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Batman tiene al rico hombre de negocios. Spiderman tiene su colegio y una cámara. Superman tiene, bueno, unos lentes. Cada uno de estos clásicos superhéroes esconde su verdadera identidad debajo de una capa (delgada) de un álter ego.

Jesús, sin embargo, directamente le dice a otros que guarden silencio sobre su identidad. Este motivo de discreción primero surge en Marcos 1:24-25 cuando Él le ordena a un demonio callarse, y es visto a lo largo de este libro. ¿Pero por qué Jesús hace esto? ¿Él no quiere que la gente difunda las noticias sobre Él?

El debate moderno acerca de este “secreto mesiánico” tiene fecha de los años 1800. Aunque aún no ha surgido un consenso firme sobre esto, podemos esbozar una respuesta al trazar varias maneras en que se desarrolla el motivo de silencio o de discreción. 

Un patrón de revelar y ocultar

Para empezar, es importante notar que el mandato de Jesús de guardar silencio forma parte de un patrón más amplio de revelar y ocultar simultáneamente quién Él es.

Por un lado, Jesús no aparece en secreto en lo absoluto. Él es visiblemente ungido por el Espíritu Santo y declarado “Hijo” por el Padre (Mr. 1:9-11); proclama el reino/evangelio abiertamente en Galilea (Mr. 1:14-15); hace varias sanaciones en público (por ejemplo, Mr. 1:34, 2:1-12); calma la tormenta (Mr. 4:35-41); alimenta a los 5000 (Mr. 6:30-44); participa en debate público con los líderes religiosos; directamente declara su propósito expiatorio (Mr. 10:45); y así sucesivamente. Él no es tímido en revelar su identidad, misión, y mensaje. Él incluso le dice a un hombre sano que hiciera público el acontecimiento (Mr. 5:19-20).

El mandato de Jesús de guardar silencio forma parte de un patrón más amplio de simultáneamente revelar y ocultar quién Él es

Por otro lado, Jesús a veces hace lo opuesto y se oculta a Él mismo. De manera más prominente, claro está, están sus órdenes estrictas a tres audiencias diferentes de no hablar sobre Él:

  • demonios/espíritus inmundos (Mr. 1:24; 1:34; 3:12);
  • multitudes, especialmente recipientes de sanación (Mr. 1:43; 5:43; 7:33-36; 8:22-26);
  • discípulos (Mr. 8:30; 9:9).

Paralelo a estos mandatos están las parábolas de Jesús. Según Marcos 4:11-12, estas parábolas tienen la intención de, contradictoriamente, ocultar la verdad a las personas. Más aún, el uso repetido de Jesús de “Hijo de Dios” insinúa su estatus elevado (para aquellos que han leído a Daniel), mientras también lo ocultaba de los demás quienes simplemente lo oían (especialmente en Arameo) como una forma indirecta de decir “alguien como yo”. Finalmente, Jesús empleó tanto el silencio (Mr. 14:61; 15:5) así como revelar quién Él era (Mr. 14:62; 15:2) en su juicio. 

Los mandatos de guardar silencio, entonces, son piezas de un rompecabezas más amplio de Jesús revelar y ocultar. De hecho, cada una viene directamente después de una escena significativa de autorrevelación. Hagamos un bosquejo de lo que estos mandatos parecen estar cumpliendo en la narrativa de Marcos. Los mandatos de guardar silencio parecen jugar diferentes roles basados en la audiencia, particularmente a los “de afuera” (que no son parte del círculo cercano de los seguidores de Jesús) y los “de adentro” (que sí lo son). 

Empecemos con el primer grupo. 

Para los de afuera (demonios y multitudes)

Con los espíritus malignos, el mandato de Jesús de “callarse” y de “no revelar su identidad” (Mr. 1:24; 1:34; 3:12) viene justo después de que los espíritus gritaran que Él es “el Santo de Dios” (Mr. 1:24) o “el Hijo de Dios” (Mr. 3:11). Jesús les prohíbe hablar, entonces, “porque ellos sabían quién era Él” (Mr. 1:34). Aparentemente, al ser seres sobrenaturales, ellos tienen conocimiento sobre quién Jesús verdaderamente es: el divino de Dios. En esta etapa, Jesús no quería que el mensaje fuera divulgado, o Él no quería que los demonios fueran los que lo revelaran, o quizás ambas cosas.

En esta etapa, Jesús no quería que el mensaje fuera divulgado, o Él no quería que los demonios fueran los que lo revelaran, o quizás ambas cosas

Con los diversos recipientes de milagros y/o multitudes a quien Jesús ordenó a no decir “nada a nadie” (Mr. 1:44) o “que a nadie se lo dijeran”, el motivo de discreción funciona un poco diferente. Tan pronto Jesús aparece en la escena, comentarios sobre sus milagros y enseñanzas empiezan a esparcirse como pólvora. Con esto vienen todo tipo de teorías sobre quién Él es, incluyendo “Elías…[o] un profeta, como uno de los profetas antiguos” (Mr. 6:15), Juan el Bautista resucitado (Mr. 6:14, 8:28), y/o un rey davídico que reestablecería la monarquía de Jerusalén (Mr. 11:10).

Así que, tras varios milagros, parece que Jesús ordena guardar silencio con dos objetivos. En primer lugar,  Él puede estar tratando de prolongar su capacidad de viajar en vista de las multitudes crecientes (por ejemplo, Mr. 6:53-36). De hecho, regularmente en Marcos vemos cómo Jesús buscaba la soledad pero era impedido por las multitudes; “no pudo pasar inadvertido” (Mr. 7:24). En segundo lugar, Él podía estar mitigando la divulgación de (des)información acerca de Él, para evitar levantar sospechas de sus oponentes (por ejemplo, Mr. 6:14), y prevenir que las cosas se salgan de control antes de tiempo. Irónicamente, sin embargo, “mientras más se lo ordenaba, tanto más ellos lo proclamaban” (Mr. 7:36).

En otras palabras, para los de afuera, el motivo de discreción se relaciona con ocultar quién Jesús es, y no es, hasta que sea el tiempo apropiado de su verdadera revelación.  

Para los de adentro (discípulos) 

Con los discípulos de Jesús, el mandato de guardar silencio toma una forma diferente. La primera ocasión viene después de que Pedro declare que Jesús es “el Cristo” (Mr. 8:20), a lo que Jesús “les advirtió severamente que no hablaran de Él a nadie” (Mr. 8:30). La segunda ocasión viene después de la escena de la transfiguración (Mr. 9:2-8), a lo cual “Jesús les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto” hasta después de su resurrección (Mr. 9:9). Ambas escenas enseñan una revelación crucial de la identidad de Jesús: “Cristo” (Mr. 8:29, dicho por Pedro) y “mi Hijo amado” (Mr. 9:7, dicho por el Padre). 

Para los de afuera, el motivo de discreción se relaciona con ocultar quién Jesús es, y no es, hasta que sea el tiempo apropiado de su verdadera revelación

¿Por qué ordenar silencio?

En esta etapa del ministerio de Jesús, Él ha empezado a hablar “claramente” (Mr. 8:32) a sus discípulos para que ellos entiendan “lo que le iba a suceder” (Mr. 10:32). Tres veces Jesús aclara que su misión mesiánica, contrario a la opinión popular, repercutirá en rechazo, muerte, y resurrección (Mr. 8:31; 9:31; 10:33-34). Sí, Él es un hacedor de milagros, y el “Cristo”, y el “Hijo de Dios”. Pero la gran “revelación” es que Él vino a morir por el pecado. 

El problema: los discípulos simplemente no lo entienden. Pedro reprende a Jesús, resultando en una reprensión en su contra (Mr. 8:32-33); “ellos no entendían lo que les decía” (Mr. 9:32); y Jacobo y Juan discuten sobre privilegios futuros (Mr. 10:35-41). A través del libro de Marcos, los discípulos se muestran como tardos de pensamiento y duros de corazón (Mr. 4:13; 6:52; 8:17; 9:19). 

Así que Jesús les ordena a guardar silencio porque ellos, a pesar de su clara autorrevelación, aún luchan con la incomprensión. Para el grupo íntimo, los motivos de discreción enfatizan, no cómo Jesús mantuvo su identidad en secreto, sino cómo los discípulos fallaron en entender lo que Él le había revelado a ellos. No es Jesús quien les está ocultando la verdad, sino sus propios corazones. 

Esto hace de Marcos 16:8 aún más adecuado: aún después de su resurrección, las discípulas de Jesús “no dijeron nada a nadie porque tenían miedo”. La historia de Marcos termina en silencio. 

Para el lector

En resumen, el mandato de Jesús de guardar silencio parece tener como objetivo controlar la divulgación de información sobre Jesús así como el momento en que es compartida: Él es el Mesías y el Hijo divino, pero eso es solo revelado por completo en su muerte y su resurrección. Hasta ese momento, las malinterpretaciones resultaron en demonios chillones, multitudes crecientes, y declaraciones obtusas de los discípulos. 

¿Y qué hay de nosotros los lectores del Evangelio de Marcos? Sabemos de antemano que Jesús es “Cristo” al igual que el “Hijo de Dios” (Mr. 1:1). Y sabemos cómo termina la historia. 

Sin embargo, nosotros también luchamos con la incomprensión. Nosotros, como las multitudes, podemos ser atraídos al Jesús hacedor de maravillas e ignorar su llamado al sufrimiento. Nosotros, como los discípulos, podemos querer un “Cristo” de nuestro propio diseño pero no el que muere en la cruz. Nosotros, también, podemos sentir el impulso interno de no decir nada a nadie sobre el Hijo de Dios. 

Que el llamado a discreción de Marcos, entonces, nos recuerde que el secreto ya no existe. Estamos bajo la completa revelación de Jesús. Nada está oculto. 

Así que no nos quedemos en silencio.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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