¿Te sientes desorientado?
Una amiga confesó hace poco que los puntos de vista políticos en su iglesia son tan tensos y divididos que no puede hablar sobre ese tema con sus compañeros cristianos. Un miembro de mi propia iglesia me preguntó si estaba bien no llamarse evangélico en el trabajo, porque le preocupa que la gente saque conclusiones equivocadas. Muchas personas con las que hablo se resisten a evangelizar por temor a perder sus trabajos. Los cambios culturales están sucediendo de manera tan repentina que es fácil sentirnos desorientados en nuestra propia sociedad, dentro de nuestras iglesias e incluso con respecto a Dios.
Tiempos vertiginosos
Aunque los detalles eran distintos, el apóstol Pedro escribió a personas que enfrentaban desafíos similares. Envió un par de cartas a cristianos de cinco regiones diferentes que estaban experimentando una desorientación cultural vertiginosa. Sus letras están saturadas de sabiduría para tiempos como los nuestros. Quizás la enseñanza más importante es esta: la desorientación cultural es una oportunidad para volver a centrar nuestra esperanza.
Es fácil caer en el deseo de que la gente nos acepte a nosotros o a nuestras opiniones. Con frecuencia hacemos todo lo posible para asegurarnos de que las personas piensen que ser cristiano no significa ser raro: «Deberías venir el domingo, hay mucha gente genial allí». También podemos evitar por completo las conversaciones sobre el evangelio. Pero ¿no debería ser santos hacernos sobresalir un poco en una cultura impía? Cuando la relevancia cultural tiene un costo alto, comprometemos nuestra esperanza. Pedro se aleja de esa tendencia a suavizar el cristianismo con la esperanza de la aceptación cultural.
El sufrimiento con Cristo, no apartado de Él, nos conducirá a nuevas profundidades de Su amor
También se aleja del dominio cultural, una postura más asertiva y crítica, más propensa a atacar o retirarse que a apaciguar. Cuando nuestra esperanza se desliza hacia el dominio cultural, tendemos a irritarnos en las conversaciones políticas, despotricar en las redes sociales y esperar sutilmente que el gobierno se parezca más a nosotros. Pedro percibe esta tentación y escribe: «no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo» (1 P 3:9). Pedro evita una actitud dominante de ojo por ojo con una exhortación a bendecir a aquellos que nos insultan o nos tratan mal.
Esperanza que se vuelve a centrar
Entonces, ¿cómo avanzamos para bendecir a otros en medio de la confusión?
Se nos dice que encontremos un punto de referencia cada vez que nos perdemos, una estrella, el nombre de una calle, algo familiar y fijo, y desde allí nos dirijamos a casa. Para volver a centrarnos, debemos fijarnos en el llamado de Dios a ser exiliados de esperanza.
La esperanza bíblica no es ni pasiva ni agresiva; no lucha por la relevancia cultural o el dominio. En cambio, opera en un plano diferente. Se sale del momento cultural, se niega a ser definida por él y trata de ver todo desde el «momento eterno». Pedro escribe:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes (1 P 1:3-4).
Pedro expresa la esperanza unas veces en un acontecimiento, otras veces en una época, pero siempre en una persona: «mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos». Jesús vino del futuro al presente, trayendo algo del cielo con Él, para asegurarnos un futuro resucitado. La vida salió de la muerte en Jesús… y salimos con Él, con la esperanza de un mundo completamente nuevo. Entonces, ¿cómo el hecho de volver a centrarnos en esta esperanza afecta la forma en que respondemos a quienes nos rodean?
La diferencia de la esperanza
Inmediatamente, Pedro dice que nuestra esperanza afecta la forma en que sufrimos: «En lo cual ustedes se regocijan grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, sean afligidos con diversas pruebas» (1:6).
Cuando la esperanza se centra en Jesús, el sufrimiento nos alinea con el Salvador y nos libera para bendecir al mundo
Cuando nuestra esperanza se centra en Cristo resucitado, podemos regocijarnos en las pruebas de todas las formas y tamaños. Si la conversación se vuelve tensa en torno a la política, no debemos enojarnos ni amargarnos porque compartimos una herencia gozosa en el futuro y el gobierno justo de Cristo. Sin embargo, tampoco debemos evitar el debate incómodo, sabiendo que nuestra esperanza nos obliga a traer ahora algo del cielo a la tierra. Al ver nuestro trabajo desde el momento eterno, podemos arriesgarnos a la desaprobación al compartir la esperanza de un mundo justo en Jesús, mientras también trabajamos por uno.
La esperanza de la resurrección también replantea el sufrimiento intenso. Cuando mi mamá estaba en la sala de emergencias y su corazón dejó de latir, las enfermeras gritaban: «¡Quédese con nosotros!». Mi papá pensaba: «No, ella tiene mucho más que hacer, ahora no, Señor». Entonces, el pulso de mamá volvió. Mientras mis padres luchaban con esta prueba, le pregunté a mamá cómo estaba. Su respuesta no fue comentar sobre su progreso, sino simplemente decir: «Tu papá me está siendo de gran ayuda». Cuando le pregunté a mi papá cómo estaba respondiendo a la mortalidad de mamá, me confió entre lágrimas cómo todo el evento lo puso en contacto con su amor por ella. Han estado casados durante cuarenta años y, sin embargo, al sufrir juntos, descubrieron nuevas profundidades de amor del uno por el otro.
El sufrimiento con Cristo, no apartado de Él, nos conducirá a nuevas profundidades de Su amor. Cuando la esperanza se centra en Jesús, el sufrimiento nos alinea con el Salvador y nos libera para bendecir al mundo.