Todos hemos aprendido la forma correcta de leer un libro: se empieza por la primera página, se avanza paso a paso por los capítulos y se termina al llegar al final. Es una progresión sencilla y lógica. Pero cuando se trata de una revista académica, el enfoque se invierte. Se supone que hay que empezar por el final, echar un vistazo a los títulos para orientarse y luego volver al principio. Es lo contrario de lo que estamos acostumbrados a hacer.
Es un paralelismo impactante con la forma en que muchos de nosotros sentimos la vida en este momento. Estamos bombardeados con el mensaje de que debemos perseguir nuestros sueños, lo que alimenta nuestras pasiones; sin embargo, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, a menudo terminamos sintiéndonos vacíos, ansiosos e insatisfechos. ¿Y qué tal si lo hemos estado abordando todo de forma equivocada? ¿Y si el guion que nos han entregado está patas arriba?
En Mateo 20:1-16, Jesús comparte una historia que desafía de frente esta narrativa generalizada. Es una historia sobre un terrateniente que contrata trabajadores para su viña. El punto principal de la parábola es que el pueblo de Dios posee por igual la herencia de la nueva creación, un derecho que en última instancia no depende de cuánto hayamos sacrificado de manera cuantificable. También nos lleva a una profunda reflexión sobre los sueños, tanto los nuestros como los de Dios. El guion que se nos suele dar es sencillo e insistente: «Tienes que perseguir tus sueños». Es un grito unificador que se repite en citas motivadoras, memes virales y discursos de graduación. Sin embargo, Jesús introduce una paradoja que rompe con esta mentalidad, insinuando que perseguir nuestros sueños podría no llevarnos a la satisfacción que esperamos. Sumérgete en esta historia y descubre cómo da un giro radical a nuestra sabiduría convencional.
La historia: Una viña y un hacendado generoso
Jesús prepara el escenario con una vívida introducción: «El reino de los cielos es semejante a un hacendado que salió muy de mañana para contratar obreros para su viña» (v. 1). El dueño busca a cada obrero, acuerda pagarles un denario a cada uno —el salario estándar de un día— y los envía a trabajar a sus campos. A las nueve de la mañana, se aventura a volver al mercado, ve a más trabajadores sin hacer nada y les dice: «Vayan también ustedes a la viña, y les daré lo que sea justo» (v. 4). Ellos aceptan y se ponen en marcha. Repite este proceso al mediodía, luego otra vez a las tres de la tarde, e incluso a las cinco, solo una hora antes de que terminara la jornada laboral. Ahora, cada trabajador puede ser libre de su realidad mundana, con la oportunidad de ganar un dinero que pueden utilizar para perseguir sus sueños.
A pesar de nuestros mejores esfuerzos por perseguir nuestros sueños, a menudo terminamos sintiéndonos vacíos, ansiosos e insatisfechos
Imagina este escenario hoy en día: un rico inversionista de capital de riesgo descubre tu potencial y decide financiar el sueño de tu nueva empresa. De repente, estás «viviendo el sueño», como lo declara el popular meme. Es una reinterpretación contemporánea de lo que Jesús describe: una invitación a liberarte de lo mundano, a dejar de vivir la vida aburrida que otros te dictan y a perseguir lo que amas de verdad. Para los trabajadores, era una oportunidad de trabajar en la viña de un hombre rico. Pero para ti, quizá significa visualizarte como una estrella de rock, un surfista profesional, un instructor de esquí, un artista o el fundador de una innovadora empresa de calzado. El mensaje es estimulante: no sigas las reglas de otros; persigue tus pasiones, persigue tus sueños.
Steve Jobs es el ejemplo perfecto de esta filosofía. Abandonó la universidad, no tenía ningún título oficial y, sin embargo, fundó Apple y transformó el mundo. En su emblemático discurso en la Universidad de Stanford, visto millones de veces, instó a los graduados a que tenían que encontrar lo que amaban. Es una historia poderosa y salvadora que promete libertad y un propósito en la vida. Pero, si es una narrativa tan convincente, ¿por qué tantos de nosotros todavía nos sentimos vacíos, inquietos y ansiosos? ¿Por qué perseguir nuestros sueños no siempre nos da la satisfacción que nos han prometido?
La paradoja: no todo es tan de ensueño
Aquí es donde emerge la paradoja, y es un giro que nos detiene en seco. En la historia de Jesús, llega la noche y el hacendado le instruye a su capataz: «Llama a los obreros y págales su jornal, comenzando por los últimos y terminando con los primeros» (v. 8). Los trabajadores contratados a las cinco de la tarde, que trabajaron solo una hora, se acercan y reciben cada uno un denario, el salario de un día completo. Los contratados a las seis de la mañana, que soportaron doce agotadoras horas de calor, esperan una mayor recompensa por sus esfuerzos. Pero ellos también reciben solo un denario. Como era de esperar, se quejan: «Estos últimos han trabajado solo una hora, pero usted los ha hecho iguales a nosotros que hemos soportado el peso y el calor abrasador del día» (v. 12).
Su sueño de tener la justa recompensa por su arduo trabajo se desmorona. Están frustrados, infelices y se sienten estafados. ¿Te suena familiar? Perseguir nuestros sueños no siempre nos lleva a los resultados que imaginamos. La historia de Jesús revela sutilmente al menos tres problemas importantes con esta búsqueda incansable.
Problema #1: ¿De quién es el sueño, a fin de cuentas?
El primer problema es filosófico y muy profundo: ¿El sueño de quién estás persiguiendo? Piensa en tus años de secundaria. Quizás te obligaban a llevar uniforme y adherirte a los estándares de otra persona. Pero una vez que te graduaste, eras libre de elegir tu estilo, o al menos eso parecía. En realidad, a menudo cambias un uniforme por otro y te vistes para encajar con lo que usan los demás. Cuando te dicen que «hagas lo que amas» o que «sigas tus pasiones», das por sentado que estás actuando según tus deseos. Pero ¿es así?
En su libro Clash! [¡Choque!], Hazel Rose Markus y Alana Conner señalan una división cultural: si eres un niño asiático que practica piano, estás obedeciendo las expectativas de tus padres. En la cultura occidental, perseguir tus sueños se siente como libertad, pero todavía es una conformidad con una norma social. De cualquier manera, estás haciendo lo que te dicen; simplemente han cambiado las voces que te dirigen.
Problema #2: La broma cruel de los sueños.
El segundo problema es pragmático y aleccionador: los sueños pueden parecer una broma cruel. ¿Recuerdas esas bromas infantiles, como cuando te decían que eras inteligente si podías tocarte la nariz con la lengua? Es una trampa, no puedes hacerlo. Perseguir los sueños puede ser igual de inalcanzable, una promesa que es casi imposible de cumplir.
Perseguir nuestros sueños no siempre nos lleva a los resultados que imaginamos
Nassim Nicholas Taleb, en su exitoso libro El cisne negro, sostiene que encontrar tu sueño es como tirar los dados, es algo dictado por la tiranía de la suerte. Si optas por algo «aburrido» como hacerte contador, tu vida seguirá una curva de campana: estable, predecible y segura. Pero, si persigues tus sueños, estarás en una curva en L: el 99,9 % de nosotros fracasará, mientras que solo el 0,1 % ganará el premio gordo.
Consideremos a Harry Styles frente a un YouTuber cualquiera sin visitas. La diferencia entre ellos no es solo el talento, sino también la suerte. Phil Knight, fundador de Nike, admite en su autobiografía que, aunque el trabajo duro es esencial, la suerte es lo que en última instancia decide el resultado. Steve Jobs podía predicarles a los graduados de Stanford que encontraran lo que les gustaba porque ellos eran lo suficientemente privilegiados como para aprovechar su suerte. Pero ¿qué hay de los trabajadores de las fábricas que ensamblan iPhones, atrapados en la pobreza sin esas oportunidades? Para ellos, la narrativa de perseguir sus sueños es un lujo que está fuera de su alcance.
Problema #3: Si fracasas, la culpa es tuya.
El tercer problema es crítico y personal: si no tienes éxito, la culpa recae sobre ti. Mientras trabajaba como médico interno el día de Navidad, veía a padres entrar cojeando con huesos rotos por probar los juguetes nuevos de sus hijos. Lo que se suponía que debía traer alegría, un regalo nuevo y brillante, a menudo terminaba en dolor.
Perseguir los sueños se nos vende como el camino hacia la felicidad, pero a menudo conduce a la decepción. El filósofo Alain de Botton explica que en nuestra meritocracia, donde uno es dueño de su éxito, también lo es de sus fracasos. Si no encuentras tu sueño, según esta lógica, es que no lo has intentado lo suficiente. El peso de ese fracaso recae de lleno sobre tus hombros, añadiendo la culpa a una carga que ya es pesada.
El giro: El don de un Dios generoso
¿Cómo escapamos a este ciclo agotador? Jesús le da un giro de 180 grados al guion. El dueño de la viña responde a los trabajadores quejumbrosos con una autoridad serena:
Amigo, no te hago ninguna injusticia; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero yo quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo que es mío? ¿O es tu ojo malo porque yo soy bueno? (vv. 13-15).
Luego viene el giro radical: «Así, los últimos serán primeros, y los primeros, últimos» (v. 16).
El sueño de Dios eclipsa todos los demás: la vida con Jesús, el perdón de los pecados, la vida eterna, un nuevo corazón
La historia está saturada con el lenguaje de «dones»: la vida y los sueños no son cosas que nos ganamos a través del esfuerzo; son algo que se nos da gratuitamente. Jesús ofrece tres giros transformadores para reorientar nuestra perspectiva.
Giro #1: La vida es un don que recibimos
La vida es un don que recibimos, no un premio que ganamos. Nunca olvidaré el día en que mi esposa dio a luz a nuestro primer hijo en una lujosa clínica de maternidad, sin médicos, solo nosotros navegando en medio del caos. Ella estaba en labor de parto y yo también estaba allí, corriendo de un lado a otro tratando de ayudar, pero sintiéndome completamente impotente. Mis amigos me habían advertido: «No hay nada que un hombre pueda hacer cuando su esposa está en labor de parto». ¿Ofrecerle agua? «¡Deja de preguntarme eso!». ¿Tratar de consolarla? «¡Deja de tocarme!». Todo lo que hacía parecía enojarla más. Así que me retiré a un rincón con un libro a esperar hasta que me entregaran al bebé. Les envié un mensaje de texto a mis amigos: «¡Tenemos un bebé!». Me respondieron: «¡Felicidades!», como si yo hubiera hecho todo el trabajo duro. No fue así. Mi esposa lo hizo todo. Ese niño fue un don que recibí con una alegría incontenible.
La vida es un don que recibimos, no un premio que ganamos
En la viña, los trabajadores parecen ganarse el salario con su trabajo, pero en realidad su pago es un regalo de la generosidad del propietario. El libro Fuera de serie, de Malcolm Gladwell, refuerza esta idea: Steve Jobs y Bill Gates tuvieron éxito porque nacieron en el momento preciso en que despegó la revolución informática, un regalo del momento oportuno. Los jugadores de hockey que nacen a principios del año escolar obtienen una ventaja por su tamaño, un regalo de las circunstancias. No elegimos a nuestros padres, nuestro país ni las escuelas a las que asistimos. La vida misma es un don que se nos ha entregado.
Giro #2: Dios tiene un sueño mejor
Dios tiene un sueño más grandioso para nosotros que el que podríamos concebir por nosotros mismos. En un bufé de mariscos de «todo lo que puedas comer», los padres asiáticos te repiten una y otra vez: «No comas el pan». No hay nada malo en el pan, está bueno, pero ¿por qué conformarse con eso cuando hay mariscos para saborear? Está bien soñar en grande: convertirte en astronauta, trabajar como neurocirujano o curar el cáncer. Son ambiciones dignas. Pero el sueño de Dios eclipsa todos los demás: la vida con Jesús, el perdón de los pecados, la vida eterna, un nuevo corazón, un nuevo comienzo, propósito, significado, esperanza y paz. Ese es el marisco para nuestro pan, una visión infinitamente más rica y satisfactoria.
Giro #3: Dios paga por Su sueño para ti
Dios paga el precio de este sueño. Cuando vivía en Chicago, una vez llevé a mi amigo Pedro a dar una vuelta por la ciudad. Estacioné mi automóvil en un barrio peligroso porque había estacionamiento gratuito, pero él me advirtió: «No dejes tu automóvil aquí, no estará cuando regreses». Le respondí: «Pero, Pedro, ¡es gratis estacionar aquí!». Él sacó dinero de su bolsillo y dijo: «Yo pagaré el estacionamiento». ¿Debía confiar en mi instinto o en Pedro, quien estaba dispuesto a respaldar su consejo con dinero?
El sueño que Dios tiene para nosotros es tan costoso que Él mismo lo paga
El sueño que Dios tiene para nosotros es tan costoso que Él mismo lo paga. La viña no es solo un lugar de trabajo, es un símbolo del reino de Dios. Jesús muere en la cruz y resucita de entre los muertos para asegurarnos un lugar en Su familia, ofreciéndonos una vida llena de paz, propósito y esperanza.
Nueva pregunta, nueva respuesta.
Empezamos con una pregunta apremiante: «¿Cómo puedo perseguir mis sueños?». El guion que se nos da nos grita: «Ve tras ellos, persíguelos con todo lo que tienes». La paradoja nos susurra en respuesta: «No todo es tan de ensueño; no siempre funciona». Pero Jesús le da un giro completo: nuestro sueño no es algo que perseguimos, es un don de un Dios generoso. Es un regalo que recibimos con manos abiertas, un sueño mucho más grande que el nuestro y uno por el que Dios mismo paga con Su sacrificio.
Cuando era médico interno, como asistente de un cirujano, una vez tuve la oportunidad de terminar una operación. Al final, el cirujano me dijo: «¿Quieres cerrar la herida como parte de tu capacitación?». Acepté con entusiasmo. Cuando le pregunté: «¿Qué sutura debo usar?», él respondió: «Es tu caso, haz lo que quieras». Elegí la sutura número seis, pero él me corrigió amablemente: «No, en realidad debes usar la sutura número tres». Hacer lo que uno quiere está bien y tenemos la libertad para eso. Pero a veces lo que es verdadero, sabio, bueno y bello es incluso mejor.
Se nos dice que persigamos lo que deseamos y ese es un buen punto de partida. Sin embargo, Jesús nos ofrece algo mejor: el sueño que Dios tiene para nosotros, la vida con Él, el perdón de los pecados, un corazón nuevo, un nuevo comienzo y un lugar en Su viña, Su reino, Su familia. Es un sueño verdadero, sabio, bueno y hermoso, y es un don que podemos recibir con gratitud.