4-6). Dios «es el que ha resplandecido en nuestros corazones» (2 Co 4:6). Somos engendrados o «hijos de Dios» (Jn 1:11-13).

¿Cuál es la respuesta del hombre? Cuando el ser humano nace de nuevo puede ver (o creer en) el reino que para él antes estaba oculto y puede entrar a la vida con un nuevo Rey. La nueva respuesta del que ha nacido de nuevo siempre es en fe, arrepentimiento, adoración y amor a Dios. Así dijo Moisés al pueblo antes de entrar a la tierra prometida (Dt 30:6).

En el texto de la promesa del nuevo pacto, Dios dijo: «Les daré un corazón nuevo […] y haré que anden en mis estatutos» (Ez 36:25-27). El apóstol Juan dijo que los que creen en Su nombre son aquellos que fueron engendrados de Dios (Jn 1:11-13).

El hombre que estuvo ciego de nacimiento, luego de ser sanado, podía ver a Jesús con los ojos físicos, y no con los del alma. Pero cuando Cristo se le reveló, él entonces dijo: «“creo, Señor”. Y le adoró» (Jn 9:35-38).

La luz de la gloria de Dios

La luz se usa como metáfora para explicar el milagro del nuevo nacimiento. La metáfora más asombrosa la encontramos en 2 Corintios 4:1-6. El autor describe la condición de la gente sin Cristo como incrédulos con los ojos velados, a quienes «el dios de este mundo ha cegado el entendimiento» (2 Co 4:4). La actividad específica del maligno es cegarlos para que no vean a Cristo en el mensaje que predicamos, que es «el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo» (2 Co 4:4).

Ante esa situación, ni aún los mismos apóstoles pretendieron tomar el liderazgo ante las tinieblas, sino que se presentaron como simples «siervos» que en su proclamación señalaron a «Cristo Jesús como Señor» (2 Co 4:5).

Con las tinieblas gobernando sobre los incrédulos y el maligno tomando el frente del batallón, queda solo uno que puede intervenir: el Señor. Entonces, el escritor maravillosamente compara el nuevo nacimiento a aquel momento de impacto universal cuando «dijo Dios: “sea la luz”. Y hubo luz» (Gn 1:3). ¿Qué es exactamente lo que sucede? Dios da la orden y, en un instante, en nuestros corazones resplandece «la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo», engendrando una nueva creación con más gloria que la creación primera.

Roger Omanson y John Ellington, en su guía para la traducción del texto, comentan: «La luz viene del conocimiento». ¿El conocimiento de qué? «La palabra conocimiento en este contexto se refiere esencialmente a lo mismo que el evangelio (en el verso 4)».1 La gloria de Dios presentada en el evangelio es el contenido del conocimiento.

Por tanto, mientras predicamos de manera fiel al Cristo crucificado y resucitado, opera la libre y soberana Palabra de Dios. Dios da una orden y a aquellos que tenían sus ojos velados por las tinieblas no les queda de otra que someterse al majestuoso poderío de Aquel que con tan solo tres palabras engendró la luz: «Sea la luz» (Gn 1:3). O que tan solo con dos palabras resucitó a Lázaro: «¡sal fuera!» (Jn 11:43) y a la hija de Jairo: «Talita cum» (Mr 5:41). O que con una sola palabra resucitó al adúltero pueblo de Israel: «¡Vive!» (Ez 16:6).

Tal como dijo el apóstol Pedro, somos llamados por Dios de «las tinieblas a Su luz admirable» (1 P 2:9; ver Sal 80:1 ss).


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1  Roger Omanson & John Ellington, 2 Corinthians: A translator’s handbook on Paul’s second letter to the Corinthians [2 Corintios: Manual de traducción a la segunda carta a los corintios] (New York: United Bible Societies, 1993) p. 73.
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